A la sombra de las raíces de África (V). Los bosques de la Casamance.
Solo tengo que avanzar unos cuantos kilómetros por la carretera a Cap Skirring para llegar al reino de Oussouye. A diferencia del antiguo reino de Bandial, el reino de Oussouye ha perdurado hasta la actualidad. Merece la pena detener la ruta unos días en Oussouye, no solo para conocer al rey, sino también para pedalear sin rumbo fijo por sus pistas de tierra a la búsqueda de alguno de los numerosos bosques a los que su carácter sagrado ha contribuido a conservar.
Inmensas Ceibas, inconfundibles Cailcedrats (Khaya senegalensis) con la base del tronco cubierta de grandes verrugas, plantaciones de Anacardos, Mangos y otros frutales exóticos, frondosas Palmas de Aceite (Elaeis guineensis). Me dejo deslumbrar por los bosques de Kahinda, donde visito a un artesano que talla en madera de Ceiba los pájaros locales, o por los palmerales de Emaye, a las puertas del Parque Nacional de Basse Casamance.
Olvidado junto a un camino en Oussouye me encuentro con un viejo vehículo destartalado del Parque Nacional de Basse Casamance. Me parece una triste metáfora de la situación real del Parque, cerrado a los visitantes desde hace varios años debido a la existencia de zonas minadas y la posible presencia de rebeldes de las fuerzas separatistas del Movimiento de las Fuerzas Democráticas de Casamance (MFDC), que mantienen su conflicto armado de baja intensidad con las fuerzas gubernamentales.
La explotación forestal se convirtió desde el inicio del conflicto en uno de los principales recursos de la economía de guerra en la Casamance. Aunque el enfrentamiento armado ha perdido intensidad, el saqueo de los bosques no se ha detenido. En la zona norte de la Casamance se ha denunciado un intenso tráfico ilegal de Vene o Palisandro de Senegal (Pterocarpus erinaceus) hacia China, vía Gambia. En la zona sur, en la frontera con Guinea Bissau, la tala y el tráfico ilegal de madera se centra en los bosques de Cailcedrat, Linké (Afzelia africana) y otras especies locales, así como en las plantaciones de Teca (Tectona grandis) y Melina (Gmelina arborea).
El despojo forestal que está sufriendo la Casamance apenas se nota en la zona de Oussouye. Aquí están los bosques sagrados. Aquí parece que la gente respeta el bosque. Es un placer recorrer en bici estos caminos a la sombra de las raíces de África, las de las grandes Ceibas y las de su gente.
El viaje está llegando a su fin y casi sin darme cuenta llego a Cap Skirring. Comparado con la colonial Saint Louis, Cap Skirring no deja de ser un centro turístico con bonitas playas y animada vida nocturna. Sin embargo, como todos los lugares que he conocido en mi recorrido de norte a sur de Senegal, guarda rincones que saborear.
Me acerco al barrio de los pescadores, donde hileras de piraguas descansan ya en la arena a la espera de una nueva jornada de trabajo. A pesar de la bucólica estampa de las coloridas piraguas, la vida de los pescadores de Cap Skirring ha pasado por etapas de zozobra. A principios de la década de los 90 un incendio arrasó con prácticamente todas las cabañas del barrio; poco después, los rebeldes perpetraron una masacre con más de 30 muertos. Cap Skirring es hoy un pueblo relajado en el que el turismo de playa se ha convertido en la principal oportunidad para la población.
Converso con uno de los pescadores entre las piraguas. Me dice que las construyen con madera de Teca, que proviene de los bosques del interior de la Casamance. No sabe que la Teca es una especie de origen asiático, introducida en plantaciones productivas en la Casamance desde la época de la colonización y posteriormente muy extendida por el Servicio de Agua y Bosques. De lo que sí que habrá oído hablar es de la masacre de enero de 2018, en la que 14 leñadores fueron emboscados, capturados y asesinados en la Forêt Clasée des Bayottes, a unos 20 km al sur de Ziguinchor. A pesar de ser un bosque sagrado y protegido legalmente, el bosque de Bayottes sufre impunemente una intensa tala ilegal y tráfico de madera de Teca con destino a los aserraderos de Ziguinchor y al mercado internacional. Ante la magnitud del conflicto, las comunidades locales han organizado comités de vigilancia para proteger el bosque. Tras la matanza, las primeras miradas acusatorias se dirigieron al frente sur del MFDC, quienes rápidamente negaron su participación y la vincularon a la existencia de bandas rivales de traficantes de madera ilegal. Ante la gravedad de esta situación, el Gobierno decidió suspender todas las autorizaciones de corta de arbolado en la Casamance y la revisión del Código Forestal. Para entonces, se calcula que la tala ilegal ya ha costado 10.000 hectáreas a los bosques de la Casamance.
No me quiero despedir de Cap Skirring sin antes visitar Diembering, una pequeña aldea de pescadores construida sobre las dunas. Me maravilla la imponente Ceiba que preside la plaza central del pueblo y asisto a la misa cantada, que se celebra cada domingo. Diembering me parece un pequeño remanso de paz a escasos 10 kilómetros del turístico Cap Skirring.
Deshago el camino hacia Ziguinchor, donde me espera el ferry a Dakar y desde allí el avión de vuelta a casa. Hago un alto de nuevo en Oussouye, reducto de la religión tradicional Diola y donde espero recibir audiencia de su Rey Sagrado. Tampoco me quiero ir de la Casamance sin visitar M´Lomp y pasar un último momento “a la sombra de las raíces de África”.
Las Ceibas de M´Lomp no son las más grandes de Senegal pero, sin duda, exhiben las raíces más espectaculares. Junto a un soberbio grupo de estos gigantes que esconden pequeños fetiches o altares, una coqueta casa con “impluvium” guarda otro tesoro: el Museo de las Tradiciones Diolas.
En este humilde museo se afanan por enseñar al visitante las singularidades de la cultura Diola. Muestran aperos para la labranza en los arrozales, nasas para la pesca en los manglares, artilugios para la recogida del vino de palma, armas de guerra como escudos fabricados con caparazones de tortuga o mazas con raíces de Mangle. Pero lo que más atrae la atención de los visitantes son los fetiches, uno de los pilares de la religión tradicional Diola. En la religión tradicional, los fetiches o altares son una especie de mediadores con el Ser Superior. El elemento físico, piedras, huesos o trozos de madera, solo es una representación física del espíritu al que se invoca para que interceda ante una necesidad concreta. No hago más que transcribir una pequeña explicación, posiblemente mal entendida por mí, pero transmitida con pasión por el guía local.
En la entrada al Bosque Real de Oussouye hay un cartel con el único texto en español que me he encontrado en todo el viaje “Acceso prohido a toda persona extranjera”. Dentro vive el Rey de Oussouye, que recibe a los visitantes en audiencias reales. Al segundo intento, consigo una audiencia con el Rey. Mientras lo espero a la entrada del bosque sagrado en un espacio abierto habilitado para la recepción de los visitantes, me parece estar participando en una “turistada”.
Para aprender un poco sobre el personaje que estoy a punto de conocer leo un interesante artículo de Jordi Tomás “¿Un Rey Sagrado en el Siglo XXI? La realeza joola de Oussouye revisitada”. Según Jordi Tomás parece que el reino de Oussouye se remonta como mínimo a finales del siglo XVII, aunque podría ser mucho más antiguo. El reino engloba una red de 21 pueblos y barrios, con una población de unas 12.000 personas, y mantiene estrechos vínculos rituales con otros reinos Diola cercanos, tanto de Senegal como de Guinea Bissau. La elección de un nuevo rey no es hereditaria; hay varias familias o linajes reales entre las que sucesivamente recae la realeza. Ser el Rey de Oussouye no debe ser una tarea sencilla. El cargo conlleva una serie de obligaciones que debe cumplir de forma estricta: no puede salir del reino bajo ningún concepto; debe vivir con su familia aislado en el Bosque Sagrado; en las ceremonias y recepciones oficiales debe vestir siempre de rojo y llevar consigo una especie de corona, un cetro y un taburete o trono. Para Jordi Tomás las funciones del rey emanan de la visión negroafricana que percibe la realidad impregnada siempre de religiosidad. Así, su principal función es religiosa o ritual, mediante libaciones y rogativas a su Dios, Atemit, para la protección y otras necesidades de su pueblo. Pero el rey también es responsable de la paz social en su reino, por lo que cumplió un papel activo en los tiempos más duros del conflicto armado; puede hacer de mediador en conflictos; y tiene una importante labor redistributiva a la población con problemas económicos, a la que antiguamente ayudaba con arroz de los campos de cultivo reales y hoy con dinero obtenido sobre todo a través de las visitas de los turistas. En ese debate entre tradición y modernidad que recorre África, tengo la sensación de que la realeza sagrada de Oussouye ha encontrado su espacio en la globalidad sin perder los valores tradicionales locales. Como sugiere Jordi Tomás, la religión tradicional joola está en plena vigencia y le queda una larga vida en los avatares de la historia.
Tras un rato de espera, llega el momento de la recepción real. El Rey se sienta en su trono y me da la palabra. A través de un traductor le cuento de mi viaje en bici por Senegal y de mi interés por conocer los secretos de los bosques sagrados, los fetiches, las ceremonias de iniciación,… Tras escucharme serenamente, me dice unas palabras de cortesía, nos sacamos unas fotos y se despide entrando nuevamente en su misterioso bosque sagrado. No parece tener ningún interés en satisfacer mi curiosidad. Recuerdo una reflexión de Naipaul en “La máscara de África”, mientras recorría el continente intentando desentrañar las creencias africanas:
“Veinte años antes, en Costa de Marfil, había comprendido por mi trato con los magos que, llegado cierto momento, no había lugar para quienes nos limitábamos a indagar; los magos de la región no lo comprendían. Y para ellos no era justo. A ellos les importaba su fe. No les gustaba pensar que pudieran burlarse de ella.”
A la noche converso con una joven pareja de turistas. Regresan de la recepción real y el Rey les ha hablado de la visita de un chico que recorre el país en bici. El comentario del Rey me hace sentir orgulloso de este viaje en bici, “a la sombra de las raíces de África”.
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