Progreso:

Un bosque en movimiento (2 de 5)

Otoño en Izki. La Senda de los Arrieros

Con el estómago caliente después de cenar pan y vino y la que aquí llaman sopa en queso, un hombre se asomó a la entrada de la “Venta de Arrieros”.  Era una tarde lluviosa de otoño de 1592. Al fondo, la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora dominaba la aldea de Quintana. A su espalda, podía intuir el frondoso bosque de Izki, donde el hombre se iba a adentrar al amanecer con sus mulas y su cargamento de pellejos con vino riojano. Todavía le quedaba por delante un largo camino hasta los puertos vizcaínos de Bermeo y Lekeitio, de donde retornaría con pescado en salmuera. Un arriero siempre está en camino.

Izki desde la venta de los arrieros

Nuestro arriero descansaba tras una larga jornada. Superar la escarpada Sierra de Toloño – Cantabria, que separa las fértiles llanuras riojanas de los bosques de la Montaña Alavesa, resultaba fatigoso. Venía desde Logroño y había cruzado la sierra por el puerto de Villafría, con lo que evitaba los derechos de aduana o “tablas”  que habría tenido que pagar en el cercano puerto de Lapoblación, ya en territorio navarro. A pesar de su dureza, le gustaba este paso, bajo el bonete y la ermita de San Tirso. Y agradecía que en los últimos tiempos se hubiera habilitado un camino de carruajes, cercano  al sendero de herradura tradicional.

El bonete y la ermita de San tirso

Anochecía y en la Venta de Quintana se había hecho el silencio. Pero el arriero no tenía sueño. Protegido de la intensa lluvia bajo el quicio de la puerta, visualizaba el día siguiente, caminando con sus mulas por los senderos de Izki. Sabía que no iba a estar solo. Que se podría encontrar con los jóvenes pastores, que en otoño echaban los cerdos al monte a comer el pasto de roble. Que escucharía las hachas retumbando entre los árboles, afanadas en cortar madera con la que reparar las casas de las aldeas cercanas o leña para calentarlas. Que desde algún rincón del bosque le llegaría el olor a humo de las carboneras. Que sus pasos serían observados por la mirada furtiva de cazadores o pescadores escondidos a la espera de su presa. Y esperaba no convertirse él mismo en presa de osos, lobos o forajidos.

En unas horas, el arriero se iba a reencontrar con unos bosques y unas gentes de Izki que un día fueron muy distintos a como él los conocía. Seguramente no podría entrar en su cabeza que hubo un tiempo en el que en esta tierra no había ni bosques ni gente. Fue al final de la última glaciación cuando la naturaleza inició su labor restauradora. El paisaje se vio salpicado primero por árboles pioneros, como el pino silvestre y el abedul, que poco a poco fueron dejando paso a los robles y avellanos, mientras que las hayas no se asomaron hasta  bastante tiempo después. Estaba naciendo el bosque de Izki.

Izki es un territorio con escasas huellas prehistóricas de habitación pero que siempre ha proporcionado recursos abundantes a los que se han establecido en sus inmediaciones. Hace 200.000 años ya merodeaban por la zona los neardentales. Pero no fue hasta el fin de la Edad del Hielo cuando nuestros antepasados, como los bosques, se asentaron definitivamente en estas tierras. El arriero no se imaginaba que esos pequeños abrigos junto al río en las inmediaciones de Vírgala en los que se solía detener a almorzar habían sido ocupados por los primeros Homo sapiens de Izki hace unos 10.000 años.

Los arqueólogos han descubierto que el yacimiento de Atxoste conserva restos de ocupaciones humanas entre el 10.500 y el 1.500 a.C. La ubicación estratégica de Atxoste entre los amplios bosques de Izki y las alturas de Entzia y Urbasa aportaba una gran cantidad de recursos a los grupos nómadas del Mesolítico. Un territorio que les proporcionaba grandes presas como uros, ciervos, jabalís, corzos y otros mamíferos, gran variedad de frutos como bayas, bellotas, avellanas o piñones y madera para el fuego, en lo que Joseba Abaitua ha descrito como “el paraíso de los últimos cazadores recolectores de la Península Ibérica” (Revista Mendialdea Press, 2016). Hace unos 5.300 años, los ocupantes de los abrigos de Vírgala ya habían aprendido a cultivar y moler el cereal y a criar ganado, iniciando la transición al Neolítico y a los grandes cambios en el paisaje que se avecinaban.

Yacimiento de Atxoste

A escasa distancia de la Venta de Quintana en la que el arriero ya dormía plácidamente, hace tres milenios existía un castro fortificado sobre el actual pueblo de San Román de Campezo: la Trinchera de los Moros. Como otros poblados de la Edad de Hierro, se localizaba en un alto, protegido por acantilados y murallas defensivas. La ubicación privilegiada de la Trinchera de los Moros permitía una amplia panorámica del entorno. Desde esa atalaya se dominaban extensos bosques de robles, hayas y encinas. Bosques misteriosos que seguramente constituían una masa forestal continua y extensa como la que ha perdurado hasta nuestros días en Izki.

 San Román de Campezo y la Trinchera de los Moros

La romanización no fue muy intensa en la zona al estar alejada de las principales calzadas romanas. En todo caso, topónimos como Quintana dan testimonio de su influencia y los castros se fueron abandonando a favor de pequeñas poblaciones que surgieron en los fondos de valle junto a las vías de comunicación. No hay constancia de asentamientos en el interior de los montes de Izki, que mantuvieron su cobertura boscosa y su vocación forestal y ganadera en parte debido a la pobreza de sus suelos arenosos.

El arriero se despertó a la medianoche y en la vigilia le asaltaron imágenes de viejos viajes. Recordó la vez que, saliendo del cercano pueblo de Lagrán, caminaba en medio de otro aguacero, aterido por el frío y la lluvia que  a ratos se convertía en granizo. De repente, un joven pastor le salió al paso. –“Mi nombre es Pedro López de Laño, señor. Acompáñeme y nos resguardaremos de la cascarrina” – dijo el niño mientras le señalaba unas extrañas cuevas en las que se cobijaban las ovejas a su cargo.

Las Gobas de Laño

El arriero no sospechaba que las cuevas eremíticas de Laño, Markinez, Urarte y Faido constituyen la prueba más antigua de cristianización en el País Vasco. En Laño hay indicios de la utilización de Las Gobas y Santorkaria por eremitas desde finales del siglo V hasta el siglo XIII, en que fueron abandonadas al aparecer los monasterios y ermitas románicas. Los eremitas eran varones ermitaños que buscaban un lugar silencioso y apartado donde recogerse y rezar. Aprovechaban  abrigos y oquedades naturales que ellos mismos  ampliaban horadando sus paredes hasta convertirlos en sus templos y altares, sus viviendas y sus sepulturas. Vivían una vida de pobreza ascética en contacto con la naturaleza.

En esa época, el territorio de Izki fue escenario de numerosas disputas y conflictos: primero entre cristianos y musulmanes, después entre  cristianos y cristianos. Se convirtió en terreno fronterizo, en el que los reinos de Navarra y Castilla plasmaban su dominio con la construcción de castillos como el de Korres y la fundación de Villas de Realengo como Bernedo y Korres. Según recoge Ramón Martín en “Izki, Parque Natural” (1), en la concesión de título de villa a Santa Cruz de Campezo consta la primera mención de Izki :

“Et/ sobre aquesto otorgoles Yzqui con todos sus términos, et estos términos sobredichos los do e les otorgo con montes, con yerbas, con aguas e con todas sus pertinencias. (…) Et sobre aquesto deffiendo que nin el sennor de la villa nin el mio merino sea osado de fazerles con que les pese.” (1)

El castillo de Korres

El siglo XIV fue tiempo de grandes epidemias como la Peste Negra. Debilitada, la corona castellana cedió a los nobles locales numerosas poblaciones como Villas de Señorío. La consolidación de estos Señoríos iba a marcar el destino de Izki y de toda la Montaña Alavesa en los siglos posteriores. Los Señores establecieron normas y sistemas de control en sus dominios. Como recoge José Antonio González Salazar en “Montaña Alavesa. Comunidades y Pastores”(2), los cercanos montes de Peñacerrada y de Lagrán eran tierra del Conde de Salinas y estaban custodiados por ballesteros armados, encabezados por un Abad o guarda mayor:

Robles reflejados en la laguna de Lacanduz

“En el dicho ayuntamiento de inmemorial asta el año pasado de mil y quinientos y noventa y cuatro años ubo cuarenta ballesteros en el dicho ayuntamiento todos gente onrrada vesinos de la dicha villa y de siete aldeas que la dicha villa tiene en este ayuntamiento. Abia un abad cabeça dellos que se decía abad y guarda mayor de los montes de señoria del conde de Salinas…” Archivo del Duque de Hijar. (2)

“Ordenaron e mandaron que ningun vezino de la villa de Peñacerrada ni sus Aldeas puedan cortar leña de los monttes altos de su Excelencia ya sea para fabrica de casa o ya para otras obras precisas y necesarias, sin que prezeda la lizenzia del Abad, y dada que sea se entendera siendo la cortta a beneficio del monte dexando orca y pendon según y como esta mandado por orden Real” Ordenanzas de ballestería de Peñacerrada de 1618 del Conde de Salinas (2)

Los montes de Izki, por el contrario, habían pertenecido a los pueblos comuneros desde tiempo inmemorial, sin grandes injerencias de señores o reyes. De un pleito de 1457 entre los vecinos de la Tierra de Arraia y su Señor Juan de Gaona data la primera referencia escrita a la existencia de montes comunales en la zona. En dicha sentencia se otorga el aprovechamiento de los montes comunes a los pueblos y se ordena que el Señor de Arraia no corte ni mande cortar ni rozar los montes ni dehesas de Arraia y Campezo a no ser que los vecinos lo permitan. A cambio, éstos deberán pagar a su Señor cada año dos suertes de madera de sus montes “para hacer leña para su palacio(2).

En el interior del bosque

Amanecía cuando el arriero se cubrió con su capa, arreó a sus mulas y junto a sus compañeros se sumergió decidido en la densa cortina de lluvia, que no había dejado de arreciar en toda la noche. Les esperaba otra fría jornada calados hasta los huesos. Según se alejaban de la villa de Quintana escucharon el tañido de la campana de Rituerto, el WhatsApp de la época, llamando a Concejo. El Concejo, la forma de gobierno de cada pueblo, en el que los vecinos, un miembro de cada casa o unidad fogueral, resuelven y deciden las cuestiones comunes. Democracia participativa en el pórtico de la iglesia desde tiempo inmemorial.

“Sepan como nos el concejo de Lagral e de Villaverde su aldea siendo juntos a campana tañida delante del portegado de la iglesia parroquial de Lagral según lo avemos de huso e costumbrado de nos untar en el dicho concejo…” (2)

Las coseras cercanas a Quintana ya estaban cosechadas y ofrecían sus últimos alientos al ganado. Viniendo del próspero valle del Ebro, al arriero le sorprendía la escasa relevancia de la actividad agrícola en los alrededores de Izki. Había llegado a escuchar que una ordenanza de la cercana aldea de Urturi obligaba a cada vecino a sembrar como mínimo dos fanegas de grano en las coseras, que junto con las huertas representaban los escasos terrenos de propiedad particular y uso agrícola, en la cercanía de los pueblos. El resto del territorio era monte, terrenos comunales con un uso silvopastoral que constituía la base de la economía local. Ciertamente, esta gente subsistía de su ganado y del bosque.

En la madrugada, los pastores ya estaban llamando a los animales para agruparlos y conducirlos al monte. “Curdiac, curdiac, curdiac”, se oía gritar a lo lejos al pastor de las ovejas y los corderos:

«Por otro capítulo que se allo en las antiguas que llamen a las ganaderias cada una por su nombre y mui de mañana el pastor de las vacas llamara su ganado con una grande vozina de Medellín y los vuieriços aran su reclamo en mitad de la calle real de esta villa llamando oquela oquela oquela y el pastor de los machos aga su rreclamo mandua mandua mandua o a son de un golpe de campana y el pastor de las cabras aga su reclamo con vozina el de los zerdos aga su reclamo urdiac urdiac urdiac y el corderizo aga su reclamo curdiac curdiac curdiac,…” Trascripción de 1726 de las ordenanzas pastoriles viejas de Lagrán (2)

Vaca pastando en Izki

El grupo de hombres y mulas llegó al bosque. A la izquierda quedaba el monte comunero de Quintana y Urturi, al que llamaban Sansuralde; a la derecha, la Dehesa de Quintana. Las desas o dehesas eran montes cercanos a las aldeas con un aprovechamiento ganadero en común por los vecinos del propio pueblo. Los montes más alejados, como los de Izki, eran comunidad de varios pueblos, con derecho en común al arbolado, el pasto, las aguas, la grana,…. El arriero sabía que estos bosques que les resguardaban de la lluvia llevaban resguardando desde tiempo inmemorial a las gentes de Izki, proporcionándoles el sustento básico para la subsistencia. Sabía que el aprovechamiento de sus recursos estaba regulado con detalladas ordenanzas, que establecían penas económicas para disuadir de posibles abusos sobre unos bienes tan necesarios.

El arriero saludó con un silbido al pastor de los bueyes, que vigilaba las bestias bajo un roble solitario en la Dehesa de Quintana. Debido a su importancia, el pastoreo en las dehesas estaba regulado minuciosamente. A algunas dehesas les decían “dehesa boyal”, muestra de la relevancia de la yugada o pareja de bueyes como el instrumento de trabajo más importante de las familias.

El Montico, Markinez, en 1978
Archivos del Servicio de Montes de la Diputación Foral de Álava

“También se manda que las dichas dehesas (de Bernedo) estén vedadas en cuanto al corte de los árboles todo el tiempo y a voluntad de cada uno de los pueblos en su propia dehesa…”“En cuanto a la hierba, pasto, grana y bebederos se manda que dichas dehesas estén vedadas desde el primer domingo de marzo hasta el dia de San Andrés de cada año para siempre”. (2)

El pastoreo del ganado porcino cumplía también una función especial, por su importancia en el consumo familiar:

“… los tres puercos asta el numero de tres pueda cada uno traer a cualquier tiempo asta el numero de tres y no más”. Ordenanzas de Ezquerran o Izki Alto de 1561 (2)

Al arriero le gustaba caminar por Izki en otoño. Las grandes hojas marcescentes del Roble Almez colgaban fantasmagóricas antes de caer y tapizar el suelo con una espesa alfombra que delataba con su crujir a los visitantes. Las gentes de Izki se internaban al monte para llenar la despensa de cara al duro invierno: a cazar, a pescar, a carbonear, a recoger frutos, bellotas o cama para el ganado, a guiar los rebaños, a por leña y madera… El arriero solo caminaba, él estaba de paso. Y en el camino le gustaba observar, preguntar y aprender.

Setas en el bosque de Izki

El sendero se internó en las oscuridades de Izki. Los arrieros siempre contaban tenebrosas historias del bosque, de bandidos, de lobos, de peligros detrás de cada sombra. Tal vez por eso, caminaban en silencio, en fila india. Pero a nuestro amigo el bosque le transmitía paz; al bosque le podía confesar sus secretos, le podía hablar de lo grandes que estarían sus hijos cuando regresara a casa, de lo mayores que estarían sus padres. Los árboles eran sus confidentes, sus compañeros.

En los montes de Izki abundaba el que aquí llamaban Roble Almez y en otros sitios Tocorno o Marojo (Quercus pyrenaica). Con sus grandes hojas aún colgando, el arriero lo distinguía fácilmente de la corteza más fina del Roble Albar (Quercus robur); de las hojas humildes del Roble Carrasqueño (Quercus faginea); de la copa globosa del Haya (Fagus sylvatica); del rústico Azcarro (Acer campestre); o del apreciado Maguillo (Malus sylvestris).

«(…) que en los dichos días no corten sino robres e ameçes y que no puedan cortar en ningun dia ninguna persona robres carrasqueños ni albar (…)” Ordenanzas  de YZQUI (Bajo) de 1553.

“Item ordenamosy mandamos que ninguno sea osado de arrancar maguillos…” Ordenanzas  de Ezkerran (Izki Alto) de 1561 (2)

Hojas de roble en otoño

El arriero se cobijó con su recua de mulas bajo la copa de un enorme Roble Albar, se arropó bien y aprovechó el descanso para escuchar el estruendo de la lluvia y del viento. Conocedores de la crudeza del invierno en Izki, los Almeces que lo rodeaban no se desprenderán de su otoñal follaje hasta finales de invierno. Y hasta bien entrada la primavera no se atreverán a renacer y rebrotar, temerosos de las habituales nevadas y heladas tardías del marcescente marzo local.

Bajo el Roble Gordo en Izki

Al arriero le entró hambre y decidió almorzar bajo el hermoso roble que le protegía de la lluvia. Puede que influido por el rugido de sus tripas, la orografía de Izki le recordaba a una enorme olla con las copas de los árboles azotadas por el viento borboteando en su interior. Pequeñas aldeas se asomaban al borde de la olla a modo de hambrientos comensales que comparten su rancho.

Las Comunidades de montes de Izki

Los montes de Izki eran compartidos por los pueblos de su periferia mediante acuerdos de uso y costumbres que se perdían en la memoria de los tiempos y que se acabaron concretando en dos comunidades de montes principales: “Izqui Bajo” o “Irazagorria” e “Izqui Alto” o “Ezquerran”. Como puede leerse en el Parketxe o Casa del Parque de Korres: “Los montes de Izki siempre han sido fuente de madera, pasto para el ganado, caza y otros recursos elementales para los vecinos de la comarca. El futuro de éstos, dependía del buen estado de los bosques y de los pastos de estos montes. Para mantener, ordenar y repartir estos recursos, a finales de la Edad Media, los pueblos vecinos a los montes de Izki celebraban reuniones de las que fueron surgiendo las Comunidades”.

Vista de Izki desde un mirador

La comunidad de Izqui Bajo o Irazagorria estaba constituida por los pueblos que se asomaban a la gran olla boscosa central: Retuerto (hoy despoblado), San Román de Campezo y Quintana, al sur; Marquínez y Arlucea, al oeste; Apellániz, Maestu y Corres, al norte y al este. El arriero comprendía que en estas tierras el monte unía más que separaba. Izki aglutinaba a los habitantes de pueblos de distintos valles e incluso de distintos señores, pero que mantenían un uso compartido de sus recursos silvopastoriles desde tiempo inmemorial.

Izqui Bajo celebraba en agosto su Junta o reunión anual al abrigo de la peña Larraneta, en el corazón del bosque. Y en el lugar conocido como “Roble Grande” se celebraban reuniones conjuntas de las Juntas de Izqui Bajo e Izqui Alto. ¿Sería el mismo roble bajo el que estaba almorzando unos ricos chorizos ahumados?

El arriero reanudó la marcha. Después de muchos años recorriendo estos caminos, ya chapurreaba un poco euskera. “Pizka bat”, decía. Lo suficiente para entender que Irazagorria es el helechal rojo o pelado, una muestra del deficiente estado de conservación del bosque en la época, sobreexplotado por la necesidad de las gentes de Izki. También sabía que ese sendero que llamaban “Mandabidea”, era el camino de las mulas. Vamos, el camino de los arrieros. Su camino.

Pasado un promontorio, se tropezó con un pobre carbonero que cortaba pequeños troncos junto al camino. Un pobre carbonero, o más bien un carbonero pobre. Se saludaron y continuaron sus respectivas labores. El uno hacer carbón; el otro, caminar.

“Yten hordenamos e mandamos que los probes e necesitados para que puedan vivir e sosteniar con su trabajo puedan cortar de los arboles e leñas que estan cortados en el suelo y de los otros arboles que no traen fruto… puedan cortar cada dia e aprovecharse dellos sin pena alguna ansi haziendo carbon como otro cualquier labor” Ordenanzas  de YZQUI (Bajo) de 1553 (2)

“… está mandado que no se haga carbon en los dichos montes del dia de San Juan fasta San Miguel, por la mucha desorden de fuego y otras causas que en los dichos montes se hazian agora de nuevo entendiendo la grande necesidad entre las gentes y vecinos de los dichos montes y con poder que cada uno de los dichos junteros trayan de sus concejos dixieron ordenaron y mandaron que dende oy en adelante puedan los participantes hazer carbon como antes se asia para que la gente necesitada se alimente…” Junta de Izki Alto de 1583 (2)

Carbonera en Bernedo

La presión sobre los recursos de los montes de Izki por parte de los vecinos comuneros empezó a poner en peligro el mismo mantenimiento del bosque. Las Ordenanzas de Izki Bajo de 1553 y 1584 y las de Izki Alto de 1561 trataron de introducir una serie de reglas en la gestión forestal de las comunidades para detener un deterioro del arbolado que hasta el arriero percibía.

“Yten hordenamos e mandamos que en quanto al corte de los robres por quanto somos informados que los dichos montes estavan atalados y en partes despoblados de arboles queriendo poner sobre ello remedio hordenamos e mandamos que de aquí adelante que no vaya de cada casa sino una y de cada vezino de los que pagan los derechos e derramas de los dichos montes de IZQUI y esto se entiende que an de cortar en los lunes de cada semana…” (2)

Las Comunidades de Montes de Izqui Bajo y de Izqui Alto estaban gobernadas y administradas por los propios pueblos comuneros, sin que tuvieran voz ni voto los señores ni otras instituciones. A la Junta General acudía un representante por pueblo, denominados Alcaldes Montaneros y la presidía un Alcalde de Cédulas, que ostentaba la representación de la Comunidad. La vigilancia del monte, la ejecución de prendarias y el cobro de multas correspondían al Merino Montanero o Guarda Merino del monte, si bien todos los vecinos tenían la obligación de defender el monte.

Hayedo de Ramuza en Lagrán

Yten ordenaron y mandaron que si algun forano fuere allado cortando robre o aya otro cualquiera arbol en los dichos montes de Yzqui que pague de pena por cada pie que cortare seiscientos maravedis e para prender a tales personas foranas damos poder a nuestro montanero e a otro cualquier vecinos que sean de los lugares que las allaren…” Ordenanzas  de YZQUI (Bajo) de 1553 (2)

Llegando al pueblo de Apellániz, el arriero echó la mirada atrás, hacia los pobres montes y las pobres gentes de Izki. Se despidió con un hasta pronto, pues sabía que pronto regresaría.

«Si saben que el dicho lugar de Apellaniz e vecinos son muy pobres poblados en una sierra e montaña esteril e que ningunos propios tienen ni sola una blanca de renta (…)e asi se van a un monte que tienen e con el labor y trabajote sus manos de madera e tabla que hacen para las ciudades de Logroño e Vitoria e otros lugares comarcanos se sostienen con mucha pobreza con solo el pan e bebiendo agua porque en el dicho lugar no se coge vino..” Pleito entre el concejo y (…) y el señor de Apellániz en 1511 (2)

Vista de Izki desde la zona de Apellániz

Bibliografía consultada en este capítulo:

(1) Martín, R.; 2005. Izki, Parque Natural. Diputación Foral de Álava. Vitoria-Gasteiz

(2) González Salazar, J. A.; 2005. Montaña Alavesa. Comunidades y Pastores. Ohitura, Estudios de etnografía alavesa. Diputación Foral de Álava. Vitoria-Gasteiz

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