Un relato forestal viajero por Senegal en 2018
El Parque Nacional de Djoudj se extiende por la frontera entre Mauritania y Senegal, en pleno delta del río Senegal. Este humedal bien podría parecer un gigantesco espejismo a los millones de aves que todos los años atraviesan en un viaje de ida y vuelta el Mediterráneo y el Sáhara, esa implacable barrera a los movimientos migratorios entre África subsahariana y Europa. Pero Djoudj no es ningún espejismo. Pese a su modesta extensión de 16.000 hectáreas, dicen que es la tercera reserva ornitológica en importancia del mundo y junto al cercano Parque Nacional de Lengua de la Barbarie representa un verdadero oasis para las oleadas de aves que se aventuran a cruzar el desierto escapando del frio invierno europeo.

Visito Djoudj a principios de noviembre de 2018. Todavía parece estar desperezándose, intuyendo que en pocas semanas se convertirá en un auténtico paraíso para más de 360 especies de aves. Las más madrugadoras ya están aquí: las garcillas cangrejeras, los martinetes, diversas garzas y garcetas, los cormoranes y las anhingas, las águilas pescadoras y los pigargos voncingleros; incluso unas elegantes grullas coronadas. Sin embargo, hay una especie que eclipsa a las demás, por su singularidad y por su abundancia. Ya los había observado volando en formación con esos enormes picos que parece que les van a hacer volcar en el aire. A la vuelta de un meandro me quedo deslumbrado con la visión de centenares de pelícanos que se apelotonan en un pequeño y desnudo islote, un refugio en el que sus crías crecerán a salvo, libres de predadores.

A medio camino entre los humedales de Djoudj y Lengua de la Barbarie, descubro otro paraíso, otra “tierra prometida”. En este caso es un refugio para los ungulados sahelianos, esos que han establecido su territorio a las mismas puertas del inhóspito desierto. Las 720 hectáreas valladas de la Reserva de fauna de Guembeul, una gran cubeta encharcable rodeada de la típica sabana subsahariana con arbustos espinosos y acacias, constituyen un privilegiado centro de acogida en régimen de semi-cautividad para diversas especies en peligro de extinción.

En Guembeul se cuida con mimo a las gacelas Dorcas Saharauis, a los órixs de cuernos de cimitarra o a las gacelas Dama Mhorr, llegados desde programas de conservación en cautividad en Israel y España. Estas planicies se convierten en su hogar durante un período de aclimatación y como fase previa a su reintroducción en el gran Sahel senegalés, en la región de Ferlo Norte. Aquí también se cría en cautividad la tortuga Sulcata, la tercera especie de tortuga más grande del mundo. Sus poblaciones en libertad, desde Senegal hasta Eritrea, están en grave declive, a pesar de ser venerada como símbolo de felicidad, fertilidad y longevidad.


La hermosa gacela Dama Mhorr, la más grande de las gacelas, ha sobrevivido gracias a una también hermosa cooperación entre naturalistas a ambos lados del gran desierto. En 1971, cuando estaban a punto de desaparecer de su propio territorio, un pequeño grupo de once gacelas fue trasladado por iniciativa de Jose Antonio Valverde a un instituto de conservación en Almería. Décadas de silencioso trabajo se ven hoy recompensadas con la reintroducción de los descendientes de aquellas supervivientes en sus hábitats originales de Marruecos, Túnez y Senegal.
Por desgracia, no todas las historias de migraciones entre África y Europa se pueden contar con el mismo final feliz que la de las aves de Djoudj o la de los antílopes de Guembeul.

En el Parque Nacional de Djoudj comienzo un viaje en bici en el que pretendo recorrer Senegal de norte a sur. Un viaje a las raíces de África.

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