4. La selva de los antiguos mayas
Estoy en Chiapas. La Chiapas de ciudades coloniales como San Cristóbal de las Casas; la de los coloridos trajes, festejos y mercados de las comunidades indígenas mayas; la de las montañas, ríos, cascadas y cañones de los Altos de Chiapas; la del movimiento zapatista y el Subcomandante Marcos. Pero yo estoy buscando otra Chiapas, puede que menos conocida pero igual de mágica. Quiero visitar la Selva Maya de las tierras bajas de Chiapas. Y qué mejor para empezar, que acercarme a las míticas ciudades mayas que un día se levantaron en esa selva. Ciudades como Palenque, Yaxchilán y Bonampak.


Palenque es uno de los pueblos mágicos de Chiapas. En la Plaza Central, presidida por la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, se celebra estos días el Festival Mundo Maya. Entre la música, los bailes y los puestos de comida, me llama la atención en el lateral de la plaza una exposición fotográfica. Son los “Tejidos imaginarios”, obra de la artista mexicana Lizette Abraham. Retrato a la autora junto a una de sus obras, en la que una mujer teje su propio pelo como si se tratara de un telar. Para Lizette, “estas imágenes están inspiradas en el arte textil maya de la comunidad de Chenalhó Chiapas. Son a través de las vidas de la tejedoras, de sus sueños y de sus tejidos, que las voces de las mujeres se entretejen en su entorno, en su cultura y en sus símbolos textiles. Estas imágenes se vuelven tejidos fotográficos de sus historias, historias que construyen un diálogo con mis imaginarios.” Un pequeño homenaje a las comunidades mayas de los Altos de Chiapas que en este viaje que dan lejos de mi itinerario.
Para conocer los alrededores de Palenque, me uno a una excursión a las dos cascadas más conocidas de la zona. Sin embargo, el acceso a las cascadas de Agua Azul está cerrado desde el día anterior por un conflicto entre dos ejidos locales que se disputan los derechos de cobro. Así que cambian la ruta y además de a la espectacular cascada de Misol-Ha, nos llevan a las menos turísticas cascadas de Roberto Barrios. Ambas están también en terrenos ejidales, por lo que las comunidades indígenas propietarias nos cobran una tasa de entrada. Tiempo después me entero de que en Roberto Barrios hay una comunidad zapatista, aunque desconozco si son los zapatistas los que gestionan el cobro para el acceso de los turistas.
Por el camino, he visto carteles a la entrada de algunas comunidades en los que se advierte que “aquí manda el pueblo y el Gobierno obedece”. Son las comunidades zapatistas. En los pocos días que llevo en Palenque, esos carteles al borde de la carretera son una de las escasas señales que recuerdan la presencia de los zapatistas. Parece como si el movimiento zapatista actual hubiera sido invisibilizado a los ojos del turismo y solo fuera ya un recuerdo que los visitantes nos podemos llevar a casa en forma de muñequitos con pasamontañas. Pero muy al contrario, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) mantiene vigente su lucha, ahora ya no militar sino política y social, a través de las comunidades zapatistas.


Aunque no he venido a Chiapas en busca del llamado “zapaturismo”, quiero aprender un poco del movimiento zapatista, que tanto ha contribuido a visibilizar las luchas de los pueblos indígenas de México y de todo el continente americano.
El 1 de enero de 1994 se produjo el levantamiento zapatista, cuando grupos de indígenas mayas tzeltal, tzotzil, chol y tojolabal provenientes de los Altos de Chiapas y de la Selva Lacandona ocuparon por las armas las ciudades de San Cristóbal de las Casas y otras siete cabeceras municipales de Chiapas,. Su objetivo declarado era luchar contra las estructuras políticas que mantenían a los indígenas en situación de discriminación y de pobreza extrema.
La imagen del Subcomandante Marcos con su pasamontañas se convirtió desde el primer momento en el símbolo del movimiento zapatista. Para conocer un poco sus ideas leo el libro “Yo, Marcos”, en el que subrayo unas frases del Subcomandante:
“¿Qué por qué me decidí a estar aquí? Buena pregunta. ¿Yo qué chingados estoy haciendo aquí? No sé, no tengo respuesta. No puedes estar aquí diez años y quedar igual. Si con un día que estás aquí sientes que algo te pasa, imagínate todos los días viendo las mismas ganas de cambiar o de ser diferente y de mejorar. No puedes quedarte así a menos de que seas un cínico o un hijo de puta”
“Nuestro hijos tienen que entrar a trabajar desde muy pequeños para poder conseguir algo de alimento, ropa y medicinas. Los juguetes de nuestros hijos son el machete, el hacha y el azadón. Jugando, sufriendo y trabajando salen a buscar leña, a tumbar monte, a sembrar desde que apenas aprenden a caminar. Comen lo mismo que nosotros: maíz, frijol y chile. No pueden ir a la escuela porque el trabajo mata todo el día y la enfermedad la noche mata. Así viven y mueren nuestros niños y niñas desde hace 501 años”
“Los indígenas tenemos el sagrado derecho de ser escuchados. Por eso les pido a nombre de mis compañeros todos que, si es posible, hagan el esfuerzo de buscar la forma de ser escuchados, porque entendemos bien que todos los indígenas del mundo somos los más despreciados, los más marginados , los más olvidados.
Creemos que ha llegado el momento de que todos unamos nuestras voces para que nos escuche el mundo entero”
Llega a mis manos otro bonito libro, “Las voces del espejo”, en el que famosos escritores ponen letra a los dibujos de los niños y niñas de las comunidades zapatistas de Chiapas. Trocitos de futuro disfrazados de dibujos y palabras, como las de Mario Benedetti en el poema “Chiapas”:
“Creyeron que era sólo una intentona
de fundar una patria más honesta
o de buscar en vano una respuesta
a la inmóvil penuria de la zona
así y todo la Selva Lacandona
arrancó a los señores de su fiesta
cuando acababan de doblar su apuesta
junto al viejo tahúr que no perdona
un desmadre sin par / pero es noticia
y en su lucha frontal contra el olvido
en su indígena afán por la justicia
esta guerrilla en paz ha dividido
la historia mexicana en dos etapas
antes de Chiapas y después de Chiapas.”

Aunque me pese, reconozco que estoy aprendiendo más sobre el movimiento zapatista mientras me documento para escribir este relato que durante mi viaje a Chiapas. En realidad, yo había venido a Palenque para conocer sus sitios arqueológicos mayas, sus selvas y a los lacandones. Desconocía que la lucha de los zapatistas iba a volver a cobrar protagonismo en este relato cuando me pusiera a escribir sobre los indígenas lacandones. Pero eso llegará más adelante…
Dicen que las ruinas mayas de Palenque bien merecen por sí solas una visita a Chiapas. Palenque alcanzó su época de máximo apogeo en el periodo clásico, a la par de otras grandes ciudades-estado que surgieron de las profundidades de la Selva Maya, como Tikal y Calakmul. Palenque es una de las zonas arqueológicas mayas mejor conservadas. En el centro del sitio destaca el Gran Palacio, que en realidad es un conjunto religioso reservado al rey y a sus sacerdotes. A un lateral del Gran Palacio y en una ubicación privilegiada, se conserva un coqueto juego de pelota, una ceremonia con un profundo sentido simbólico y religioso.


Al otro lateral del Gran Palacio se levanta la Pirámide de las Inscripciones, el edificio más alto del conjunto. Recibe su nombre de sus grandes tableros esculpidos con textos glíficos que han aportado información invaluable para conocer la historia de Palenque. La Pirámide de las Inscripciones oculta en su interior su principal tesoro, la cámara funeraria del rey Pakal, que no fue descubierta hasta 1952 cuando el arqueólogo mexicano Alberto Ruz abrió la entrada a la cámara. “En el momento de pasar el umbral tuve la extraña sensación de penetrar en el tiempo, en un tiempo que había sido detenido mil años antes”, describió posteriormente. En el Museo del Sitio de Palenque se exponen las réplicas del sarcófago de Pakal y de la cámara funeraria de su esposa, la Reina Roja. La escena labrada en la lápida del sarcófago representa a Pakal renaciendo de la tierra como personificación de K´awiil, dios de la agricultura y del maíz. Pakal surge del inframundo y llega al nivel terrestre guiado por el tronco de un árbol sagrado. El sarcófago muestra en sus costados grabados de árboles frutales como el aguacate, el cacao, el mamey, el nance, el guayabo y el zapote. Una muestra del valor de los árboles en la cultura maya.


El Grupo de las Cruces es el espacio ritual más importante de Palenque. Las principales pirámides del grupo son el Templo de la Cruz, el Templo de la Cruz Foliada y el Templo del Sol. En el Museo del Sitio de Palenque lo definen como “la morada de los dioses” y explican que “fue concebido como la imagen del universo, en donde sus templos simbolizan los lugares míticos donde los dioses habían nacido”. Observo el paisaje desde lo alto del Templo de la Cruz. Frente a mí, se alza una pequeña colina completamente cubierta por un denso bosque tropical que se extiende a su espalda en lo que ahora es el Parque Nacional de Palenque. Las ruinas de Palenque parece que hubieran sustraído un pedazo de terreno a la selva que las arropa a los pies de la sierra chiapaneca.


El análisis de la arquitectura, las esculturas y las inscripciones glíficas de Palenque ha mostrado a los arqueólogos muchos secretos de la historia y costumbres del mundo maya clásico. Me acerco al Museo del Sitio de Palenque para descubrir algunos de estos secretos. De todas las ciudades mayas que la selva engulló hace ya más de mil años, Palenque fue la que primero se descubrió para el mundo moderno, allá por 1784. Aún hoy, únicamente está explorado una pequeña parte de la superficie de la ciudad y se estima que al menos mil construcciones permanecen ocultas en la selva. Se calcula que hacia el año 750 d.C., la extensión de Palenque era de más de 2 km2 y que contaba con una población de entre 8 y 10 mil habitantes, lo que la convierte en una de las ciudades clásicas más densamente pobladas de Mesoamérica.
Algunos investigadores opinan que, para hacer frente a esta población en continuo aumento, al aplicar el sistema rotatorio de tala y quema propio de la milpa maya, los mayas llegaron a deforestar una gran parte del bosque tropical en el que vivían, lo que habría conducido a la degradación de los suelos y al colapso de su civilización.
Otros investigadores sostienen que el colapso no tuvo causas medioambientales y que la milpa maya tradicional es un sistema sostenible de cultivo de la selva. Así lo afirman Ronald Nigh y Anabel Ford, que en “El Jardín Forestal Maya” describen lo que consideran que han sido ocho milenios de cultivo sostenible de los bosques tropicales basados en la milpa y el jardín forestal. En “El Jardín Forestal Maya” defienden que la milpa tradicional maya “tiene por resultado el enriquecimiento de las selvas con especies útiles para los humanos y la mejora significativa del ecosistema”. En sus tesis consideran que la selva de los antiguos mayas era un paisaje en mosaico en constante movimiento: con huertos familiares ligados a las viviendas; milpas con maíz, frijol, calabaza y chile originadas por la tala y quema de parches de selva; bosques secundarios en los parches de milpa abandonados; y bosques altos densos. El paisaje de milpa y jardín forestal maya se basa en un profundo conocimiento del medio y en el uso múltiple de los recursos que ofrece una selva en la que gran parte de las especies tienen un valor utilitario diverso: medicinal, maderable, alimento, religioso, pigmentos, resinas, ornamental,…

Para sumergirme de verdad en la selva de los antiguos mayas solo tengo que montarme en un microbús que me lleva desde Palenque hasta Frontera Corozal, a orillas del río Usumacinta. En Frontera Corozal, que precisamente marca la frontera con Guatemala, nos espera una barca a motor que nos va a llevar río arriba hasta nuestro esperado destino: las ruinas mayas de Yaxchilán, en el interior de la Selva Lacandona.

Yaxchilán es una antigua ciudad maya que en su día rivalizó con Palenque y que se alza prácticamente oculta sobre un amplio meandro del Usumacinta. Después de visitar ciudades mayas tan monumentales como Tikal y Palenque, no esperaba que Yaxchilán me fuera a sorprender. Y me ha sorprendido gratamente. Yaxchilán sorprende desde antes de llegar, ya que su único acceso es por el río; sorprende por su ubicación en un enorme meandro con forma de herradura; sorprende por su disposición en terrazas conectadas por largas escalinatas; sorprende por las vistosas inscripciones de sus estelas y dinteles, que narran las luchas de poder de gobernantes como Pájaro Jaguar. Pero lo que más me sorprende de Yaxchilán es su simbiosis con la selva que la envuelve. Casi todas las grandes ciudades mayas están inmersas en la selva, pero Yaxchilán, tal vez por su aislamiento, se siente parte de la selva.

Mientras caminamos por la Gran Acrópolis, que se levanta sobre una colina que se alza 40 metros por encima de la Gran Plaza y a la que se accede por una espectacular escalinata, un sonido gutural que proviene de lo alto del dosel nos sumerge más si cabe en la selva. Es un pequeño grupo de ruidosos monos aulladores, cerca de los que parecen divertirse con sus acrobacias unos silenciosos monos araña. Por un momento, creo percibir que estos monos callan celosamente los secretos de la antigua civilización maya.

En Yaxchilán, poso para la cámara tanto bajo la emblemática crestería del edificio 33, como entre las monumentales jambas de una gran Ceiba (Ceiba pentandra), el árbol sagrado de los mayas. Camino tanto por los pasillos del Laberinto, como bajo las copas de grandes árboles de Cedro (Cedrela odorata), Chicozapote (Manilkara zapota), Ramón (Brosimum alicastrum), Hule (Castilla elástica) o Amapola (Pseudobombax ellipticum). Con un poco de imaginación, en Yaxchilán uno se puede sentir como un viejo maya paseando por su selva, la Selva de los Mayas.


Muy cerca de Yaxchilán se puede visitar el sitio arqueológico de Bonampak. A las ruinas de Bonampak se accede desde un amplio aparcamiento y a través de un camino flanqueado por puestos de artesanía. Definitivamente, la entrada a Bonampak carece del misticismo del recorrido en canoa por el río Usumacinta hasta Yaxchilán.
Bonampak fue una ciudad maya de mediana importancia que estuvo subordinada a Yaxchilán. No se trata de una zona arqueológica especialmente reseñable, excepto por un detalle que la convierte en única: Bonampak conserva los murales más extraordinarios del mundo maya.

El sitio arqueológico se estructura básicamente en una plaza central sobre la que se alza una acrópolis en una colina habilitada en terrazas y escalones. En una de estas terrazas se levanta un sencillo templo dividido en tres pequeñas habitaciones con sus muros interiores cubiertos por pinturas magníficamente preservadas. Se piensa que muchos templos mayas lucían pinturas similares a las de Bonampak, pero la selva y el tiempo se han encargado de borrarlas. Por eso, las pinturas de Bonampak tienen un valor extraordinario.

Los murales relatan la historia de los gobernantes de Bonampak. Son escenas de entronizaciones, de guerra, de pago de tributos, de sangrientas ofrendas religiosas o de captura de prisioneros para el sacrificio. Escenas que muestran una civilización en la que los conflictos militares y las guerras debían ser muy habituales.
Nuestro guía en Bonampak es un indígena lacandón, que viste su túnica blanca tradicional. De hecho, una de las principales poblaciones de lacandones está muy cerca de Bonampak. Se llama Lacanjá Chansayab y voy a pasar allí las dos próximas noches para intentar conocer el modo de vida de los indígenas lacandones que viven actualmente en el corazón de la Selva Maya.


Hasta ahora he podido conocer la selva de los antiguos mayas a través de los sitios arqueológicos como Palenque, Yaxchilán y Bonampak. Para unos, fue una cultura que vivió en equilibrio con sus selvas; para otros, una civilización que colapsó por las guerras y por la deforestación de la selva provocada por la sobrepoblación. Una selva que guarda el secreto del fin de la civilización de los antiguos mayas.

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