Progreso:

La aventura del Yukón (5 de 7)

Remando por el Yukón

Toma de contacto

En Whitehorse contemplamos por primera vez el Yukón y nos imaginamos remando ya en nuestras canoas por sus rápidas aguas rumbo a Dawson City. Pero antes de empezar a navegar aprovechamos los días libres para dar dos pequeños paseos, uno andando y otro en bicicleta. Una toma de contacto con el río y su entorno.

El primer paseo es una caminata hasta el Long Lake, a escasos cinco kilómetros de Whitehorse en la otra orilla del Yukón. Caminamos entre bosques de piceas y de pinos.

Long Lake en Whitehorse
Long Lake en Whitehorse

Al pino lodgepole (Pinus contorta) ya lo descubrimos en los últimos días del Chilkoot Trail. Las piceas, tanto la blanca como la negra, se van a convertir a partir de ahora en nuestros principales acompañantes arbóreos. De hecho, son los árboles que dominan el paisaje de la taiga canadiense.

La picea negra (Picea mariana) ha sido llamada «el árbol que crece donde ningún otro árbol se atreve a crecer», ya que con su sistema de raíces poco profundo prospera en una gran variedad de suelos y condiciones climáticas y puede crecer incluso en áreas pantanosas frescas por encima del permafrost.

La picea blanca (Picea glauca) es probablemente el árbol abundante en la región circumpolar norteamericana y uno de los más útiles. Tradicionalmente los indios canadienses han usado los troncos y cortezas de la picea para todo tipo de artilugios, como escondrijos, trampas de pesca, cercas para caribúes y edificaciones; la savia como pegamento; las raíces para cestas y cuerdas…

Long Lake en Whitehorse

El segundo recorrido que damos por los alrededores de Whitehorse es un paseo en bici hasta otro de los puntos emblemáticos de los tiempos de la fiebre del oro: Miles Canyon. Los rápidos de Miles Canyon y los cercanos de Whitehorse junto con los Five Fingers constituían los puntos más peligrosos y temidos del descenso del Yukón. En ese tiempo, Miles Canyon se cobró varias vidas y acabó con cientos de barcos que se enfrentaron a su poderío. Las imágenes de la época contrastan con el manso discurrir del agua en la actualidad, debido a la construcción de una represa eléctrica que ha domesticado sus aguas. Comprendemos que los tiempos de la fiebre del oro para bien o para mal pasaron  hace mucho y que hoy un recorrido por el Yukón poco tiene que ver con la arriesgada aventura de los buscadores de oro durante la estampida del Klondike.

Miles Canyon
Miles Canyon (McBride Museum)
Miles Canyon
Miles Canyon

¡En el río!

Por fin, llega el momento esperado en que deslizamos nuestras canoas al río y damos la primera palada de las muchas que necesitaremos para llegar en once días hasta Dawson City, a más de ochocientos kilómetros de distancia. Comenzamos el descenso por el río Teslin, para llegar al río Yukón después de tres días remando por un cauce remansado, con lo que evitamos atravesar el lago Lagberge, otro de los puntos negros de la carrera hacia Dawson City durante la fiebre del oro.

En el Yukón

Nuestro día a día navegando el río Yukón se parece mucho al que describía Félix Rodríguez de la Fuente al narrar su viaje río Nahanni arriba hasta las cataratas Victoria, en la vecina cuenca del Mackenzie:

“A una velocidad de casi 25 nudos recorrimos unos setenta kilómetros diariamente. Como cualquier avisado explorador, al dar por concluida cada una de nuestras etapas teníamos que dedicar atención preferente al posible emplazamiento de los campamentos. (…) Y en los campamentos la sorpresa más común son los osos, negros o grizzlis, que se sienten atraídos por la presencia humana en sus pertinaces intentos de comer gratis. (…) A la mañana siguiente, tras almorzar en medio de una atmósfera comparable a la que rodeaba a los antiguos exploradores, volvíamos a nuestras lanchas rápidas”.

Nuestras embarcaciones no son lanchas rápidas como las de Félix y su equipo. Nosotros navegamos en las típicas canoas canadienses de dos plazas. La mía parece que en estos primeros kilómetros no es capaz de avanzar en línea recta y me cuesta tiempo aprender a timonear sin reducir la velocidad de avance. El pensamiento que me palpita en mis primeros momentos por el Yukón lo vuelve a describir con claridad Félix: “El viaje fluvial tiene la peculiaridad de ser el sistema que emplearon los exploradores de la selva canadiense. Las canoas de corteza de abedul o los humiaks de piel de foca permitían a los indios, a los esquimales, y más tarde a los pioneros, desplazarse con toda facilidad a través de la infinita red fluvial y lacustre que irriga la taiga y una buena parte de la tundra canadiense.” Estamos recorriendo el Yukón como durante mucho tiempo lo han hecho los indios, más tarde los pioneros en busca de pieles, y finalmente los buscadores de oro, por lo que me siento afortunado de descubrir así la taiga canadiense, desde sus venas, el mismísimo río Yukón.

Pero por momentos el imponente bosque boreal que imaginaba en poco se parece al que va apareciendo según avanzamos pausadamente río abajo. A izquierda y derecha  se ve la huella de los incendios forestales que año tras año recorren grandes superficies de la taiga. Al contrario de lo que ocurre en nuestras latitudes, la mayor parte de estos grandes incendios son de origen natural, ya que son ocasionados por rayos.

Navegando entre bosques quemados en el Yukón

El fuego ha configurado un paisaje en el que la mayor parte de los bosques tienen menos de cien años, como corresponde a una dinámica de perturbaciones basada en incendios recurrentes, que posibilita por otra parte la regeneración y renovación del arbolado.

Algunas especies han desarrollado una respuesta evolutiva al fuego, con lo que se ven favorecidas por su acción. Pinus contorta posee conos serótinos que son capaces de preservar las semillas durante décadas, protegerlas del calor del fuego con su revestimiento de resina y liberarlas sobre el suelo desnudo tras el incendio. Los álamos temblones (Populus tremuloides) y los abedules también están perfectamente adaptados al fuego ya que son capaces de regenerarse tras un incendio a partir de sus propias raíces, que no suelen  llegar a ser calcinadas, emitiendo brotes de raíz o de cepa. Una de las primeras plantas que aparecen tras un incendio forestal es la colorida Fireweed (Epilobium angustifolium), la flor emblema del Yukón desde 1957.

Navegando en el Yukón
Fireweed (Epilobium angustifolium)

Los incendios forestales son los principales causantes de la alternancia en la composición florística de la taiga canadiense, de la que somos testigos al observar cómo las zonas dominadas por álamos regeneran en pocos años tras los incendios, mientras que antiguas áreas ocupadas por piceas parecen detenidas en el tiempo más de una década después del  paso del fuego. En definitiva, el fuego es el pintor de la paleta de verdes con la  que Félix Rodríguez de la Fuente describía al bosque boreal al sobrevolarlo por primera vez en avioneta.

A la altura de Hootalinqua, el río Teslin se junta por fin al Yukón, que ya no abandonaremos hasta llegar a Dawson City. Pronto comprendemos que estamos en un río con historia y con historias. Nuestra primera noche de campamento en el Yukón la compartimos con tres jóvenes alemanes que pretenden descender el río hasta su desembocadura en St. Michael, pero no en canoas como nosotros sino en una balsa de troncos a la antigua usanza. A la mañana temprano despedimos a la “Kon-tiki del Yukón” mientras se aleja a la búsqueda de peligros y aventura, como testigo vivo de los tiempos de la fiebre del oro.

Balsa de troncos en el Yukón
Vapor encallado en Hootalinqua

El que no consiguió vencer a los peligros del Yukón fue el Norcom, un vapor que a principios del siglo XX hacía la ruta entre Whitehorse y Dawson City y que tras encallar dejaron abandonado en los astilleros de la isla de Hootalinqua. Hoy podemos sorprendernos ante la visita del viejo vapor varado, como testigo mudo de aquellos tiempos pasados.

El Yukón

 Pero antes que de los buscadores de oro y de las compañías comerciales, el Yukón ha sido y es tierra de indios. En este tramo atravesamos el territorio de la Primera Nación Little Salmon- Carmarcks. Como queriendo recibirnos, una inmensa sombra que asemeja la cara de perfil de un indio se dibuja sobre una ladera quemada.

Ya en el siguiente campamento en Big Salmon, nuestro guía Jaime Barrallo nos agasaja con la ceremonia de despedida de la “tanguera”. La tanguera no es otra cosa que una botella de plástico  en la que preparamos Tang y la ceremonia no consiste más que en quemar con honores la botella usada. No es más que una gracia con la que Jaime nos entretiene junto a su retahíla interminable de chistes malos en  las noches de campamento. En el fondo, sin embargo, pienso que para una persona como Jaime, que  ha tenido la fortuna de convivir con pueblos indígenas de todo el mundo, la ceremonia de la tanguera tiene algo de homenaje a estos pueblos y a sus creencias.

En el Yukón

Tras varias jornadas en el río, llegamos a la población de Carmarcks. Después de varios días bañándonos, lavando la ropa y fregando en el río, nos parecen un auténtico lujo las duchas de agua caliente y las lavadoras del camping. Y poder acercarnos al pueblo a disfrutar de unas cervezas y una buena cena no baja de lujo asiático. No deja de ser paradójico que lleváramos tiempo soñando con el momento de iniciar el descenso del Yukón, en autonomía, descansando en campamentos improvisados y prescindiendo de las comodidades de nuestra vida cotidiana y que, sin embargo, volver a tener una ducha caliente y una cerveza fría nos parezcan casi el mejor momento del viaje.

Campamento en el Yukón
Campamento en el Yukón

En esta ocasión, la ducha, las cervezas y la cena reparadora son gratamente bienvenidas, no sólo por nostalgia de nuestras comodidades temporalmente renunciadas, sino porque a la mañana nos vamos a enfrentar con uno de los puntos más míticos y peligrosos del descenso del Yukón, ¡los temidos Five Fingers! Los rápidos de los Five Fingers son en realidad un estrechamiento del río provocado por cuatro islas que conforman cinco estrechos canales de paso. En la época de la fiebre del oro constituyó un punto crítico y muchos mineros zozobraron e incluso murieron tratando de superarlo. Desde mis primeras paladas descoordinadas en el río, el paso de los Five Fingers ha representado para mí una preocupación y un reto a superar.

Al encarar los rápidos, los compañeros de una de las cinco canoas han volcado intentando remontar una pequeña ola. Tras rescatarlos hemos acabado todos tomando refugio en la orilla derecha. Desde aquí observo el canal de la derecha, el más sencillo de superar, y compruebo que sus aguas son menos bravas de lo que imaginaba. Parece que este verano viene más seco y el río lleva menos agua, por lo que las olas que se forman son de menor tamaño de lo habitual. Agradecidos de nuestra suerte nos echamos de nuevo al río y en poco más de un minuto hemos atravesado sin mayores percances los hasta ahora para mí temidos Five Fingers.

Los Five Fingers
Los Five Fingers
Los Five Fingers
Los Five Fingers

A partir de este punto solo nos queda remar, remar y remar en un monótono discurrir río abajo hacia Dawson City. Soy consciente de estar atravesando un paisaje único, por la inmensidad del bosque boreal y por la infinidad de aventuras que se han vivido sobre estas aguas: la llegada de los indios hace más de diez mil años; la de los primeros europeos en busca de pieles hace menos de doscientos años; la de los buscadores de oro hace menos de ciento cincuenta; la nuestra ahora.

Al día siguiente de atravesar los Five Fingers llegamos a Fort Selkirk.

¿Qué te ha parecido este relato viajero?

Si quieres hacer algún comentario, este es tu espacio.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *