De lago en lago
Se calcula que en Canadá se encuentra el sesenta por ciento de los lagos del mundo, la mayoría de origen glaciar. Tras dejar atrás el Crater Lake, en las inmediaciones del Chilkoot Pass, descendemos río abajo hasta el Long Lake, en cuyas inmediaciones se encuentra el Happy Camp.
Chilkoot Pass – Happy Camp – Lindeman City
Cuando llegamos a un nuevo campamento siempre seguimos aproximadamente la misma rutina: introducimos toda la comida en las cabinas anti-osos, montamos las tiendas de campaña y nos damos un reparador baño antes de empezar a preparar la cena en la cabaña del campamento, que afortunadamente solemos encontrar vacíos.
En el Happy Camp esta rutina diaria se ve alterada por un inoportuno invitado, o mejor dicho, montones de inoportunos invitados, los mosquitos. A pesar de que llevamos mosquiteras en nuestro equipaje, realizar las labores cotidianas entre tantos voraces acompañantes resulta verdaderamente incómodo. Por suerte, este será prácticamente el único día de nuestro viaje en el que recibamos tan molesta y normalmente habitual visita.
En realidad, la presencia de los mosquitos puede convertir una tranquila caminata veraniega por la taiga canadiense en una auténtica pesadilla. Lo relata Félix Rodríguez de la Fuente al hablar de sus marchas a pie por el bosque boreal:
“Dejamos para el final de las experiencias de este cronista en la taiga canadiense las terribles marchas a pie por el llamado bosque frío. (…) El sol, que prácticamente no desaparece más que un par de horas de la bóveda celeste, lo inunda y lo calienta todo, particularmente a las nubes de millones y millones de mosquitos que se abaten sobre la faz, las manos, los tobillos o cualquier superficie epitelial de los caminantes, hasta transformarlas en auténticas masas negras, en las que los temibles dípteros se disputan unos milímetros para llenar su insaciable estómago de sangre.”
Como reflexionaba Félix, estas dificultades que impone la taiga a sus visitantes seguramente han contribuido a que se conserve hasta hoy en día la que constituye la mayor extensión de bosques del planeta:
“pensamos no obstante, que ésta ha sido y es la salvaguardia de la última gran reserva de nuestro planeta. Aquí, en primavera, en verano y en otoño, la vida resulta sumamente incómoda para el hombre. Es difícil moverse; a uno le devoran los mosquitos y las moscas negras. Y la abrumadora cobertura vegetal, los abetos esbeltos, los pinos y los abedules, que se entremezclan a lo largo y a lo ancho del horizonte, proporcionan esa dramática dimensión de misterio y monotonía que no ha eludido ninguno de los exploradores de la taiga euroasiática o americana”.
A medida que descendemos en altitud, van apareciendo de nuevo los árboles y los bosques que habían desaparecido en las alturas del Chilkoot Pass. Y entre los abetos empieza a hacerse abundante una especie que no habíamos visto todavía. Se trata de Pinus contorta, un pino al que en inglés se conoce como “lodgepole”porque tradicionalmente se utilizaba en la construcción de los tipis indios.
Pinus contorta es la única especie de pino del Yukón. Los científicos que investigan los registros de polen dicen que este pino llegó a la frontera sur del Yukón hace unos 2.490 años y alcanzó su límite noroeste de distribución actual en Gravel Lake, a menos de 100 kilómetros al sur Dawson City, hace unos 430 años.
La mayoría de los científicos creen que estos pinos sobrevivieron a la última glaciación al sur de la capa de hielo continental y emigraron al norte cuando los glaciares retrocedieron hace unos 12.000 años. Otros opinan que los pinos sobrevivieron las severas condiciones climáticas como semillas. Sugieren que las semillas producidas durante el último período interglaciar, de hace 40.000 años, podrían haber permanecido en el suelo congelado hasta que quedaran expuestas por el deshielo natural del permafrost.
Como buen forestal, cuando viajo mi mirada acostumbra a centrarse en los árboles que crecen en los lugares que visito. Intento aprender sus nombres, sus historias, sus usos tradicionales y modernos. En definitiva, intento conocer un nuevo territorio a través de sus bosques y de la gente que vive en ellos. Sin embargo, caminando por los bosques del Chilkoot Trail mi vista se desvía una y otra vez hacia otro lado. Una multitud de pequeños objetos de otra época han quedado en el camino como testimonio de un tiempo que hoy nos parece mítico: el de la fiebre del oro del Klondike. Sin ningún orden preestablecido, porque no son sino elementos abandonados en la loca carrera hacia Dawson City, podemos descubrir latas de conserva abiertas y oxidadas, viejas bateas que nunca encontraron oro, restos de embarcaciones varadas en la montaña e incluso una gran caldera que impulsaba un tranvía hasta el Chilkoot Pass. Estos objetos son parte de un auténtico museo al aire libre. ¡Uno de los museos más extensos del mundo!
Entretenidos en descubrir nuevos restos de la fiebre del oro, llegamos al campamento de Lindeman City, en la orilla del lago Lindeman, nuestra última parada antes de acabar mañana el trekking por esta primera parte de la ruta del oro.
Lindeman City-Bennet.
Los buscadores de oro que, tras la dura caminata acarreando hasta mil kilos de provisiones a través de arriesgados pasos de montaña, habían conseguido alcanzar como nosotros los lagos Lindeman y Bennet iniciaban aquí una nueva aventura. Ahora tocaba construir o mandar construir una balsa o pequeña embarcación con la que descender el Yukón hasta Dawson City. Una navegación en la que tendrían que salvar numerosos rápidos y otros peligros que acabaron con la vida de muchos.
Los árboles que resguardan nuestro campamento en la orilla del lago Lindeman, al igual que los de las inmediaciones son pequeños pinos y abetos con troncos de no más de treinta o cuarenta centímetros de diámetro. Aunque en un primer momento pueda parecer que se debe a que la altitud y latitud a la que nos encontramos no les permiten un mayor desarrollo, la realidad es mucho más visual y hasta evocadora.
La estampida provocada por la fiebre del oro congregó en las orillas de estos dos lagos a miles de personas ansiosas por llegar hasta Dawson City antes de que el invierno se lo impidiese. Las fotografías del momento recogen grandes campamentos compuestos por una infinidad de tiendas de lona blanca y amplios espacios deforestados, por la imparable necesidad de madera para la construcción de las frágiles balsas que conseguían construir.
Lo que en el Chilkoot Pass se debía asemejar a una hilera de hormigas subiendo laboriosamente las escaleras doradas, aquí se debía parecer más a una enorme y ávida marabunta.
Los bosques que observo en Lindeman, no son sino la regeneración de los bosques talados por esa marabunta de buscadores de oro que tan pronto como llegó, desapareció para siempre en menos de dos años.
Nuevamente, Javier Reverte consigue recoger mucho mejor la grandiosidad de aquellos momentos en “El río de la luz”:
“En el mes de septiembre de 1897, más de veintidós mil personas habían logrado cruzar el Chilkoot y el White Pass y alcanzado las orillas meridionales del lago Bennet. Convirtieron el lugar en una improvisada ciudad de blancas tiendas de campaña. Y comenzaron de inmediato a talar los árboles de los alrededores del lago para construirse balsas, canoas y barcas de vela con las que echarse río abajo. Corrían contra el tiempo, contra los hielos del invierno que cerrarían el paso hasta el Klondike.”
Nosotros, en cambio, podemos disfrutar plácidamente de la última jornada de nuestro trekking con un agradable y sencillo recorrido entre los lagos Lindeman y Bennet, deleitándonos con unos paisajes que para muchos de los buscadores de oro seguramente no representaban más que terrenos indómitos a dejar atrás.
Los buscadores de oro que en 1897 zarpaban desde Bennet en sus recién construidas embarcaciones podían disfrutar de un plácido inicio de la navegación al atravesar los 36 kilómetros del lago Bennet hasta Carcross, en su desembocadura. Pronto, sin embargo, empezarían las dificultades, al tener que enfrentarse al Miles Canyon y a los rápidos de Whitehorse. Actualmente este recorrido se realiza por tierra, aprovechando las vías de ferrocarril que desde 1899 comunica Skagway con Carcross a través del White Pass. Nosotros tenemos la suerte de realizar el viaje hasta Whitehorse en un pequeño hidroavión. Desde el aire, la visión de los territorios en los que nace el Yukón resulta espectacular.
Félix Rodríguez de la Fuente escribió sus impresiones al observar la taiga canadiense a vista de pájaro:
“Por la taiga, al igual que por cualquier otra región natural de nuestro planeta, se puede viajar de tres maneras: por la tierra, por el agua o por el aire. El primer sistema resulta absolutamente desaconsejable en cualquier época del año y sobre todo en verano (…) El viaje fluvial o lacustre resulta infinitamente más fácil y placentero. (…) El sistema aéreo proporciona una visión del conjunto de la taiga. A vista de pájaro se borra rápidamente de la mente del viajero el tópico generalizado de la monotonía imperante en el bosque frío. Sólo desde el aire puede uno percatarse de la complejidad ecológica que proporcionan a estas inmensas masas forestales las diferentes especies arbóreas y arbustivas, los pastos y los musgos, combinados armoniosamente con la infinita red de ríos, riachuelos, lagos y lagunas que otorgan al bosque más grande del mundo una infinidad de matices que contradicen al observador poco atento que solo vio un verde y una superficie plana. Porque cuando uno penetra en los bosques del Canadá se topa con la paleta completa del pintor más exigente.”
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