El circo de Mafate. Escuchando a la tierra (2)
Los gritos de un Papangue que nos sobrevuela rompen el silencio del momento. Un silencio aparente, ya que como nos avisa nuestro guía Didier, “si se tienen las orejas bien abiertas, se puede escuchar al circo de Mafate”. Recuerdo la leyenda de Héva y Anchaing, los primeros esclavos que huyeron al circo de Salazie y que se transformaron en Papangue al saltar desde lo alto de la montaña. En el circo de Mafate, las montañas guardan la memoria de una de las hijas de la pareja, Marianne, y de su compañero Cimendef. La historia cuenta que Cimendef, “el que no puede ser esclavo” en lengua malgache, fundó una comunidad de cimarrones, un territorio libre, en el circo de Mafate. Asesinado hacia 1752 por el famoso cazador de esclavos Mussard, Cimendef sigue vivo en la mitología local y un poema canta su epopeya, que es la de los cimarrones de La Reunión. “La tradición cuenta al oído del viajero la dolorosa leyenda de estas montañas”, empieza. “La montaña donde vivió, donde peleó, donde amó a Marianne, apodada, La Terrible, cuyo nombre aún permanece en otra cumbre cercana, esta montaña (…) guardó y mantendrá siempre su nombre, poético y orgulloso”.

Un panel junto a Cap Noir relata la historia del poblamiento del circo. Mafate se colonizó mucho después que los otros circos de La Reunión. Sus primeros habitantes fueron esclavos negros, como Cimendef y Marianne, que escapaban de las plantaciones de la costa y se refugiaban en lo más recóndito de las montañas en busca de libertad. Les llamaron los “noirs marrons”, una derivación del término español “cimarrón”. Los cimarrones se organizaron en aldeas en el interior de los circos, desde las que organizaban sangrientas incursiones de saqueo a las comunidades blancas de la costa. En el otro bando se constituyeron grupos de cazadores de negros, armados y con perros, que les perseguían hasta sus guaridas en una batalla sin cuartel. La mano o la oreja izquierda del esclavo asesinado servía de trofeo con el que cobrar la correspondiente recompensa. El recuerdo no escrito de esos primeros tiempos se ha transmitido en las leyendas y en los nombres de las montañas.


No fue hasta 1785 cuando el primer colono blanco se afincó en el interior de Mafate, en unos tiempos en los que todavía quedaban algunos cimarrones en el circo. Ya a principios del S. XIX empezaron a llegar los “Petits Blancs”, blancos propietarios de tierras en la costa arruinados por las crisis económicas. Estos colonos se asentaron de forma anárquica y practicaron una agricultura de roza y quema, originando una intensa deforestación y preocupantes problemas de erosión que amenazaban al circo de Mafate. A partir de 1874 y buscando revertir la situación, el Servicio Forestal lideró una controvertida política de desplazamiento de la población. Ante la oposición de los habitantes locales, llegó un momento en que los forestales solo se podían aventurar en el circo en grupos armados, como los antiguos cazadores de esclavos. Por fin, en la década de 1950, el Servicio Forestal cambió radicalmente su estrategia. De intentar expulsar a la gente, pasó a promover el desarrollo de Mafate y la mejora de las miserables condiciones en las que vivían sus habitante
Tras pasar la noche en el pueblo de Dos d´Ane y después de un vertiginoso descenso con la ayuda de cuerdas y escaleras fijas, llegamos a Deux-Bras, la entrada por la Rivière de Galets al circo de Mafate.
A diferencia de Salazie, el circo de Mafate nunca ha sido muy frondoso. Su ubicación “bajo el viento” reduce significativamente el volumen de precipitaciones. Lo apreciamos claramente en cuanto descendemos a Deux-Bras. Estamos de nuevo en el hábitat potencial del bosque semiseco, propio de la costa oeste de la isla. A medida que ascendamos por el circo, el ambiente será cada vez más húmedo y nos internaremos en el dominio del bosque húmedo de montaña, el bosque de Maderas de Color de los Altos.
En Deux-Bras únicamente podemos observar retazos del bosque original, que ha sido intensamente quemado y talado. A medida que ascendamos por el circo, podremos comprobar también que gran parte de los bosques de Mafate han corrido la misma mala suerte. Aunque la colonización de La Reunión por el hombre se remonta a poco más de 350 años, sus efectos sobre los bosques de la isla son evidentes.


Por ironías del destino, el descubrimiento en 1711 de un pequeño arbusto forestal, el Café Indígena (Coffea mauritiana), marcó el inicio de la tala de los bosques de La Reunión. La Compañía de las Indias Orientales impulsó que en poco tiempo la mayor parte de las tierras fértiles por debajo de los 400 metros estuviera plantada con café indígena y café Moka. Y con el café llegó la necesidad de mano de obra barata; o sea, los esclavos. A principios del S. XIX se introdujo un nuevo cultivo que iba a sustituir a los cafetales, muy afectados por los ciclones, y a provocar la desaparición de gran parte de los bosques húmedos de baja altitud, propios de la costa este de la isla: la caña de azúcar. La demanda de madera como combustible y para la destilación de aceites esenciales fue posteriormente la principal responsable de la destrucción de grandes superficies de bosques húmedos de las partes altas.
Empezamos a remontar la Rivière des Galets hacia el corazón de Mafate. Los pocos árboles que nos encontramos son varias especies de acacias introducidas por el hombre que ahora se consideran especies invasoras. La Acacia Negra (Acacia mearnsii) fue propagada asociada a las plantaciones de geranio, como combustible para la destilación de sus esencias. El Pompon Jaune (Acacia farnesiana) es otra acacia que se dispersa por las zonas secas y alteradas. El Bois Noir (Albizia lebbeck), que se introdujo en La Reunión en el S. XVIII para dar sombra a las plantaciones de café, rompe el silencio en el que caminamos con el musical cascabeleo de las semillas en sus legumbres secas azuzadas por el viento.



La única manera de acceder al interior del circo de Mafate es a pie o por el aire. Pronto comprobamos que los senderos parecen no querer adaptarse al intricado terreno y se limitan a ascender y descender sin reposo. Pero incluso en medio de esta caótica orografía, la naturaleza da un respiro en forma de pequeñas mesetas aisladas, a modo de islotes solitarios, que el hombre ha sabido convertir en su hogar; son los “ilets”. Poco antes de llegar al Ilet d´Aurère, en el que pasaremos nuestra primera noche en Mafate, ascendemos al Pitón del Diablo. En la cima, un Bois d´Olive Blanc (Olea lancea) nos enmarca el paisaje que acabamos de recorrer.

Me quedo solo por un momento en lo alto del Pitón del Diablo. Escucho. Intento abrir bien las orejas para escuchar al circo de Mafate. No oigo nada. ¿Será este silencio, esta calma y tranquilidad, lo que las montañas de Mafate nos quieren contar?
En realidad, en Mafate el silencio no acostumbra a durar mucho. En cualquier momento, nos sobresalta un atronador ruido de motores. Son los helicópteros, que sobrevuelan el circo sin descanso. En estas montañas “aisladas del mundo” los suministros llegan por el aire. Los helicópteros van y vienen con sus cargas colgadas en grandes redes. Todos los ilets de Mafate tienen pista de aterrizaje para helicópteros, su principal conexión con el mundo exterior.

Un albergue o “gîte” en la parte alta del Ilet d´Aurère nos ofrece una magnífica atalaya para nuestro merecido descanso y para escuchar las historias de Mafate. La leyenda cuenta que a finales del S. XVIII el circo solo estaba habitado por “noirs marrons”. Lemarchand, un colono blanco de la costa, se internó por la Rivière des Galets con la intención de cazar cabras salvajes. Al llegar a una pequeña meseta descubrió una choza de paja, junto a la que estaba un hombre negro al que interrogó por el nombre del lugar. Este le respondió “orère”, que en malgache significa “buena tierra”. Seducido por el lugar, a los pocos años Lemarchand consiguió la concesión y se asentó en Orère en una bonita cabaña de troncos para cultivar café y maíz y criar ganado.
Desde aquellos tiempos, los medios de vida han mejorado notablemente en Aurère. Los servicios básicos como la salud, la educación primaria o el abastecimiento de agua están garantizados. A partir de 1987, los paneles solares trajeron la electricidad a los hogares. Internet, al fin, ha terminado con el secular aislamiento de unos pueblos que algunos ya denominan “ciber-ilets”. Pero a pesar de la modernización, la vida aquí parece moverse aún al ritmo del sol y de la tierra.

Nuestras jornadas son todas similares: desayunamos temprano; nos ponemos las botas y la mochila y empezamos a caminar; hacemos una breve parada para comer; continuamos caminando hasta llegar a nuestro siguiente albergue; cenamos y nos acostamos también temprano. Una rutina sencilla y en parte por eso, agradable. Solo nos tenemos que preocupar de disfrutar del camino. ¡Y de abrir bien las orejas para intentar escuchar al circo de Mafate!
Ilet à Malheur tomó su nombre en recuerdo de una matanza de esclavos. Era 1829 cuando los cazadores de esclavos descubrieron un campamento de cimarrones que se ocultaba en este lugar. Asesinaron a sus cuarenta habitantes y cortaron las orejas de los cadáveres como prueba para cobrar la correspondiente recompensa bañada en sangre.
Casi doscientos años después, Ilet à Malheur es una acogedora aldea. Entre las casas de vivos colores destacan los de la iglesia. Construida en los años 1930 con la ayuda de los vecinos, el templo exhibe dos elementos definitorios de la adaptación de la arquitectura local al inclemente clima de La Reunión: sus paredes laterales de “bardeaux” y el campanario a ras de suelo. Vamos comprobando que todos los habitantes de la isla se han visto obligados a adaptarse a la periódica exposición a los ciclones: los humanos bajando los campanarios de los tejados y los árboles reduciendo su altura, tomando portes tortuosos y desarrollando unas profundas raíces pivotantes.


Poco queda de esos bosques de Maderas de Color que un día flanqueaban los caminos que vamos recorriendo. A partir de la década de 1950, la ONF inició la reforestación del circo de Mafate para luchar contra la preocupante erosión de sus frágiles laderas. El Filao (Casuarina cunninghamiana) se introdujo desde Australia tanto por su madera como para controlar la erosión y ha llegado a convertirse en la especie dominante en parte del circo de Mafate. La política forestal actual promueve la sustitución paulatina de estas plantaciones exóticas por árboles indígenas.

En los alrededores de Ilet à Bourse la presencia de Filaos es muy relevante. Nos cruzamos con unos vecinos que están cortando varios troncos en una plantación. En Mafate las plantaciones forestales no tienen aprovechamiento comercial debido a la dificultad de la saca, que tendría que ser aérea. Sin embargo, cuando los habitantes necesitan madera, pueden solicitar los árboles que precisen; el guarda forestal marca los ejemplares a cortar y ellos mismos se encargan de talarlos tras pagar una cantidad que ronda los 15 euros el metro cúbico. En caso necesario, contratan al helicóptero para transportar la madera hasta su destino final.
En los alrededores de Ilet à Bourse la presencia de Filaos es muy relevante. Nos cruzamos con unos vecinos que están cortando varios troncos en una plantación. En Mafate las plantaciones forestales no tienen aprovechamiento comercial debido a la dificultad de la saca, que tendría que ser aérea. Sin embargo, cuando los habitantes necesitan madera, pueden solicitar los árboles que precisen; el guarda forestal marca los ejemplares a cortar y ellos mismos se encargan de talarlos tras pagar una cantidad que ronda los 15 euros el metro cúbico. En caso necesario, contratan al helicóptero para transportar la madera hasta su destino final.
En Mafate, la práctica totalidad del territorio es de propiedad “Departamento-Demanial”. Los bosques de la Colonia se transfirieron en 1946 a la nueva estructura departamental, pero el Estado se reservó el usufructo de la gestión por tiempo ilimitado, que desarrolla a través de la ONF (Office National des Fôrets). Los habitantes son únicamente arrendatarios, de una media de una hectárea de terreno por familia.


Atravesando una de las habituales plantaciones de Filaos, reconocemos al borde del camino un pequeño arbusto indígena que ya nos había mostrado Didier. El Bois de Joli Coeur (Pittosporum senacia) o “madera de corazón bonito” debe su bonito nombre a sus frutos, que asemejan un pequeño corazón rojo. Además, con su buen corazón, es una planta melífera y medicinal.
Custodiado por el Piton des Calumets, Grand Place se localiza en el mismo corazón del circo de Mafate. En realidad hay tres Grand Places, colgados a diferentes alturas sobre la Rivière des Galets: Grand Place – Cayenne, Grand Place – École y Grand Place – les Hauts. A la entrada de Grand Place – Cayenne, un pequeño letrero pone sobre aviso a los caminantes de la mentalidad local: “Área de alojamiento. Respeta el lugar y su tranquilidad”.
Pero este escenario aparentemente bucólico, el “corazón habitado” del Parque Nacional de La Reunión, ofrece unas condiciones de vida que continúan siendo precarias. Casi todas las familias cultivan maíz, frijoles o patatas en pequeños huertos y crían cerdos, gallinas o patos en una economía de autoabastecimiento. Los subsidios y el trabajo temporal en la ONF, arreglando senderos o restaurando laderas desnudas, han aportado tradicionalmente unos escasos ingresos monetarios. La llegada de los turistas está abriendo nuevas vías de negocio y desarrollo. Y acabando con la tranquilidad…

El sendero hacia Ilet des Orangers se interna por unas angostas gargantas. A la entrada del desfiladero, unos floridos Bois de Chandelle (Dracaena reflexa) parecen indicarnos el camino. El esfuerzo merece la pena y llegamos a dormir a un albergue en Les Orangers les Hauts, suspendido a los pies de la imponente muralla de Maïdo,


Hasta hace 50 años era frecuente que muchos habitantes de Mafate no vieran el mar en toda su vida. Los ilets eran islas remotas en el interior de una isla. Aún hoy, el aislamiento es patente y tiene su precio. Una carga de 800 kg en helicóptero cuesta unos 200 euros, por lo que en la boutique todo es caro. El sacerdote únicamente visita la iglesia una vez al mes. Lo mismo el médico, que solo pasa consulta en el dispensario el segundo viernes de cada mes. Las clases en la escuela son de lunes al mediodía al viernes al mediodía, para que los profesores tengan tiempo de retornar a la costa los fines de semana.

Para los senderistas, este aislamiento es uno de los encantos del circo de Mafate.

Por la mañana reanudamos nuestro camino, de subidas para abajo y bajadas para arriba. En Roche Plate paramos a rellenar las cantimploras y compramos unas postales que dibujan los niños para financiar la escuela. Didier nos cuenta que el cartero es una figura muy importante en el circo de Mafate. Yvrin Pause, el viejo cartero durante 40 años, recorrió andando los ilets día tras día y casa tras casa hasta dar el equivalente a cinco vueltas a la Tierra. Prácticamente era el único vínculo entre Mafate y el mundo exterior. Tanto, que tiene su estatua y hasta su canción, “Le facteur de Mafate”:
“Soy un cartero en zapatillas/ No necesito ningún número/ No hay calle, no hay buzón/ Conozco a todos los habitantes de allá arriba/ Soy el cartero de Mafate/ Me conozco de memoria los islotes/ Roche Plate, Ilet-aux-Orangers/ O incluso Ilet-à-Malheur/ Cada casa, una acogida familiar/ Soy un poco el mensajero/ Portador de todas las noticias”
La Roche Plate se guarece bajo los casi mil metros de vertiginoso desnivel del Pitón Maïdo. Maïdo significa en malgache “tierra quemada”, nombre premonitorio de los grandes incendios que asolaron más de 2.800 hectáreas de sus laderas entre 2010 y 2011. En noviembre de 2020, poco más de un mes después de nuestro paso, un nuevo incendio en la cima de Maïdo ha provocado riesgos de deslizamientos de tierra sobre Roche Plate y el cierre temporal de los caminos de acceso y de la escuela. La tierra de Mafate, fértil y fuente de vida en los ilets, se puede convertir en inestable y peligrosa en las laderas de las montañas.

Marla es el ilet a mayor altitud de Mafate y se asienta a los pies del Col de Taïbit, que señala el paso al circo de Cilaos. Nuestro albergue está recién reformado, como casi todos en los que hemos dormido. El turismo empezó a llegar tímidamente en los años 80 y ya se ha convertido en el principal recurso económico para una parte importante de los 700 habitantes del circo.

Unas cervezas en la taberna de Marla ponen un refrescante broche dorado a estos intensos días en el circo de Mafate. Hemos disfrutado caminando por sus empinados senderos. Y hemos abierto bien las orejas para escuchar. Hemos comprendido que escuchar al circo de Mafate es escuchar a la tierra; es escuchar su historia; es escuchar las maneras en que la gente se enfrenta a la naturaleza. Una gente que se muestra a veces acogedora y a veces despiadada con una tierra a veces acogedora y a veces despiadada.

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