El murmullo del Kali Gandaki
Las últimas etapas del trekking del Manaslu coincidirán con las primeras del que ya recorrí en los Annapurnas, entre Dharapani y Besishahar y a lo largo del río Marsyangdi. Al otro lado de los Annapurnas, superados los 5.416 metros de altitud del paso de Thorung-La, se abre el valle del Kali Gandaki, que queda lejos de nuestro recorrido. Antes de empezar nuestras caminatas por el Manaslu, voy a echar la vista atrás hasta 2010 para reencontrarme con el Kali Gandaki, un río que fluye cargado de simbolismo.
El Kali Gandaki nace en el reino de Mustang, muy cerca de la frontera con el Tíbet. Cuando Michel Piessel viajó allí en 1964, el Mustang continuaba siendo un pequeño reino regido por costumbres medievales. Su primer contacto con este vasto territorio enclavado en la altiplanicie tibetana fue bastante desolador:
“Era un espantoso desierto, el más terrible que imaginarse pueda, pintado de amarillo y ocres; era una sucesión de despeñaderos yermos, de incontables riscos y cimas suspendidos sobre profundas gargantas y cañones cortados en un infierno de suelo abrasado, como tremendas cicatrices de la tierra.”
Pocas semanas después, cuando descubrió las fuentes del Kali Gandaki, sus impresiones habían cambiado:
“La indescriptible belleza de lo que me rodeaba tenía tal grandeza que me llenaba el alma y colmaba mis sueños más quiméricos. Estaba embelesado”.
Descendiendo desde el Thorung-La, y tras pasar por Muktinath, nosotros habíamos contemplado por primera vez el Kali Gandaki unas decenas de kilómetros al sur del Mustang, a la altura de Ekle Bhatti. A partir de allí, las aguas del río sagrado iban a acompañar nuestro camino. Muchos peregrinos recorren anualmente esta ruta hasta el santuario de Muktinath, un templo sagrado para hinduistas y budistas. Este lugar es reconocido por su fuego continuo alimentado con gas del subsuelo y por los 108 grifos con forma de cabeza de toro en los que los creyentes toman baños sagrados con agua del Kali Gandaki.
Más renombrados aún que Muktinath son los Saligram, unas piedras sagradas que se encuentran en el lecho del Kali Gandaki y que se adoran como manifestación de Visnu. Los Saligram son unas bonitas piedras redondeadas de color negro que contienen en su interior un tesoro, ya que en realidad son fósiles de ammonites. Caminando por el lecho del Kali Gandaki tuve la fortuna de encontrar lo que nuestro guía me aseguró que era un auténtico Saligram. Una amiga me había regalado unas palabras antes de empezar el viaje al Annapurna: “Deseo que este viaje sea algo más que un viaje… y que sea el comienzo de aquello que más deseas”. Por supuesto, a la vuelta a casa, le regalé el Saligram del Kali Gandaki. A mi amiga le toca decidir si lo conserva intacto o lo parte en dos para comprobar si contiene en su interior un tesoro aún más especial y bello.
Estas no son las únicas sorpresas que nos reservaba el Kali Gandaki. Al abrirse paso entre el Annapurna y el Dhaulagiri, separados por unas escasas decenas de kilómetros, la garganta que conforma está considerada “el cañón más grande de la Tierra”. Es verdad que no se trata de un espectacular desfiladero encajonado entre dos farallones descomunales, pero saber que caminábamos a poco más de 2.500 metros de altitud entre dos gigantes de más de 8.000 metros nos hacía sentir pequeñitos. El río Kali Gandaki tiene muchas enseñanzas, si le sabemos escuchar.
Hermann Hesse narra en “Siddharta” el viaje de un joven Brahman hindú en su búsqueda de la Sabiduría. Siddharta se retira a vivir en austeridad con los ascetas; se convierte en discípulo de Buda; retorna a los placeres de la vida en la ciudad y conoce el amor en su hijo. Finalmente, encuentra la verdad que busca a orillas de un río, al que escucha mientras trabaja de barquero. Para Hermann Hesse, el fluir del río no es más que una metáfora del fluir de la vida:
“Cierta vez le preguntó: – ¿También has aprendido del río el secreto de que el tiempo no existe? Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Vasudeva. -Si, Siddarta – contestó -. ¿Quieres decir que el río está en todas partes al mismo tiempo? ¿En su fuente y en la desembocadura, en la cascada, en el embarcadero, en la corriente, en el océano, en las montañas, en todo a la vez? ¿Y que para él solo existe el presente y desconoce las sombras del pasado y del futuro?”.
Tal vez por eso un viaje puede ser algo más que un viaje; porque es ahora, pero también ayer y mañana; puede ser el comienzo de todo lo que más deseas y a la vez el final. Tal vez. Creo que me resulta más sencillo acercarme a la sabiduría de la jungla de Corbett que a la Sabiduría con mayúsculas de Hesse.
En nuestras caminatas a lo largo del Kali Gandaki atravesamos variados tipos de bosques: desde las choperas (Populus ciliata), que acompañan al río en su parte alta, hasta los bosques subtropicales en la zona baja. Pero en la memoria se me ha grabado uno especialmente bello: el bosque de los rododendros en flor.
El Rododendro (Rhododendron arboreum) es la flor nacional de Nepal. Es un pequeño arbolito que alcanza su esplendor cuando florece entre marzo y abril. Las flores de rododendro varían de color en función de la altitud entre el rojo escarlata, el rosa y el blanco. Pasear entre los rododendros en flor es otro de los tesoros que nos tenía preparado el Kali Gandaki.
El valle del Kali Gandaki nos despidió con un último regalo. Ya en los últimos días del trekking madrugamos para disfrutar del amanecer sobre el Machapuchare desde el mirador de Poon Hill. El Machapuchare es una montaña del macizo de los Annapurnas que no llega a ser un 7.000 por unos pocos metros. Rodeado de los gigantescos Annapurnas, destaca por su perfil con dos cumbres, que le han valido el calificativo de “cola de pez”. Pero lo que hace especial al Machapuchare es ser una montaña sagrada para los lugareños, por lo que no está permitido su ascenso.
Ciertamente sobrecoge ver salir el sol en un escenario tan espectacular. Sin embargo, no deja de ser un mirador lleno de turistas, con lo que en cierta manera se pierde la esencia de estas montañas. Y esta esencia, en el fondo, no es otra cosa que sus gentes.
“El leopardo de las nieves” de Peter Matthiessen es el relato de su viaje a Nepal en busca de ese felino, que se acaba convirtiendo en un viaje espiritual en busca de sí mismo. Al describir a la gente del Himalaya escribe que:
“la cultura tibetana es el último reducto de todo lo que anhela la humanidad de hoy, porque se ha perdido, o porque no se ha conseguido o porque está en peligro de desaparecer: la estabilidad de una tradición que tiene sus raíces no sólo en un pasado histórico o cultural, sino en la más profunda interioridad del hombre…”
Cuando pensamos en el Himalaya, acostumbramos a visualizar una tierra dura pero hermosa poblada por gente equilibrada, hospitalaria y espiritual. Michel Piessel destacó de los habitantes del Mustang que:
“De todas las relaciones humanas, la amistad es en Lo una de las más poderosas. Existen incluso ceremonias religiosas por las cuales dos hombres se unen en amistad para toda la vida, unión que rara vez se quiebra”.
Últimamente acostumbro a viajar solo. Me parece la mejor forma de conectar con el sitio que visito, con sus gentes y con sus paisajes. Esta vez vamos a caminar por el Manaslu en grupo. Esperemos ser dignos visitantes de estas montañas y que nuestra amistad se convierta en una relación poderosa y que no se quiebre.
♫♫ Dear lady can´t you hear
the wind blow
and did you know
Your stairway lies on the whispering wind ♫♫
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