Del Berlín prusiano al del Imperio Alemán. Bajo los tilos.
Para trasladarme desde el Berlín medieval del barrio de San Nicolás al Berlín prusiano o el del imperio Alemán solo tengo que cruzar el río Spree hacia la Isla de los Museos, allí donde siglos antes se asentó la aldea de Cölln.
Las columnas jónicas que dan entrada al Altes Museum representan una espectacular toma de contacto con el opulento Berlín neoclásico. Como intentando dejar atrás su humilde origen, Berlín se entregó desde la época del Reino de Prusia en el siglo XVIII a la del Imperio Alemán en el siglo XIX a hacer alarde de su nuevo esplendor. El arquitecto prusiano Schinkel personifica el máximo exponente del neoclasicismo alemán, que a diferencia del francés se inspira en la arquitectura griega en vez de en la romana. El Altes Museum, construido entre 1823 y 1830, se considera su obra maestra, al conjugar sencillez y monumentalidad. Pero, en cambio, son otros edificios de la Isla de los Museos los que albergan los mayores tesoros, como el Neues Museum con el busto de Nefertiti o el Pergamonmuseum con el Altar de Pérgamo. La visita a estos museos hace rememorar esa época en la que gran parte del mundo estaba en manos de las principales potencias colonizadoras europeas y que tuvo su punto álgido con el reparto de África, precisamente en la Conferencia de Berlín de 1884.
La cercana Gendarmenmarkt es seguramente el principal ejemplo berlinés del neoclasicismo alemán Esta elegante plaza me invita a disfrutar tranquilamente de un café mientras contemplo las dos iglesias gemelas de sus extremos, la catedral francesa y la alemana. En medio, un teatro obra de Schinkel, el Schauspielhaus, parece conectarlas. Este antiguo teatro alberga en la actualidad la sala de conciertos Konzerthaus y acoge a las actuaciones de la sinfónica de Berlín
La Avenida Unter den Linden o “Bajo los Tilos” es el principal boulevard de Berlín y comunica la Isla de los Museos con la Puerta de Brandeburgo. La llamada puerta de Berlín se inaguró en 1791, inspirada en el Partenón griego, y ha sido testigo privilegiado de la historia de la ciudad y, por ende, de la historia de Europa. Bajo sus arcos pasó Napoleón victorioso en 1806 durante sus conquistas europeas; hasta 1918 el paso central únicamente podía ser utilizado por la familia real; durante el III Reich fue escenario de grandes desfiles nazis; con la construcción del muro de Berlín quedó aislada en tierra de nadie y desde la reunificación ha sido testigo de relevantes ceremonias y celebraciones. Hoy está permanentemente invadida por hordas de turistas y es probablemente el monumento más fotografiado de Berlín.
Durante los períodos prusiano y del Imperio alemán, Unter den Linden constituyó el corazón y centro de la ciudad. A lo largo del kilometro y medio de esta avenida, se sucedieron edificios neoclásicos como el Neue Wache, la Ópera, la Biblioteca Estatal o la Universidad de Berlín.
Alexander Von Humboldt
A la entrada de la ahora llamada Universidad Humboldt descubro una estatua con una dedicatoria que me llama la atención: “Al segundo descubridor de Cuba. La Universidad de La Habana 1939”. Efectivamente, es un homenaje cubano a Alexander Von Humboldt. Pero, ¿cómo llegó un joven berlinés a recibir ese reconocimiento tan fantástico? En sus viajes, Humboldt apenas permaneció cinco meses en Cuba. Sin embargo, su obra “Ensayo político sobre la Isla de Cuba”, en la que compagina información detallada de la naturaleza y la economía de la isla con una feroz crítica de la esclavitud, le granjeó la estima de los cubanos y el título de “segundo descubridor de Cuba”. La huella que dejó en el resto del mundo se puede considerar aún más profunda.
Humboldt nació en Berlín en 1769, el mismo año que Napoleón. De niño prefería escaparse de clase para recoger plantas, animales y rocas en el campo, por lo que en casa le apodaron “el pequeño boticario”. En su biografía “Humboldt y el Cosmos”, Douglas Botting describe el Berlín de aquella época como “una ciudad inculta y provinciana de 140.000 almas” y dice que Humboldt “detestaba la ciudad; incluso la Academia de Ciencias era como una leprosería, comentaba, donde no se podía distinguir lo sano de lo enfermo”. Por su parte, Andrea Wulf escribe que “Humboldt sentía una atracción inexplicable hacia lo desconocido, lo que los alemanes llaman FERNWEH -una añoranza de lugares lejanos-“. Con estos antecedentes, no es de extrañar que en cuanto tuvo la oportunidad, Humboldt se lanzase a recorrer mundo. Esta oportunidad le surgió cuando fue nombrado Inspector de Minas, con lo que pudo empezar a viajar para analizar minas y minerales, desde las de carbón de Brandeburgo a las de hierro en Silesia, las de oro en los Montes Fichtel o las minas de sal de Wielicza en Polonia.
Botting describe que en estos viajes “gran parte de la región centroeuropea que Humboldt atravesaba era un mundo medieval anclado en el tiempo y (…) tanto la burguesía como el campesinado conservaban una forma de vida que apenas había cambiado desde los tiempos de Horacio”. Sin embargo, en otras zonas de Europa la industrialización avanzaba sin freno. Humboldt advirtió la sobreexplotación de los bosques para obtener madera y combustible en los Montes Fichtel alemanes. Como señala A. Wulf, “sus cartas e informes de aquella época estaban llenos de sugerencias sobre cómo reducir la necesidad de madera en las minas y las plantas siderúrgicas”. En los siglos XVII y XVIII, la madera tenía similar relevancia a la que en la actualidad tiene el petróleo, tanto como fuente de materia prima como de energía. Numerosas voces se empezaron a alzar para alertar de los riesgos de una escasez de madera, pero era una preocupación eminentemente económica. Humboldt entendió la deforestación en un contexto más amplio, con una visión social y medioambiental.
Aún con una perspectiva económica, se puede afirmar que el término “sostenibilidad” tuvo su origen en el sector forestal. Desde la Edad Media numerosas normas regulaban la corta de arbolado y promovían el mantenimiento de los bosques en buenas condiciones. En 1664, el escritor inglés John Evelyn escribió “Sylva, a discourse of forest trees and the propagation of timber in His Majesty´s dominions”, en el que promovía la plantación en Gran Bretaña de millones de árboles debido a la escasez de madera. “Estaríamos mejor sin oro que sin madera”, escribió. La madera era un recurso necesario para las fundiciones y las fábricas de vidrio, pero sobre todo, para las crecientes necesidades de la poderosa Armada Británica. Poco después, en 1669, el ministro francés de Finanzas Jean Baptiste Colbert afirmó que “Francia morirá por falta de madera” y decretó una serie de reformas jurídicas para garantizar el suministro de madera a la Marina francesa, que dieron lugar a la Ordenanza Forestal. Promovió importantes plantaciones forestales, generalizó el uso de monte alto (futaie) y de monte medio con resalvos (taillis sous futaie) y restringió gran parte de los derechos comunales sobre los bosques.
Mientras que en países costeros como Francia, Gran Bretaña, España o Portugal la mayor preocupación del Estado era el suministro de madera para la construcción naval, en Alemania, Austria o Suiza era prioritario abastecer de madera a la minería, la industria salinera y la metalúrgica. Hans Car von Carlowitz era jefe de la administración minera de Sajonia cuando en 1713 publicó “Sylvicultura oeconomica”. En ese tiempo, las minas de Sajonia daban trabajo a unos 10.000 mineros y junto a sus hornos de fundición requerían enormes cantidades de carbón vegetal, leña y madera de construcción. Carlowitz, hijo de un técnico forestal, se tenían que encargar de asegurar el abastecimiento de madera. En sus viajes, había comprobado que muchas áreas forestales eran sobreexplotadas y esquilmadas. En “Sylvicultura oeconomica” fue el primero en utilizar el término sostenibilidad o “Nachhaltigkeit” donde, en palabras de F. Schmithuesen y E. Rojas, “explicaba que la conservación y el crecimiento de los bosques debían llevarse a cabo mediante una utilización continua, estable y sostenible”. “Sylvicultura oeconomica” fue concebida en el espíritu mercantilista de la Ilustración, pero el reconocimiento de que los bosques podían gestionarse como un recurso natural renovable e inagotable sentó las bases de la ciencia forestal.
Humboldt y muchos otros ampliaron este significado de “sostenibilidad” netamente económica, contribuyendo a su evolución hacia el actual concepto de sostenibilidad económica, ecológica y social. En su viaje por Sudamérica, concretamente en el lago Valencia de Venezuela, Humboldt comprendió la estrecha relación de los bosques con el suelo y el clima y advirtió la influencia humana en el cambio climático. Humboldt escribió que el auténtico fin de ese viaje a Sudamérica era descubrir cómo “todas las fuerzas de la naturaleza están entrelazadas y entretejidas”. A su regreso, como indica Andrea Wulf, “se convirtió sin saberlo en el padre del movimiento ecologista”, al afirmar hace más de doscientos años cosas como que “un solo e indestructible nudo encadena la Naturaleza entera”.
El bosque de Tronçais. El legado de Colbert
El bosque de Tronçais, con sus casi 10.600 hectáreas en el noreste del Departamento de Allier, es reconocido como uno de los más hermosos de Francia. Este bosque de espectaculares robles albares (Quercus petraea) que en su día se plantaron para satisfacer las demandas de madera de la Marina francesa, ofrece hoy una valiosa materia prima para la construcción de barricas de vino y un acogedor entorno para el paseo y la contemplación de sus magníficos árboles centenarios. La Historia ha querido que un bosque que se diseñó desde un espíritu militar se convirtiera con los siglos en un símbolo de la felicidad, materializada en el vino que ayuda a envejecer y en la belleza de sus paisajes y de sus árboles.
La historia del bosque de Tronçais se remonta hasta las viejas leyendas que han perdurado durante siglos. Como la cuenta que las jóvenes casaderas se adentraban en su interior hasta la fuente de Viljot, a la que arrojaban un alfiler. Si se clavaba en el fondo significaba que la muchacha había “picado” el corazón del hombre amado y pronto se casaría. Más verosimilitud tienen los relatos de que en tiempos de la Galia, los romanos ya utilizaban los robles de Tronçais para la fabricación de barricas de vino.
En la Edad Media el bosque pertenecía a catorce parroquias colindantes. El bosque de Tronçais ya se denomina así en títulos de 1375, probablemente como una derivación del término “truncado”, en referencia a los árboles podados. Tras diversas vicisitudes, en 1528 fue confiscado a los duques de Borbón y pasó a manos del Estado. Ya en el siglo XVII, la sobreexplotación por los derechos de uso existentes condujo a su degradación y a su ruina.
El bosque de Tronçais vivió su primer renacimiento a finales del siglo XVII, cuando Colbert, promovió su reforestación con robles en el marco de la política de garantizar el suministro de madera a la Marina francesa. A finales del siglo XVIII, los tiempos oscuros retornaron a Tronçais con la llegada de la Revolución Industrial y la instalación de fundiciones que se aprovisionaban de grandes cantidades de madera del bosque.
Afortunadamente, desde mediados del siglo XIX el bosque ha podido descansar y volver a resurgir, casi literalmente, de sus cenizas hasta el punto que desde 2018 está catalogado “Forêt d´exception”. Los robles plantados por Colbert para abastecer a la Marina hace más de 300 años tienen hoy un destino muy diferente y un valor incalculable.
Algunos de los robles que viven en el bosque de Tronçais desde hace más de 300 años se han convertido en verdaderos monumentos. En el bosque hay 19 árboles singulares clasificados y algunos de ellos se pueden admirar en el sendero de “Les sept chênes”.
El “roble Stebbing” tiene fama de poseer el fuste maderable más hermoso del bosque. El “roble de Saint Louis” debe su nombre a su aspecto imponente. Los “Gemelos” llevan creciendo de la misma cepa desde principios del siglo XVII. Y el más anciano de todos, el “Centinela”, causa respeto con sus 6,55 metros de circunferencia y con la estimación de que nació alrededor de 1580.
En dos rodales que suman 13 hectáreas se conserva una de las principales joyas de Tronçais: la Reserva de Colbert, en la que continúan creciendo orgullosos algunos de aquellos pequeños arbolitos plantados hace más de 300 años. La Reserva de Colbert se encuentra cerrada al público desde hace unos pocos años por razones de seguridad ya que muchos troncos y ramas amenazan con caerse. Frente a la alternativa de talar hasta un tercio de los árboles para reducir riesgos a los paseantes, se ha optado por cerrar la reserva, convirtiéndola en una Reserva Biológica Integral. Se dejará envejecer al bosque sin interferencias, con lo que se favorecerá la acumulación de madera muerta y el fomento de las especies ligadas a la misma. En todo caso, a los viejos robles del bosque de Colbert todavía les quedan muchas historias que contar, como testifican los numerosos ejemplares de incluso más de 600 años que se pueden encontrar por muchas zonas de Europa.
La madera de los robles albares de Tronçais es una de las más apreciadas de Francia para la elaboración de duelas de barrica por su rectitud y la regularidad y fineza de su grano. La gran mayoría de los robledales franceses se gestionan en monte bajo con resalvos, “taillis sous futaie”, con un estrato de monte bajo cortado periódicamente a matarrasa y otro de monte alto o resalvos para la producción de madera. El ejemplo más típico son los robledales de Quercus robur de Limousin.
Sólo el 15 % de los robledales franceses se gestiona en monte alto regular, como es el caso de Tronçais. Gran parte del bosque de Tronçais se aprovecha con un turno de 250 a 300 años, muy por encima de los 200 años habituales. Las cortas de regeneración se ejecutan a un ritmo de unas 50 ha/año mediante aclareo sucesivo para permitir que la regeneración de roble se asiente naturalmente. En las posteriores cortas de mejora se controla la presencia de carpe y haya, que en ausencia de gestión dominarían la masa. La gestión del monte alto regular para producir madera de calidad, sinónimo de turnos largos, se considera compatible con sus funciones recreativa y de conservación. Sin embargo, recientes protestas de los guardas forestales de la ONF parecen mostrar fricciones entre partidarios de una gestión más enfocada hacia la producción o hacia la protección.
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