Progreso:

Berlín forestal (4 de 7)

La República de Weimar. Paseos por Berlín

A escasa distancia de la Puerta de Brandeburgo se encuentra el principal edificio administrativo de Berlín y de Alemania: el  Reichstag. Esta imponente mole que se empezó a construir en 1884 se ha incendiado y ha sido bombardeada, pero con su restauración dirigida por Norman Foster y culminada por una vistosa cúpula de cristal, ha vuelto a renacer. Desde 1999 acoge de nuevo el Parlamento alemán tras haber sido sucesivamente la sede de los parlamentos del Imperio alemán y de la República de Weimar.

La Republica de Weimar supuso un breve período democrático para Alemania entre 1918 y 1933, tras la derrota del país en la Primera Guerra Mundial y hasta la llegada al poder de Adolf Hitler. Su nombre deriva de que la nueva Constitución se proclamó en Weimar, población ligada a grandes figuras literarias como Schiller o Goethe. A pesar de que la república de Weimar constituyó un período convulso política y económicamente, Berlín también vivió sus particulares felices años 20.

Reichstag

En los “Paseos por Berlín”, que Hesel publicó en 1929, se describe esa vida loca y disipada de la ciudad:

Los conciertos dobles, desmesurados y monstruosos, que organiza la capital para el paladar, el ojo, el oído y el pie bailón, ya no atrae a la nueva juventud, a nuestras nuevas berlinesas. (…) Se conducen a través del barullo de la ciudad con la misma seguridad con que lo hacen a través de los placeres, en medio de la jungla de la gente dan con los pocos senderos que conducen al baile…

Pero Hesel prefería pasear tranquilamente por Berlín. “Perderse en una ciudad como quien se pierde en el bosque requiere aprendizaje”, decía. Consideraba que a finales de los años 20 “la avenida Unter Den Linden sigue siendo el corazón y centro de la ciudad con sus cuatro hileras de árboles, hermosas tiendas, delegaciones, ministerios y sedes bancarias”. Los berlineses no se imaginaban que los tiempos felices estaban a punto de desaparecer…

Humboldt en Weimar. Goethe y el romanticismo alemán

Aproximadamente un siglo antes, a Humboldt también le gustaba pasear por Unter den Linden. Incluso en sus últimos años de vida, convertido en el científico más famoso de su época, “aún le gustaba caminar todos los días, y se le podía ver con la cabeza inclinada, paseando despacio a la sombra de los grandes tilos de la avenida Unter den Linden de Berlín”. A. Wulf escribe que “Humboldt siempre fue un caminante. (…) Viajar a pie, decía, le mostraba la poesía de la naturaleza. Sentía la naturaleza moviéndose a través de ella”.

Precisamente en Weimar, y antes de emprender su gran viaje a América, Humboldt descubrió una influencia que iba a sentar las bases de una nueva forma de entender la naturaleza. En Weimar, Humboldt conoció a Goethe.

Humboldt era hijo de la Ilustración, un movimiento intelectual que había sustituido a la teología cristiana del Antiguo Régimen. Se había reemplazado la subordinación de la razón a la fe por la primacía del conocimiento. En “el Siglo de Las Luces” rivalizaban dos corrientes de pensamiento: los racionalistas, encabezados por Descartes, opinaban que todo el conocimiento proviene de la razón; los empiristas, en cambio, defendían que solo se podía conocer el mundo a través de la experimentación. Humboldt era un empirista convencido que soñaba con entender la naturaleza. Medía, anotaba, clasificaba,… Pero cuando fue a visitar a su hermano a Jena, no sospechaba que su manera de enfocar el conocimiento de la naturaleza iba a cambiar felizmente para siempre.

En Jena y Weimar, el Romanticismo alemán estaba alcanzando su punto más brillante. Y, sobre todo, allí estaba Goethe.  Siguiendo el pensamiento de Kant, que afirmaba “la imposibilidad de adquirir el conocimiento absoluto con los datos que nos proporcionan los sentidos”, los románticos renegaban del pensamiento científico y proclamaba que solo era posible conocer la naturaleza a través del arte, la poesía y las emociones. En particular, Schiller fue muy crítico con Humboldt: “esa mentalidad analítica y tajante que impúdicamente pretende mensurar la naturaleza, ese hombre carente de dulce melancolía y desprovisto de todo interés sentimental,…

Como sintetiza A. Wulf, “en el siglo XVIII, las ideas de que la naturaleza podía perfeccionarse dominaban el pensamiento occidental. Se creía que la humanidad mejoraría la naturaleza con el cultivo de las tierras y el lema era “mejorar”. En ese contexto, no es extraño que la recién creada ciencia de la silvicultura asentara sus bases en la Ilustración y en la pujante teoría económica del liberalismo económico, personificada en Adam Smith. El concepto clave era PROGRESO. Puettmann et al. señalan al respecto que “Anteriormente, el bosque había sido visto primeramente como un componente estable de la economía regional y base del empleo (…). Con la adopción del liberalismo económico en el siglo XIX se adoptó la idea de que el propósito de los bosques era maximizar el beneficio”. La ciencia forestal se desarrolló en este marco liberal, aunque bajo el principio de sostenibilidad económica establecido por Carlowitz y que Hartig amplió en 1795 a una perspectiva intergeneracional, “apuntando a utilizarlos de manera tal que las generaciones futuras puedan sacar de ellos al menos las mismas ventajas que las presentes”. Pero sin escuchar a Goethe.

Avenida en Berlín

Bajo estas premisas, la ciencia forestal desarrolló y perfeccionó el uso de herramientas de planificación y ordenación forestal. Entre otros muchos conceptos, surgió el “monte normal”, definido como “un bosque idealizado de rodales regulares, de densidad completa  y con una distribución balanceada de clases de edad” (Puettmann et al.). La interpretación del monte normal como una meta deseable en sí misma conllevó a una homogeneización de las masas forestales. El pensamiento racional de la Ilustración consideraba que la naturaleza, y por lo tanto los bosques, son impulsados por leyes universales y que ponerla en orden era una obligación de la humanidad. Los forestales del siglo XIX consideraron que al dominar la naturaleza estaban mejorando el objetivo último de ésta. Las prácticas selvícolas de la época pretendían lograr que los bosques se ajustaran a esta visión del mundo y del PROGRESO.

El bosque de Freudenstadt. En la oscura Selva Negra

La Selva Negra. Estos densos bosques suroeste de Alemania, en los que “casi es de noche a plena luz del día”, provocan una evocadora fascinación romántica. Sin embargo, desde hace mucho, la realidad no es tan bucólica. A mediados del siglo XIX, los extensos y oscuros bosques mixtos de diversas frondosas y abetos de la Selva Negra ya se encontraban intensamente deforestados. Durante siglos se habían extraído por vía fluvial ingentes cantidades de madera de la Selva Negra, con destinos como los Países Bajos y su entonces floreciente Marina. La escasez de madera empezaba a preocupar tanto que hasta contaba con un término específico en alemán, “Holznot”. Para poner freno a las consecuencias de la escasez de madera, en la Selva Negra y muchos otros territorios de Europa Central se promovieron extensas reforestaciones. Como resultado, continuas plantaciones monoespecíficas de abeto rojo, especie más heliófila que el haya o el abeto, empezaron a dominar el paisaje forestal.

Estas nuevas masas forestales se gestionaron mediante cortas a hecho, seguidas normalmente de una nueva repoblación artificial. El paisaje se configuró en una suerte de tablero de ajedrez, con el resultado de un monte compartimentado en unidades o rodales homogéneos con una distribución de clases de edad equilibrada. El objetivo de garantizar el suministro de madera de manera sostenida parecía conseguido.

Plantación de abetos rojos

Poco a poco, los heterogéneos bosques europeos fueron transformados en masas regulares. Desde las repoblaciones de coníferas como las de la Selva Negra, gestionadas mediante grandes cortas a hecho y regeneración artificial, a los magníficos robledales como el bosque de Tronçais con cortas por aclareo sucesivo. El principal objetivo de la gestión forestal era maximizar la producción de madera garantizando la renovación de la masa y la protección de los suelos.

Estos sistemas selvícolas que se empleaban ya a principio del siglo XIX, han perdurado sin excesivas variaciones hasta la actualidad. Resulta significativa la cifra de que el 90 % de los bosques alemanes continúan gestionadas como masas regulares.

Pero la gestión forestal de masas regulares y en muchas ocasiones monoespecíficas cuenta cada vez con más detractores. Por un lado, la visión de los bosques como ecosistemas complejos ha llevado a criticar una selvicultura desarrollada con un espíritu “agronómico”. Por otro lado, los cada vez más devastadores fenómenos meteorológicos adversos como tormentas o sequías, unidos a la afección de las plagas forestales han provocado daños de especial virulencia en las masas regulares y monoespecíficas. Tras las fuertes sequías de 2018 y 2019, el escarabajo de la corteza (Ips typographus) está causando daños calamitosos en los bosques de abeto rojo de Alemania, donde se estima una afección de 160 millones de metros cúbicos de madera en un área de 245.000 hectáreas. Daños similares llevan sufriendo desde hace décadas los bosques de abeto rojo por toda Europa Central.

Abetos rojos afectados por el escarabajo de la corteza

Cada vez más voces claman por fomentar bosques más estables, por un futuro en el que nuestros bosques vuelvan a conformar masas mixtas e irregulares. Un tipo de gestión forestal que localmente ya se implantó desde principios del siglo XIX y que vuelve a tomar protagonismo a través de la selvicultura próxima a la naturaleza y de iniciativas como Prosilva.

Visita al bosque de Freudenstadt

Visité la Selva Negra en 2008, formando parte de un pequeño grupo de forestales españoles que acudíamos a un congreso internacional Prosilva. El congreso se celebraba en Freudenstadt, como parte de la conmemoración de los 175 años de posesión por Freudenstadt de sus bosques municipales y los 100 años de su gestión como monte irregular.

Freudenstadt es una pequeña ciudad enclavada en el corazón de la Selva Negra que cuenta con orgullo poseer la plaza más grande de toda Alemania. También presume de sus extensos bosques, ya que posee alrededor de 3.200 hectáreas de terrenos comunales. Predominan las masas de picea o abeto rojo (Picea abies), con menor presencia de abeto común (Abies alba) y representaciones más modestas de pino silvestre (Pinus sylvestris) y haya (Fagus sylvatica).

Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, pocos días antes de la rendición alemana, la ciudad de Freudenstadt fue incendiada y destruida casi por completo por el ejército francés. También los bosques de Freudenstandt fueron intensamente explotados tras la guerra, al igual que gran parte de las masas forestales alemanas. Tras la posguerra se intentó revertir esta devastación con importantes plantaciones de abeto rojo en los terrenos deforestados.

En la actualidad,  más de 2.400 hectáreas del bosque de Freudenstadt se manejan como monte alto regular. Parte importante de esta superficie son masas monoespecíficas de abeto rojo procedentes de las plantaciones tras la posguerra.

Paseando por el bosque de Freudenstadt

Pero Freudenstadt es una ciudad que una y otra vez ha sabido resurgir y reinventarse. Y entre sus extensos bosques ha conseguido conservar un pequeño tesoro forestal. En 2008 se cumplieron 100 años desde la decisión de gestionar los bosques próximos a la ciudad como monte alto irregular con sistemas de cobertura permanente. El objetivo fue promover la función recreativa del bosque, en una época en la que se iniciaba el desarrollo turístico de la Selva Negra y Freudenstadt era una próspera ciudad balneario. Esta decisión ha tenido a la larga tal éxito que no solo ha conseguido que se desarrolle un bosque bello por el que pasear. La gestión en monte irregular durante 100 años ha configurado un bosque con un relevante valor económico, con elevados volúmenes de madera gruesa de alta calidad. Se ha conseguido un bosque con una alta capacidad de resiliencia frente a tormentas como Lothar o frente a la más reciente y letal combinación de grandes sequías con la plaga del escarabajo de la corteza. Y se ha convertido en un espacio con una riqueza ecológica reseñable, como muestra el dato de que los bosques de Freudenstadt albergan uno de los mayores niveles de población de urogallo de Alemania. Pero sobre todo, un bosque en el que nos podemos imaginar paseando junto a Humboldt y Goethe mientras conversan sobre arte y naturaleza.

El bosque de Freudenstadt

El bosque de Freudenstadt se ha convertido en un modelo a imitar de gestión próxima a la naturaleza. Siguiendo su propio ejemplo, en el mismo Freudenstadt se están dando los pasos necesarios para convertir algunas de las plantaciones de abeto rojo realizadas a lo largo del siglo XX en monte alto irregular. Se trata sin duda de un trabajo a largo plazo que precisa grandes dosis de paciencia, precisamente una de las grandes virtudes de los forestales.

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