Un relato forestal viajero por El Salvador en 2013.

Sentaos a mi sombra que os voy a contar una historia. Es la historia del Bosque de Cinquera.
Antes de que nada fuera ya igual en El Salvador, Cinquera era un pueblo lejano y aislado. Era como una isla entre montañas surcadas por largos y estrechos senderos en los que se decía que ni los enamorados eran felices, pues solo se podía caminar en fila de a uno.
En ese tiempo, hace más de 50 años, yo ya era una ceiba hermosa y solía ver a la gente de Cinquera allí, al fondo del valle, chiquitita y pobre. Les veía comiendo frijoles y tortilla y recogiendo café en las haciendas de los ricos, cada día más ricos los ricos. Y la gente de Cinquera cada día igual de pobre, pues era difícil serlo más. La gente de Cinquera era pobre, porque sí, porque así era y porque así seguiría siendo.
Desde aquí en lo alto de la montaña veía a los niños de Cinquera, pobres y chiquititos. Veía cómo los llevaban los domingos a Copapayo, caminando por los largos y estrechos senderos, en fila de a uno y descalzos. Y tras la larga caminata, con hambre y con los pies ensangrentados, les llevaban a la iglesia, a alimentar el alma, que ya comerían frijoles después, si había. Y en la iglesia les recordaban que sí, que eran pobres porque sí, porque así era y porque así seguiría siendo.
Pero no, poco a poco, la gente fue descubriendo que no tenía por qué seguir siendo así. En el sindicato, en la escuela, en la calle, en la iglesia, en tantos sitios, poco a poco, empezaron a comprender que no, que no eran pobres porque sí. Y desde este cerro, guardándoles el secreto, vi cómo se organizaban en movimientos populares, poco a poco, hasta que un día nada fue ya igual.


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