Las islas de Guna Yala
Islotes paradisiacos con playas de arena blanca, cocoteros, sol, aguas turquesas, arrecifes de coral y peces multicolores. En frente, una costa cubierta por densos bosques tropicales. Guna Yala es la imagen del Caribe de los folletos turísticos. Y Guna Yala es el hogar de los Guna, un pueblo indígena que mantiene su cultura tradicional y que gestiona de forma autónoma su territorio y el cada vez más abundante turismo. Está claro que tengo que ir.
La Comarca Guna Yala se extiende a lo largo de unos 226 km de la costa del Caribe panameño y ocupa una superficie de 3.260 km2 que incluye desde los bosques lluviosos de la cordillera de San Blas hasta las cerca de 400 pequeñas islas que se esparcen frente a la costa. Es el hogar del pueblo Guna, integrado por unas 60.000 personas de las que más de la mitad continúa viviendo en su territorio tradicional y el resto ha emigrado a las áreas metropolitanas. La mayoría de las comunidades Guna que se mantienen en su territorio se asientan en islas cercanas a la costa, unas pocas en la misma costa y solo dos en las montañas.
Desde Ciudad de Panamá se puede acceder a Guna Yala en avioneta o en vehículo 4×4 a través de la carretera que lleva hasta el puerto de Carti en un trayecto de unas dos horas y media. Contrato con una agencia un tour de dos días a las islas de San Blas, como anteriormente se conocía al archipiélago, y en la mañana bien temprano me recoge un 4×4 en mi hotel de Ciudad de Panamá. Comparto el recorrido con otros dos grupos de turistas que se dirigen a distintas islas de Guna Yala.
Un par de controles de policía nos recuerdan que estamos en una zona de paso de migrantes y de narcotráfico. Otro puesto de control nos indica que vamos a entrar en la comarca Guna Yala. El puesto está controlado por los Guna, que nos piden los pasaportes y nos cobran 22 dólares por persona. La Comarca Guna Yala es un territorio semiautónomo, gestionado directamente por los indígenas Guna a través del Congreso General Guna. A partir de este punto no vamos a dejar de ver la bandera oficial de Guna Yala y la que rememora la revolución Guna de 1925.
El embarcadero de Carti es un hervidero de turistas despistados, lanchas listas para salir hacia las distintas islas y guías Guna intentando poner orden. Tras un rato de espera, subo a una lancha que se dirige a mi destino, la isla de Chichime, una de las más grandes y menos visitadas.
Únicamente están habitadas 49 de las cerca de 400 islas de Guna Yala. Algunas son la viva imagen del paraíso caribeño, con cabañas dispersas junto a playas de arena blanca y cocoteros. En otras, en cambio, las viviendas de los Guna se apiñan ocupando cada metro de tierra firme sin dejar espacio a ni a un grano de arena blanca y aún menos a la refrescante sombra de los cocoteros.
Antes de llegar a la isla de Chichime, nuestra lancha hace una parada técnica en una de estas otras islas en las que los Guna viven hacinados. Creo que es Carti Sugdupu, la más poblada del archipiélago. Carti Sugpudu cuenta con el dudoso honor de albergar a los que se ha considerado “los primeros refugiados climáticos reubicados de Latinoamérica”. La subida del nivel del mar provocada por el cambio climático amenaza con inundar permanentemente estas pequeñas islas en las que el terreno se eleva a menos de un metro sobre el nivel del mar. Como solución de emergencia, el Gobierno panameño les ha construido un nuevo poblado en tierra firme y en junio de 2024 se han empezado a reubicar sus primeros pobladores. Resulta paradójico que los primeros afectados por el cambio climático sean pueblos que, como los Guna, conservan una cultura basada en el respeto a la naturaleza.
Ajeno a esta dura realidad que afronta el Pueblo Guna, desembarco junto a un pequeño grupo de turistas en Chichime. Nuestros anfitriones Guna nos reciben en el comedor y tras una pequeña bienvenida nos distribuyen por las cabañas en las que vamos a pasar la noche. Son unas instalaciones muy sencillas pero acogedoras, enmarcadas por el prometido paisaje bucólico de arenas blancas, aguas turquesas y cocoteros.
Desde el primer momento tengo la sensación de que he acertado al elegir alojarme en Chichime, por delante de islas más famosas como Isla Aguja o Isla Perro Chico. Chichime es una isla de mediano tamaño que se puede recorrer por la playa en un paseo de unos quince minutos. El interior de la isla está lleno de Cocoteros (Cocos nucifera), pero bajo sus altas hojas también crecen otras plantas de menor porte. Distingo al Noni (Morinda citrifolia), originaria del sureste asiático y plantada o asilvestrada en Guna Yala. En el sotobosque abunda un arbusto que no conozco. Reinildo, uno de nuestros anfitriones Guna, me explica que se trata del Icaco (Chrysobalanus icaco). El Icaco es un arbusto o pequeño arbolillo que llega a alcanzar los seis metros de altura y su fruto es una drupa similar a grandes cerezas. Reinildo me cuenta que el nombre original de Chichime es Wissudub o “isla de las frutas”, por la abundancia de Icacos.
Aunque la recogida y venta de cocos a intermediarios colombianos ha representado tradicionalmente uno de los principales ingresos económicos del pueblo Guna, la vida de los Guna gira en torno al agua, al mar. Sus cabañas están dispersas por la playa y se les ve pescando en pequeños cayucos de madera.
Desde hace unas décadas, los Guna han cambiado su tipo de pesca. Ahora pescan turistas, un recurso mucho más rentable y que también viene por el agua, por el mar. Por mi parte, me dejo pescar con gusto por los Guna. Me tumbo en una hamaca colgada entre dos cocoteros, doy un paseo por la playa y me meto al agua para hacer snorkel frente a mi cabaña. En un rato consigo ver una barracuda, una raya y una especie de lenguado. Me gusta.
Después de comer tenemos organizada una excursión en lancha a las islas cercanas. Paramos en Isla Diablo para dejar gente y nos vamos a hacer snorkel al arrecife cercano. Disfruto buceando entre corales, peces de colores y alguna que otra raya. A continuación nos acercamos a una piscina natural en la que abundan las estrellas de mar y acabamos en Perro Chico, un pequeño islote en el que tomar un refresco y bucear junto a un barco hundido. En el trayecto de vuelta a Chichime se nos acerca un grupo de delfines, que nadan tranquilos hasta que deciden mostrarnos la cola y sumergirse. En verdad, aquí todo parece tranquilo. Los delfines, los Guna y los turistas.
Las mujeres Guna continúan vistiendo a su manera tradicional. Llevan una tela colorida a modo de falda y una blusa decorada con molas, unas telas con llamativos diseños bordados que se han convertido en la principal artesanía que los Guna venden a los turistas. Las mujeres completan su vestuario con un pañuelo estampado sobre la cabeza y diversos collares, anillos y pulseras. Las Guna de más edad se suelen pintar una línea negra desde la frente hasta la nariz, que complementan con un anillo de oro en el tabique nasal. Los hombres Guna, por su parte, visten al estilo occidental, con camisetas y pantalones cortos.
La imagen que los turistas tenemos del pueblo Guna seguramente difiere de la que ellos intentan transmitir al exterior. La industria turística panameña ha vendido Guna Yala como un paraíso caribeño habitado por un pueblo indígena que mantiene costumbres ancestrales en una profunda armonía con la naturaleza. Los empresarios Guna intentan vender una realidad más moderna, en la que conjugan el mantenimiento de sus costumbres y la conexión con su medio ambiente con el uso de las tecnologías modernas como Internet. Es la imagen de los pescadores artesanales en cayucos tradicionales frente a los pescadores “de turistas” en lanchas con motor fueraborda.
Los turistas que venimos a Guna Yala sabemos que no vamos a encontrar hoteles lujosos ni grandes comodidades. Como contrapartida, sabemos que llegamos a un entorno natural y cultural inolvidable. Sin embargo, no todo es bucólico en la relación entre el pueblo Guna y los turistas. No son solo los posibles efectos de desnaturalización de las costumbres tradicionales de los Guna, de incitación para la migración de los jóvenes a la ciudad o del aumento de la presión sobre los recursos naturales. En mis paseos por la isla de Chichime me entristece la presencia de botellas de plástico y otros restos de basura que las corrientes marinas acumulan en diversos puntos de la costa. Es una tarea pendiente que los Guna aprendan a gestionar correctamente sus residuos, pero también que los turistas aprendamos a generar la menor cantidad posible de basura y que nos la llevemos de vuelta al continente.
En todo caso, marcho convencido de que los Guna están consiguiendo instaurar en su territorio un modelo sostenible de ecoturismo. Un territorio espectacular en el que después de muchas luchas el pueblo Guna ha conseguido ser el auténtico protagonista de su desarrollo. Un territorio que están dispuestos a compartir con todos los turistas que nos acerquemos con respeto y curiosidad.
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