Progreso:

Tejiendo el bosque (4.2 de 4)

4. El trekking a la Ciudad Perdida

4.2. Los Guardianes del Mundo

Continuando nuestro camino hacia la Ciudad Perdida pasamos junto a un poblado Kogui. La estructura de las casas de los Kogui es redonda, a diferencia de las de los Wiwa, que son cuadradas. La casa del mamo se diferencia porque es la única que puede tener el tejado elaborado con palma Tankua.

Poblado Kogui

El mamo es la máxima autoridad de la comunidad, en la que los conflictos se resuelven mediante la ley indígena, de carácter reeducador pero que también incluye destierros y latigazos. A nivel institucional, cada grupo indígena está representado frente a las instituciones por un Cabildo indígena, elegido por votación y que tienen bastante poder al controlar los aportes gubernamentales de dinero.

Mamo Kogui

Al final de una fatigosa subida nos encontramos con un mamo Kogui, que también está de camino. En el Museo del Oro Tairona explican quiénes son los mamos:

“Los mamos son depositarios del conocimiento ancestral y responsables de su pueblo. Interpretan los lugares sagrados y recorren la geografía mítica para “componer”, “hacer trabajo”, “sanar” y “acordar” con sus guardianes cosmológicos. (…) Los mamos consultan al mundo espiritual a través de elementos de poder y para evitar plagas, sequías, epidemias y enfermedades, buscan el equilibrio entre el mundo material y el espiritual, cumpliendo las normas que dictó la Madre Universal para habitar la Sierra Nevada”.

Es un buen momento para conocer un poco mejor la relación de los indígenas de la Sierra con su entorno; para entender por qué se autodenominan los Hermanos Mayores; para escuchar el mensaje que tienen que trasladar al resto del mundo, a los “hermanitos” Menores.

Los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta se reconocen a sí mismos como los Guardianes del Planeta y consideran que sus montañas son el Corazón del Mundo. Por eso son los Hermanos Mayores. Al resto, que no tenemos conciencia de las normas del mundo ni su sabiduría, nos denominan los Hermanos Menores.

Los Hermanos Mayores fueron los primeros hombres que aparecieron cuando se creó la Tierra: primero los Kogui, a continuación los Wiwa, después los Arhuaco y los Kankuamo. La Madre les otorgó la Sierra Nevada como hogar y les impuso la misión de protegerla y de cumplir la Ley de la Madre. La Sierra Nevada de Santa Marta es un ser vivo. Los picos nevados son la cabeza, las lagunas son el corazón, los ríos son las venas, la tierra son los músculos. Los indígenas de la Sierra son el oxígeno de la tierra y la hacen respirar.

Cuando los “hermanitos” Menores hemos llegado a la Sierra Nevada, no la hemos respetado. Hemos talado los bosques para reemplazarlos por plantaciones de banana y palma de aceite y por cultivos de coca para la producción ilegal de cocaína. Hemos interferido el ciclo natural del agua de la Sierra con proyectos hidrológicos. Hemos saqueado lugares sagrados. Hemos perforado la montaña para obtener carbón, oro y otros minerales. Hemos violado el Corazón del Mundo.

Niños Wiwa en el río

Los Hermanos Menores hemos roto el equilibrio con la madre Naturaleza. Pero la Naturaleza es inteligente y para recomponerse responde a nuestras agresiones. Los huracanes, las inundaciones o los terremotos son síntoma de que el hombre ha roto el equilibrio con la Naturaleza. Todos estos males están vinculados a la necedad de los Hermanos Menores, “que no entienden bien”, que no respetan la Ley de la Madre.

Hombre Wiwa en la Sierra Nevada de Santa Marta

Los indígenas llevan tiempo contemplando con horror que las nieves y los glaciares de la Sierra Nevada de Santa Marta están retrocediendo. Incluso antes de empezar a oír hablar del calentamiento global ya vinculaban esta pérdida a la actividad humana. Preocupados por la actitud de los Hermanos Menores, los Kogui decidieron ya en 1990 lanzar un mensaje a toda la humanidad: “se debe parar la destrucción, se debe dejar de vender el planeta por dinero”. Para ello, contactaron con el cineasta Alan Ereira para difundir “Desde el Corazón del Mundo. El mensaje de los Hermanos Mayores”. El documental tuvo un enorme impacto internacional y algunos lo consideran probablemente la película más famosa que jamás se ha hecho sobre una población indígena.

Veinte años después, los Kogui decidieron contactar de nuevo con Alan Ereira. Su mensaje o no fue entendido o fue ignorado, por lo que pretendían difundirlo otra vez. Le pidieron grabar otro documental para insistir en sus advertencias: ‘Aluna’.

Lo explica el propio Alan Ereira en una entrevista: “Veinte años después del primer documental, los Kogui dijeron: ¿qué pasó? Te dijimos que estaban destruyendo el mundo, pensamos que iban a parar, pero no sucedió nada. Ustedes no pararon, así que hicimos mal nuestro trabajo en el documental de 1990, no explicamos apropiadamente lo que queríamos decir y ustedes no entendieron. Así que ahora debemos hacerlo adecuadamente y usted debe ayudarnos. Así surgió ‘Aluna’.” Y pone un ejemplo del mensaje de los Kogui: “nosotros no entendemos que el mundo natural es un simple ser vivo, una entidad viva, y creemos que si por ejemplo dañamos la desembocadura de un río, donde se une con el mar, eso no tiene ningún efecto secundario. Pero, ¿usted cree que si le cortan los pies el resto de su cuerpo estará bien? Sucede lo mismo con la naturaleza.” Es un mensaje para hacernos reflexionar. “Aluna” significa pensamiento, ideas, la conciencia dentro de la naturaleza. Esto es ‘Aluna’.

Posando con nuestro guía Wiwa

Es un mensaje sencillo y profundo, poético. Un mensaje de un pueblo que mantiene desde hace 4.000 años una visión de la Naturaleza en la que todo está interconectado. Un mensaje que dice que tenemos que repensar nuestro camino para convivir con la Naturaleza:

“…el mundo no tiene que terminar, sino que podría continuar, pero a menos que dejen de violar la tierra y la naturaleza, que cesen de agotar la energía de  La Gran Madre, sus órganos, su vitalidad, a menos que las personas dejen de trabajar en contra de la Gran Madre, el mundo no durará.”

La Ciudad Perdida

La Ciudad Perdida es uno de esos lugares que desprenden un aura de misterio. No es para menos. Las ruinas perfectamente conservadas de una civilización desaparecida hace cientos de años se alzan en el interior de una selva casi impenetrable y para llegar hasta allí es necesario caminar durante días por la tierra de los descendientes de sus antiguos habitantes: los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta.

La Ciudad Perdida o Teyuna es uno de los más de trescientos centros urbanos prehispánicos que los Tairona levantaron en la parte noroccidental de la Sierra Nevada de Santa Marta. Se cree que Teyuna se erigió entre los siglos XI y XIV y se convirtió en uno de los centros políticos, religiosos y económicos más  importantes del periodo Tairona. Construida entre los 950 y 1300 metros de altitud en la cuenca del río Buritaca, llegó a ocupar 30 hectáreas dominadas por monumentales terrazas y albergó una población de hasta 3.000 habitantes. Tras su abandono, Teyuna fue engullida por la selva tropical durante 400 años hasta los guaqueros o profanadores de tumbas la redescubrieron en la década de 1970 rebautizándola como Ciudad Perdida. Aunque las casas de madera de los Tairona desaparecieron hace tiempo, las estructuras de piedra como las terrazas y las escaleras se conservan en un sorprendente buen estado, lo que da una idea de los excelentes conocimientos de ingeniería y de su medio que tenían los Tairona.

Entrada a la Ciudad Perdida

La mañana que por fin vamos llegar hasta la Ciudad Perdida me levanto ilusionado, expectante por poder conocer uno de los principales lugares sagrados de los Tairona y uno de los restos arqueológicos más importantes de Sudamérica. Por su entorno y belleza probablemente solo comparable de alguna manera al incomparable Machu Pichu.

El último tramo de camino hacia la Ciudad Perdida es hermoso. Vadeamos ríos y atravesamos el bosque húmedo. Al ser uno de los pocos grupos que vamos acompañados por guías indígenas locales, tenemos el privilegio de ser los primeros que nos ponemos en camino, con lo que tendremos la oportunidad de recorrer la Ciudad Perdida  antes de que acceda el grueso de los turistas, en cualquier caso nada numerosos.

Paisajes de camino a la Ciudad Perdida
Cruzando un río  para llegar a la Ciudad Perdida

Llegamos por fin a la entrada a la Ciudad Perdida. Un cartel señala el inicio de los casi 1.300 escalones de piedra a través de lo que se asciende hasta el recinto principal. No es de extrañar que este acceso permaneciera durante tanto tiempo escondido entre la frondosa vegetación, manteniendo así oculta la Ciudad Perdida, guarecida entre una casi impenetrable selva tropical.

Sin esperar a mi guía ni a mis compañeras de caminata, asciendo sin mirar atrás la larguísima escalinata de piedra. Quiero ser el primero en llegar a la Ciudad Perdida y aunque sea por un instante saborear su misterio en solitario.

Ya en la Ciudad Perdida, paseo entre terrazas, caminos de piedra y sistemas de canales que se conservan como si no llevaran tantos siglos abandonados. Llego hasta la plataforma central, en la que se encuentran las terrazas más grandes, que se usaban para las ceremonias rituales. En este área central vivía el mamo y aún se conserva su trono de piedra. En las plataformas de alrededor estaban las viviendas de sus esposas y en la zona superior unas casas separadas para las mujeres con la menstruación. Llego hasta esta parte alta, desde la que se tiene la mejor vista de todo el recinto, enmarcado por los palmeras Tankua en un exuberante paisaje. Compruebo que no estoy solo. Se me acercan unos jóvenes soldados, que forman parte de un destacamento que controla permanentemente el área, protegiendo a los turistas. Los soldados me dicen que pasan en la Ciudad Perdida periodos de hasta seis meses. Me parece un enclave propicio para la reflexión, para intentar interiorizar el pensamiento y el mensaje de los indígenas de la Sierra, pero seis meses aquí arriba…

Las terrazas de la Ciudad Perdida

Mientras converso tranquilamente con los militares, veo que mis compañeras empiezan a aparecer por la plataforma central, así que bajo para unirme a ellas y compartir estas vibrantes sensaciones. Cuando llego al grupo, nuestro guía les está dando diversas explicaciones: que el sapo es tierra y mujer, el símbolo de la fertilidad; que allí está el trono del mamo; que las piedras grabadas del camino son mapas… Intenta trasmitirles todo lo que representa ese lugar sagrado para los Wiwa. Para salir de la Ciudad Perdida tenemos que realizar un ritual en el que damos varias vueltas a las plataformas de la entrada, tal y como hicieron mis compañeras al acceder al recinto, mientras yo me adelantaba para poder disfrutar de este espacio en soledad. Al acceder a la Ciudad Perdida sin esperar a mi guía Wiwa, ofuscado por querer ser el primero en llegar y así poder sentir sin interferencias  las energías de este espacio único, he olvidado que este lugar ya tiene su gente y esta gente tiene sus creencias y sus ritos, como el de la entrada a la Ciudad Perdida que me he saltado.

Con el tiempo, el trekking a la Ciudad Perdida para nosotros será solo un bonito recuerdo de los días en los que nos sumergimos en este soberbio paisaje junto a los indígenas de la Sierra y de su insistente mensaje de respeto a la naturaleza. Un recuerdo y un mensaje que poco a poco se nos irá volviendo nebulosos, como las montañas de la Sierra entre las persistentes nubes bajas. Para los Wiwa y los Kogui, en cambio, la Sierra Nevada de Santa Marta es su razón de ser.

Han sido cinco intensos días con los Wiwa, con sus montañas, sus tejidos, sus árboles, sus sitios sagrados, su historia, su Ciudad Perdida, sus poporos, sus mochilas, sus vestidos, su visión del mundo, su respeto a la naturaleza… Pero en el fondo, tengo el temor de haberme limitado a visitar “la Sierra light”, la del exotismo indígena empacado y no haber tenido la sensibilidad para conectar con la visión de la Naturaleza de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta ni con las enseñanzas que intentan transmitirnos para que la protejamos.

¡En la Ciudad Perdida!

Recuerdo de nuevo que para los indígenas de la Sierra “cuando uno está hilando, uno piensa. Así, sentado, torciendo el hilo sobre el muslo, uno piensa mucho: en el trabajo, en la familia, en la gente, en todo”. Con la misma mentalidad, me siento a hilar y tejer este relato y así, mientras lo tejo, pienso y recuerdo “desde el Corazón del Mundo, el mensaje de los Hermanos Mayores”.

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