4. El trekking a la Ciudad Perdida
4.1. Los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta
Por fin inicio el trekking a la Ciudad Perdida, uno de los yacimientos precolombinos mejor conservados de Sudamérica, en un entorno selvático y de montaña espectacular y hogar de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta: los Kogui, los Wiwa, los Arhuaco y los Kankuamo.
Desde su abandono hacia 1650, la Ciudad Perdida ha permanecido oculta por la selva, al menos para los ojos occidentales, hasta que un grupo de guaqueros la descubrió en los años 70. En 2003, ocho turistas que caminaban hacia la Ciudad Perdida fueron secuestrados por la guerrilla del ELN, lo que provocó que se suspendieran las actividades turísticas en la zona durante varios años. En la actualidad el ejército controla la ruta de acceso para garantizar la seguridad a los turistas y diversas agencias ofrecen paquetes turísticos que facilitan la visita.
Elijo hacer la caminata con Wiwa Tours, la única agencia operadora con guías indígenas, que espero que me transmitan su forma de vida en la Sierra y su relación con la naturaleza. Para los pueblos indígenas que habitan la Sierra Nevada de Santa Marta, éste es el Corazón del Mundo, un territorio sagrado fuente de conocimiento que deben proteger a través del respeto de los principios tradicionales y del trabajo espiritual.
Alrededor de 27 comunidades Wiwa se reparten por las tierras bajas del costado nororiental de la Sierra. Más arriba es territorio de los Kogui, que rechazando la invasión exterior se desplazaron a zonas más altas de la Sierra y mantienen menos contacto con “el mundo civilizado”.
La organización social, la lengua, el vestido y otras costumbres varían entre los Kogui, los Wiwa, los Arhuaco y los Kankuamo, pero les une su visión de la naturaleza y su vinculación con la Sierra.
La vestimenta tradicional de los indígenas de la Sierra es blanca, como la nieve de la Sierra Nevada. La confeccionan con algodón que ellos mismos hilan: camisa y pantalón en el caso de los hombres y falda y blusa en el de las mujeres, aunque últimamente se empieza a hacer habitual el uso de otras prendas como zapatos y pantalones de estilo occidental. Otros elementos distintivos son las mochilas tejidas, que cargan permanentemente, y el sombrero de los hombres, que también representa un símbolo de los picos nevados y sus diseños difieren en cada grupo indígena: cónico, tubular o de ala, en el caso de los Wiwa.
Todos estos detalles pueden no constituir más que una muestra de lo que el columnista Cesar Rodríguez Garavito ha denominado “la Sierra light”, la del turismo indoloro de las mochilas tejidas, los paisajes de postal y el exotismo indígena empacado para consumo instantáneo por las agencias de viajes. “La otra Sierra” es un territorio en el que se entrecruzan conflictos sociales y ambientales, es “una zona de confluencia, y de tensión, entre múltiples actores: Estado, comunidades indígenas, colonos, grupos al margen de la ley, ambientalistas, grupos de conservación y multinacionales». En este viaje, espero no quedarme solo en la superficie de “la sierra light”.
El primer tramo del trekking, que comparto con tres colombianas, transcurre por la parte baja de la Sierra, a través de tierras de colonos que viven de la ganadería y de cultivos como el café. Es una zona que ha sufrido numerosos conflictos, primero por los cultivos de marihuana y cuando se consiguió erradicarlos, por la producción de coca, que afortunada ha sido también en gran medida erradicada en la zona. Entre tanto, también llegaron los guaqueros que saquearon sistemáticamente los sitios arqueológicos sagrados de los indígenas y se hizo presente el conflicto armado con presencia tanto de la guerrilla como de los paramilitares que hacían incursiones en sus poblados.
A medida que ganamos altitud, el bosque se va haciendo más frondoso. De pronto, tras una curva un cartel nos señala que hemos entrado en territorio indígena. Las tierras de los indígenas de la Sierra están tituladas y demarcadas desde hace unos 50 años. Sin embargo, ellos consideran que su territorio en realidad está delimitado por una línea negra invisible que abarca sus lugares sagrados. Así lo explica el mito local sobre el origen del mundo:
“La Madre Universal, esencia de todo lo creado, clavó su gran huso de hilar en los picos nevados, de él desprendió la punta del hilo y trazó a su alrededor un círculo; la región comprendida la entregó a sus hijos mayores para que allí habitaran ellos y su descendencia. Los picos nevados, el punto donde la Madre clavó el huso, quedó como corazón del mundo (…) a la circunferencia trazada por la Madre se le ha llamado la línea negra”.
El sendero continúa ascendiendo a través de un denso bosque tropical, con pequeños claros en los que los Wiwa y los Kogui practican la agricultura de subsistencia.
Así como la mujer encarna a la madre tierra, el hombre representa a los árboles. Los hombres son como árboles y su pelo como lianas, que solo cortan un poco una vez al año. Los Wiwa llaman al árbol “kan” y al bosque “kankana”. Cuando los indígenas de la Sierra necesitan cortar algún árbol (para obtener leña, madera o para abrir áreas de cultivo en el bosque) tienen que pedir permiso al mamo, que responde al cabo de varios días tras hacer una ofrenda.
En la Sierra hay cuatro especies de árboles que destacan en el dosel: el Sambocedro (Cedrela montana), el Caracolí (Anacardium excelsum), el Mastre (Baxilosylom excelsum) y el Cansanegro (Pseudolmedia havanensis). Son los árboles más altos del bosque. Por ello, los Wiwa los consideran árboles “padre” sagrados que protegen a los más pequeños y no los cortan.
La segunda noche de nuestro recorrido dormimos en un poblado Wiwa, donde tenemos oportunidad de conocer algunos detalles de sus tareas diarias. Nos enseñan cómo obtienen las fibras para elaborar las mochilas de las hojas del maguey o agave, cómo las hilan en el huso y cómo tejen. Los hombres usan el telar y las mujeres tejen las mochilas de forma manual mientras caminan. Las mochilas son diferentes según los grupos étnicos y sus dibujos son diversas representaciones simbólicas: del útero materno, del inframundo…
Para los Wiwa, como para el resto de los indígenas de la Sierra, hilar y tejer son actividades cotidianas que simbolizan la vida y el pensamiento. Lo explican en el Museo del Oro Tairona:
“-Cuando uno está hilando, uno piensa. Así, sentado, torciendo el hilo sobre el muslo, uno piensa mucho: en el trabajo, en la familia, en la gente, en todo-. Este hilo, que es pensamiento, se entreteje luego en el telar para convertirse en la tela de la vida que servirá para la confección de los vestidos. Frente a las casas y templos es común encontrar a los hombres tejiendo en sus telares una manta o la bolsa para cargar los niños”.
“El telar también es enseñanza. Cuando un hombre es culpable de algún comportamiento indebido, los mamos le ordenan ir a tejer. Mientras teje debe recordar los principios dictados por Serankua, el dios de la creación, y por la Madre Universal.”
Según la cosmovisión indígena, las montañas surgieron cuando la tierra fue hilada en un enorme huso y se crearon las nueve capas del universo. Dos hebras se cruzaron para establecer los cuatro puntos cardinales que representan a cada grupo indígena de la Sierra y para sostener la montaña, el hogar de los Hermanos Mayores.
Del mismo modo que el mundo fue hilado, las mujeres hilan el algodón y la fibra de maguey. Pero la simbología es aún más complicada. En “La imagen del indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta” escriben que:
“La geografía sagrada del territorio de la Sierra está comprendida dentro de una circunferencia sagrada que rodea la sierra. Incluso, el movimiento del sol y el calendario están reflejados en el acto de tejer. Así como el sol se desplaza en forma de espiral alrededor del telar de la tierra, la figura de la espiral es un elemento recurrente y forma parte fundamental de la tradición del tejido…”
Hilar y tejer, el huso y el telar, son una parte central de la cosmovisión de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Incluso sus desplazamientos constantes por la Sierra, en la que cultivan y cosechan variados productos a distintas altitudes, se denominan “tejedurías”. La idea subyacente es que una comunidad teje a lo largo del tiempo un manto protector sobre la Tierra.
Otros elementos con una enorme carga simbólica entre los Wiwa y los Kogui son el poporo y la coca. Nuestro guía Wiwa nos muestra una pequeña plantación de coca (Erythroxylum novogranatense) junto al poblado. Los hombres se encargan de plantar la coca y las mujeres de recoger las hojas para su autoconsumo.
Los hombres Wiwa recorren la Sierra y realizan sus actividades diarias mascando la hoja de coca mezclada con la cal que obtienen de conchas marinas. Esta mezcla provoca una reacción química que produce un efecto estimulante y les proporciona energía.
Para tostar las hojas de coca calientan una piedra en la brasa y la meten en la mochila con la coca, que menean hasta que deja de humear. Las conchas marinas las calientan entre varas de bambú y cuando están blancas las meten en una calabaza grande y le echan agua, que después retiran. Las hojas de coca las llevan en una pequeña mochila y las conchas molidas en el poporo, del que extraen la cal con un palillo de madera.
El poporo es una calabaza que se entrega a los hombres cuando tienen 18 o 20 años y en la que llevan el polvo de conchas marinas, que mezclan en la boca con una varilla con las hojas de coca que mastican. Después usan el palillo para restregar los restos de la saliva y polvo sobre la propia calabaza, que poco a poco se va convirtiendo en un duro bulbo, símbolo de la edad y sabiduría de un hombre.
El uso del poporo forma parte de la cosmovisión de los indígenas de la Sierra en su relación con el mundo espiritual, como describe el etnógrafo Gerardo Reichel-Dolmatoff:
“(…) la Sierra Nevada es un poporo; sus cumbres nevadas son blancas como la cal que se acumula alrededor del orificio de un poporo, y el palillo es el eje del universo, que atraviesa la montaña en su parte más alta”.
Me siento afortunado de estar compartiendo con los Wiwa esta caminata por su tierra: la Sierra Nevada de Santa Marta.
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