Progreso:

Tejiendo el bosque (2 de 4)

En bici por el Eje Cafetero

Un descanso en mi viaje en bici por el Eje Cafetero colombiano

Inicio la primera fase de mi viaje por Colombia. Pretendo llegar desde Cali hasta Medellín pedaleando por el Eje Cafetero colombiano. Una ruta en bici por pueblos coloniales, plantaciones de café, valles con palmeras gigantes, bosques de niebla y páramos andinos. Una ruta en bici por carreteras de montaña con cuestas eternas que van a poner a prueba mi condición física y mi capacidad de asimilar tantos lugares sorprendentes. Como en otros viajes, en las alforjas llevo los libros de aquellos que han sido capaces de desentrañar los secretos de esta tierra. Esta vez me va a acompañar el realismo mágico de García Márquez, que sin duda enriquecerá y guiará mi mirada.

Los primeros kilómetros son llanos, como si la carretera quisiera ocultarme el sube y baja que me espera las próximas jornadas. Avanzo relativamente rápido flanqueado por las plantaciones de caña de azúcar del Valle del Cauca. Llevo un ojo fijado en el retrovisor, atento a los ataques de dos peligrosos depredadores de las carreteras colombianas: los “trenes cañeros” y las “tractomulas”. Los trenes cañeros son vehículos gigantes compuestos por numerosos remolques cargados de caña, que me obligan a detener la bicicleta cuando me adelantan. Las tractomulas son camiones más livianos y veloces que transportan contenedores desde el puerto de Buenaventura. Siento el aliento de estos vehículos a mi espalda hasta que abandono la Panamericana y me interno por carreteras de montaña con más cuestas, pero menos enemigos.

Tren cañero en la Panamericana

Todavía en la Panamericana, hago mi primera parada en Buga, una pequeña población famosa por la Basílica del Señor de los Milagros, a la que acuden peregrinos de muy diversos lugares. Junto a la hermosa fachada, me llama la atención un pequeño cartel que dice algo así como “no arrojen monedas a la fuente, son supercherías”…. Sin ganas de polemizar entre milagros y supercherías, escojo un pequeño comedor para almorzar y continúo mi camino hasta Tuluá. En Tuluá busco alojamiento y, sin que sirva de precedente, un centro comercial en el que cenar y reponer fuerzas para afrontar las próximas jornadas pedaleando por el Eje Cafetero.

Aunque Tuluá me ha parecido una ciudad sin mucho encanto, la mayor parte de los pueblos y ciudades del Eje Cafetero me van a recibir de forma mucho más acogedora. En general, son poblaciones con coquetos centros urbanos peatonales, bien cuidados y con una sensación de seguridad que no esperaba encontrar en un país con fama de peligroso como Colombia.

Basílica del Señor de los Milagros en Buga

La segunda jornada llego hasta Armenia. En Armenia “sufro” con los colombianos la eliminación a los penaltis de su selección en la Copa América de futbol y “disfruto” brevemente de su vida nocturna. Me acuesto pronto, puesto que a la mañana temprano quiero reanudar mis pedaladas, esta vez ya sí, a través las montañas del Quindío.

Mariposario en el Jardín Botánico del Quindio

Al día siguiente, mi primer destino es Calarcá, el Calarcá de los poetas que cantaron un mundo mágico. Y descubro ese mundo mágico en el Jardín Botánico del Quindío. Descubro un mariposario que pretende volar como una mariposa. Descubro mariposas que pretenden ser búhos, con esos enormes ojos pintados en las alas y colibrís que pretenden ser mariposas. Descubro orquídeas que pretenden eclipsar a los colibrís y a las mariposas de los ojos de búho. Descubro helechos gigantes que pretenden ser  árboles. Descubro palmeras que pretenden ser caminantes (Socratea exorrhiza) y que realmente andan, con pequeños y lentos desplazamientos de sus raíces aéreas en busca de un rayo de luz en la espesura. En definitiva, descubro que lo que voy a descubrir en este “viaje loco” puede no ser lo que pretende ser.

Palmera caminante (Socratea exorrhiza)
Palmera caminante
Helecho arbóreo
Helecho arbóreo
Mariposa búho (Caligo sp.)
Orquídea

Absorto en ese mundo mágico del jardín botánico de Calarcá, se me empieza a hacer tarde, por lo que tengo que reanudar mi ruta hacia el siguiente destino, Salento. Por el camino, me disuaden de tomar un atajo por una pista de tierra ya que según me dicen es una zona con riesgo de asaltos. Así que continúo por la carretera dando un rodeo y me tengo que apurar para llegar antes de que oscurezca a Salento, una pequeña y turística población que es la puerta de entrada al espectacular valle de Cocora y sus palmas de cera. Un cartel de “Premio de montaña” a la entrada de Salento pretende que me crea Indurain llegando escapado al Tourmalet. Como es festivo en Colombia, casi todos los alojamientos de Salento están completos, con lo que me toca recuperar fuerzas en un camping, sabiendo que al día siguiente me espera una de las etapas reina, ¡el valle de Cocora!

Llegando a Salento con la bici
La palma de cera (Ceroxylon quindiuense)
La palma de cera (Ceroxylon quindiuense)
La palma de cera (Ceroxylon quindiuense)

El valle de Cocora alberga una de las últimas poblaciones del árbol nacional de Colombia, la palma de cera (Ceroxylon quindiuense), que con sus más de 60 metros de altura tiene el privilegio de ser la palmera más alta del mundo. Por desgracia, la palma de cera es una especie en regresión. Se dice que creció tanto porque pretendía llegar al cielo. Y se dice que los lugareños le intentaron ayudar en tan encomiable objetivo por lo que empezaron a cortarle las hojas año tras año para el domingo de Ramos. Por desgracia, en vez de favorecer los deseos celestiales de la palma, aceleraron su declive. Hoy, la palma de cera está protegida y prácticamente se ha abandonado esta costumbre religiosa. Como dicen en Cocora, “Jesucristo resucitó al tercer día,…¡la palma de cera necesita 80 años!”.

El valle de Cocora

Recorriendo el valle de Cocora, en el que las palmas de cera se yerguen en los potreros, me entra la duda de si no será cierta la historia de su devoción, porque ¿qué otro motivo iba a tener un árbol que crece en los pastizales para querer medir 60 metros que pretender alcanzar al cielo? La respuesta, sin embargo, parece encontrarse valle arriba, donde las áreas ganaderas dejan paso a un espeso bosque de niebla, el ecosistema original de la palma de cera. En la actualidad, los bosques de niebla han sido en gran parte eliminados por el avance de la frontera agroganadera y las palmas de cera se muestran vulnerables en los potreros, donde ven comprometida su reproducción por la plena exposición y el pastoreo. Parece urgente que se inicien programas de reemplazo de las palmas que crecen en estas áreas abiertas, ya que de seguir en las condiciones actuales, desaparecerán sin descendencia.

El turismo en Salento y el valle de Cocora parece una oportunidad caída del cielo para promover la conservación de la palma de cera. Como primer paso, se ha redactado un Plan de acción para la conservación de la palma de cera del Quindío, con el objetivo de asegurar su conservación a largo plazo. Los propósitos del Plan son alentadores: “para 2025 la palma de cera del Quindío estará presente como un icono en el imaginario colectivo de todos los colombianos, los relictos de bosque en los que crece estarán debidamente conservados y adecuadamente interconectados, los palmares de los potreros estarán bajo programas de renovación y estarán establecidas varias áreas protegidas que conserven la palma.

Regreso a Salento dejando a mis espaldas el valle de Cocora y sus palmas, con la esperanza de algún día consigan llegar al cielo, ¡pero con las raíces en la tierra!

Valle de Cocora

Continúo relajadamente mi camino mientras disfruto de los paisajes del Eje Cafetero. Un Paisaje Cultural Cafetero que ha sido declarado en 2011 Patrimonio Mundial por la UNESCO, por ser “ejemplo de paisaje sustentable, productivo y tradicional, referente para las zonas cafeteras de todo el mundo”. Es un paisaje dominado por plantaciones de café en las que se produce posiblemente el mejor café del mundo, alternadas con guaduales, parcelas con plátanos o flores, yarumos solitarios, quebradas arboladas y pintorescas haciendas cafeteras y casas dispersas.

Paisaje del Eje Cafetero

Después de mucho sudar consigo llegar a mi siguiente destino, Manizales. Manizales es una ciudad situada a 2.150 metros de altitud y para mí su principal atractivo es que constituye la puerta de entrada al Parque Nacional de Los Nevados, donde quiero conocer el páramo andino.

El Parque Nacional de los Nevados se hizo tristemente famoso a mediados de los años 80 por la erupción del Nevado del Ruíz, que desencadenó un flujo de lodo que arrasó la población de Armero, a unos 48 km del volcán, provocando más de 20.000 muertos.

Subiendo al Nevado de Santa Isabel

Me apunto a una excursión al cercano Nevado de Santa Isabel, que con sus 5.100 metros es un volcán inactivo, al contrario que el Nevado del Ruiz, que mantiene su inquietante actividad. En el camino de acceso atravesamos fincas ganaderas y plantaciones de pino, que en gran parte han sustituido al bosque de niebla original. Ya en el dominio del páramo andino iniciamos nuestra caminata hasta el glaciar del Nevado, que desciende hasta los 4.720 metros de altitud pero que se encuentra en un constante y preocupante retroceso.

Páramo andino con frailejones

El símbolo del páramo no puede ser otro que el frailejón (Espeletia sp.). En realidad, el frailejón es un familiar de la margarita y del girasol que un día decidió alcanzar la gracia divina. A diferencia de la palma de cera, que quiso llegar al cielo por el camino más corto creciendo y creciendo, el frailejón prefirió disfrazarse. Se dice que en los días de mucha neblina los conquistadores españoles los confundían con monjes, lo que dio origen a su nombre popular de frailejón. También se dice que tiene el carácter sosegado y laborioso de los religiosos, ya que puede crecer lentamente durante más de 100 años y cumple una importante misión de reservorio de agua y de conservación del frágil suelo del páramo. Va a ser verdad que el frailejón se tiene bien ganado el cielo estrellado de los altos páramos colombianos.

Frailejón (Espeletia sp.)
Frailejón (Espeletia sp.)
Siete cueros (Andesanthus lepidotus)
Siete cueros (Andesanthus lepidotus)

Por encima de los frailejones nos encontramos con el siete cueros (Andesanthus lepidotus), el árbol que sube más alto en el páramo. ¿Quizás también queriendo llegar al cielo? Hasta hace unas décadas los campesinos lo cortaban para leñas, pero ahora está protegido y al ascender por el páramo podemos disfrutar de su porte tortuoso, sus bellas flores y su corteza que se desprende en capas y que le aporta su nombre.

Colchón de agua

Más arriba, llegando casi a las nieves perpetuas, sólo sobreviven plantas rastreras, tan especiales como el coral de páramo, que pareciera que un día decidió salir del mar y subir a lo más alto de la montaña, o el colchón de agua, que se afana en almacenar en su interior la máxima cantidad de agua posible.

El Recinto del Pensamiento

Antes de despedirme de Manizales, visito el Recinto del Pensamiento, una reserva natural en pleno bosque de niebla a las afueras de la ciudad. Entre los diversos recorridos por el Recinto me decanto por el bosque de orquídeas, con más de 250 especies distintas y por el pabellón de madera, una elegante  y robusta estructura elaborada a base de madera y de bambú o caña guadúa, la hierba que soñaba con ser árbol.

Aprovecho el paseo por el Recinto del Pensamiento para “pensar”. Pienso en los lugares mágicos que estoy conociendo en mi “viaje loco” por el Eje Cafetero. Pero también en que, como estoy pudiendo comprobar en persona,  “el Eje Cafetero es una de las regiones más fuertemente transformadas del país, ya que solamente 31,5% de su área conserva muestras representativas de sus ecosistemas naturales, muchos de ellos altamente fragmentados y con sus características ecológicas muy alteradas”. Si la caña guadúa supiera como se ha tratado a los bosques en la región, tal vez se replantearía sus sueños de convertirse en árbol.

En bici por el Eje Cafetero
Estatua de Botero en Medellín

Dejo atrás definitivamente el Eje Cafetero, camino a Medellín. Medellín es una ciudad rejuvenecida y dispuesta a enseñarme sus encantos, pero que antes me pondrá una dura prueba en el camino, ya que para alcanzarla, tendré que ascender con la bici el temible puerto de Las Minas. Para alguien poco acostumbrado a dar pedales subir con una bici de montaña con alforjas un puerto de 40 km de longitud y 2000 metros de desnivel en pleno trópico puede ser una misión imposible. Pese a mi cabezonería, a 10 km del alto desisto de mi empeño y me subo a un autobús que me lleva más plácidamente hasta Medellín.

Tras una rápida visita a la ciudad, otro autobús me acercará al próximo destino de mi viaje: Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano.

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