El foco en la madera
Gudvanger es el pueblo en el que el ferry finaliza su recorrido por el fiordo de Naeroy. En Gudvanger se ha reproducido un antiguo poblado vikingo, que ya encuentro cerrado al público hasta la próxima primavera La reconstrucción de un pequeño barco vikingo preside el poblado a la orilla del fiordo, presto a hacerse a las aguas del fiordo de los Sueños.
Los vikingos aterrorizaron Europa durante su época de mayor apogeo, entre los siglos IX y XI. Estos pueblos escandinavos consiguieron llegar con sus barcos a medio mundo: desde las costas francesas o británicas a las islandesas, groenlandesas e incluso americanas; desde el Mediterráneo al Mar Caspio y al Mar Muerto, alcanzando hasta Constantinopla.
Una de las claves de esta expansión vikinga fueron sus barcos. Eran naves ligeras, rápidas, muy maniobrables y de poco calado. Su versatilidad permitía a los vikingos tanto realizar incursiones relámpago en áreas costeras, remontar ríos poco profundos e incluso franquear por tierra pequeños obstáculos, como embarcarse en grandes expediciones en las que navegaban hasta Groenlandia. Había dos tipos principales de barcos vikingos: unos eran los temidos barcos de guerra o “Drakkar”, estrechos, con remos, grandes velas cuadradas sobre un mástil desmontable y famosos por la proa con forma de cabeza de dragón; otros eran barcos para la pesca o para el comercio, los llamados “Knarr”, más amplios y preparados para grandes travesías oceánicas.
El descubrimiento de los restos de seis barcos vikingos en el fiordo de Roskilde, en Dinamarca, ha contribuido a desentrañar muchos secretos sobre estas míticas embarcaciones. Dos de estos barcos, Skuldelev 1 y 6, se construyeron precisamente en el fiordo de los Sueños alrededor del año 1030. Eran respectivamente un barco pesquero y un pequeño “Knarr” para el comercio y ambos estaban construidos con madera de pino, roble y otras frondosas típicas de la zona. Allí donde era abundante, la principal madera empleada para construir barcos vikingos por su durabilidad era la de roble. Skuldelev 5 fue un gran “Drakkar” construido en Dublín alrededor del año 1042. Se utilizaron largos troncos de roble para la quilla y los costados del barco y ramas curvas de la copa para las piezas internas.
No hay constancia de que los vikingos emplearan la técnica de los árboles guiados para obtener estas curvaturas especiales. Los mástiles solían ser de madera de coníferas y en diversas partes de la embarcación se empleaba madera de fresno, olmo, tilo, abedul y otras frondosas. En el Museo de los Barcos Vikingos de Roskilde se han reconstruido las réplicas de los seis barcos de Skuldelev originales. Los barcos vikingos han vuelto a surcar los mares.
Para sus expediciones, los vikingos no contaban con las actuales cartas marinas y GPS. Ni siguiera conocían la brújula magnética. En su lugar, tenían que estar atentos a los movimientos del barco, los cambios de viento, el oleaje, el vuelo de los pájaros, la posición del sol y otras pistas sobre el rumbo y la velocidad del barco. Los vikingos viajaban sin mapas; solo así consiguieron llegar hasta América.
A través del túnel de Laerdal me despido del fiordo de los Sueños. Con sus 24,5 km de longitud está catalogado como el túnel de carretera más largo del mundo. Merece la pena detenerse en su interior para disfrutar de su lograda iluminación.
El túnel de Laerdal es una obra de ingeniería espectacular, práctica y bella. Al otro lado del túnel paso la noche en un pequeño aparcamiento. Es el punto de partida de un corto pero bonito tramo del Camino del Rey o Kongevegen, sendero que desde el siglo XVIII unió el este y el oeste de Noruega. El camino asciende por un valle encajado en curvas de herradura que se apoyan en altos muros de piedra. Me acuerdo de las “escaleras Sherpa” de Mosjoen y me doy cuenta de la importancia de las cosas bien hechas: construcciones bellas, prácticas y duraderas. Si con el propio camino descubro una obra de arte, lo que busco al final del camino es todavía mucho más fascinante: la iglesia de madera de Borgund.
El rey Olaf II el Santo estableció en 1024 el cristianismo como la religión oficial de Noruega y ordenó la construcción de iglesias por todo el país. Las iglesias de madera originales evolucionaron con las influencias arquitectónicas de sus homólogas de piedra europeas, hasta dar origen a auténticas maravillas. De las más de mil iglesias medievales de madera que se construyeron en Noruega entre los siglos XII y XIV, solo quedan 28 en pie. La de Borgund, levantada hacia 1180, es seguramente la mejor conservada y más impresionante de las iglesias de madera o stavkirken noruegas. Una obra maestra, bella y duradera. Lars Mytting, el escritor noruego de la madera, la describe en “Las Campanas Gemelas”:
“Se trataba de la Borgund Kirche, una construcción magnífica, equilibrada, de escarpados ángulos en los tejados, ornamentos, altas agujas y cabezas de dragón con las fauces abiertas (…) Parecía llegar de las profundidades, era un vínculo con un mundo salvaje e incandescente, el tiempo de las sagas marcado por las hogueras, las espadas desenvainadas, rodeado de los poderes de la noche y del mar”.
Las stavkirken se alzan sobre gruesas vigas de madera de pino (Pinus sylvestris) apoyadas en un lecho de piedras para retrasar la pudrición. A partir de esta estructura se elevan en techos escalonados que en Borgund aparecen rematados con cabezas de dragón, un elemento de sincretismo que rememora las antiguas creencias paganas vikingas. Pero lo explica mejor Lars Mytting:
“Ahora lo veía claro, deberían denominarse iglesias de columnas. Columnas que un día fueron enormes árboles erguidos. Tan alto como se prolongaba un pino, así de alto podía ser el coro de unas iglesia de madera medieval. Tala esos pinos y colócalos formando un rectángulo. Átalos con aspas de madera y levanta paredes y suelos, continúa con el coro, la aguja, los tejados tan altos como te atrevas a subir. Los bosques son interminables, la capacidad de trabajo ilimitada y la construcción eterna. Siempre que los tiempos no cambien.”
En un pequeño museo junto a la iglesia de Borgund leo que “el techo de una iglesia de madera tiene cierta semejanza con el interior de un barco vikingo”. Las cabezas de dragón de los tejados me recuerdan a las que encabezaban los temidos “Drakkar” vikingos. Para levantar las iglesias de madera los vikingos emplearon las viejas técnicas aprendidas en siglos de construir barcos. Con el hacha derribaban los árboles y trabajaban los troncos y con herramientas menores como el cuchillo de tallar y la barrena refinaban un trabajo artesanal. Una capa de brea o alquitrán proporcionaría a la madera una protección duradera. Como la iglesia de las “Campanas Gemelas” de Lars Mytting:
“El problema era que la iglesia no había sido construida en función de unos planos. Estaba hecha a mano alzada y a ojo. Más tallada que armada por un carpintero. Árboles sin corteza agrupados según un saber olvidado hacía mucho tiempo. No había rastro alguno de una sierra, solo hachas, lijas y cuchillos de tallar. Hasta las tablas del suelo habían sido taladas e igualadas. El olor de la brea le bailaba en las aletas de la nariz. Allí no utilizaban incienso en las iglesias. La brea era más que suficiente, ese era el incienso de los noruegos”.
Desde Borgund me dirijo hacia el este. Los menos de 300 km que separan Borgund de Elverum se van a convertir en un viaje entre el pasado y el futuro de la construcción en madera en Noruega.
En Fagernes hago una parada en el Valdres Folkemuseum, un museo al aire libre que reúne más de 100 edificios antiguos. En 1923, Handeloftet fue la primera edificación trasladada al museo. Se trata de una vivienda tradicional noruega de dos plantas para uso residencial y almacenamiento construida a mediados del siglo XVII. Con su tejado cubierto de hierba y musgo, su galería exterior y la escalinata de acceso aportan elegancia a una construcción sobria.
A poca distancia, me cautiva otra vivienda de dos pisos que proviene de la cercana granja de Hove. Parado frente a esta casona, la mente me transporta a mi casa familiar del pueblo, en la que vivieron mi madre, mis tíos y mis abuelos. Desde lo alto de una plataforma de piedras, la vieja casa parece mostrarse orgullosa. Y no le faltan razones. Sus sobrias paredes y sus estéticos ventanales reflejan el trabajo de generaciones que la habitaron. Como el camino de Kongevegen, como la iglesia de Borgund, construcciones bellas, prácticas y duraderas. El trabajo con un sentido y ligado a la tierra.
Continúo viaje hacia Elverum y al anochecer busco sitio para dormir en Brumunddal, junto al lago Mjosa. A poca distancia un alto edificio iluminado corta la silueta del lago. Es la Torre Mjosa, que con sus 85,4 metros presume de ser el edificio en madera más alto del mundo. La torre alberga un hotel con el afortunado nombre de Wood Hotel. Desayuno en el restaurante de la planta baja y aprovecho para colarme en los ascensores del edificio. Los folletos del hotel presumen de contribuir a un futuro sostenible fijando CO2 en la madera. De que los troncos de abeto rojo (Picea abies) que ahora constituyen el núcleo de la Torre Mjosa se elevan justo a pocos kilómetros sobre los bosques de los que provienen. Como asegura el constructor:
“Acabo de hacer lo que los políticos han estado prometiendo durante años. Han firmado documentos sobre un mundo verde. Los tomé en serio y creé algo sólido, como evidencia concreta de lo que podría ser el desarrollo sostenible”.
La vida en Noruega habría sido muy distinta sin madera. Los bosques noruegos proporcionaron a los vikingos la madera de roble necesaria para surcar los mares en sus temidos barcos vikingos. En la Edad Media surtieron de troncos de pino con los que construir maravillosas iglesias de madera o stavkirken que han perdurado hasta nuestros días en parte gracias a estar impregnadas de alquitrán, un subproducto de la madera. Desde la era vikinga hasta el siglo XX las viviendas noruegas se han construido en madera. A poca distancia del fiordo de los Sueños, un paseo por el casco antiguo de Nordjordeid y sus coquetas casas de madera me permite intuir cómo eran los hogares noruegos a mediados del siglo XIX.
Y la madera es el elemento que permite dar calor a una casa hasta transformarla en un hogar. El hogar, el lugar de la casa donde se prepara la hoguera. Lars Mytting, desde su hogar en Elverum, ha conseguido reflejar en un libro la importancia de la leña para los hogares noruegos. Se trata de “El libro de la madera. Una vida en los bosques”:
“Durante miles de años la leña fue algo vital en los países nórdicos. Se sabe que desde épocas prehistóricas la gente del norte cortaba madera verde y la secaba para el invierno siguiente. La madera ha dejado su huella en los idiomas escandinavos: tanto en sueco como en noruego “leña” se dice ved, una palabra casi idéntica a la que se empleaba en la lengua nórdica antigua para decir “bosque”: vior. El bosque y el fuego eran la misma cosa, y desde tiempos remotos los hombres se reunían alrededor de hogueras al raso en los asentamientos y más tarde en torno al fogón, mientras el humo salía por un agujero en el techo de la casa o choza.”
En “El libro de la madera” Lars Mytting recrea el placer de cortar leña al confesar que es como una terapia y que su cabeza nunca está tan agradablemente liberada como cuando se dedica a la leña:
“Es una sensación inigualable la de salir al bosque cuando la nieve aún tiñe la tierra alrededor de los árboles y se respira un aire primaveral frío y sutil. Librarse de la mochila, llenar de gasolina una fiel motosierra y comenzar la faena. Al principio, con delicadeza, sacando los árboles pequeños para facilitar el acceso a los grandes. Acercarse al primer placer del año, uno de esos abedules altos que ha estado lo suficientemente pegado a sus vecinos para abrirse paso hacia la luz, de tal manera que ahora emerge esbelto y blanco. Arrancar la sierra, aproximarla al tronco y escuchar el zumbido que atraviesa el aire cuando el árbol cae en la dirección correcta. Suspender el gorgoteo del motor de dos tiempos, levantar la visera del casco y dejarte invadir por el silencio mientras todo vuelve a su sitio, y observar el árbol talado que, cuando llegue el invierno, te proporcionará luz y calor”.
En Noruega se afirma que el estilo de apilar la leña revela mucho de la personalidad del que la prepara. Como dice Lars Mytting:
“La manera que tiene cada uno de cortar y apilar dice algo de esa persona, y en los pueblos las pilas de leña son un recordatorio del vínculo entre los recursos forestales y el hogar”.
Algo dirá de mí el que a partir de este viaje mis favoritas sean las pilas sami o pilas en forma de V levantada que, con su perfil que recuerda a los tipis, son tan habituales en las tierras sami del norte.
Una vez llena la leñera, por fin llega el instante más esperado: encender el fuego. Corteza de abedul, ramas finas secas, leños más gruesos y una cerilla de madera de álamo temblón (Populus tremula). Desde Elverum, Lars Mytting habla en “El libro de la madera” del placer ancestral de encender el fuego en el hogar. Lo refleja en una vieja oración noruega de la Edad Media que reza así:
“Entierro mi fuego tarde en la noche. Cuando se acabe este día, Dios conceda que mi fuego nunca se acabe”
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