El lugar de las aguas de la piedra verde
Los Parques Nacionales de Fiordland, de Mount Cook, de Mount Aspiring y de Westland conforman Te Wahipounamu, una superficie de 2.600.000 hectáreas declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Te Wahipounamu en maorí significa “el lugar de las aguas de la piedra verde”, en referencia al pounamu o greenstone.
El pounamu es una variedad de jade verde de gran dureza y belleza, localizado únicamente en la Isla Sur de Nueva Zelanda. Es un mineral de cualidades asimilables a las del acero, que brindó a los maoríes la oportunidad de construir herramientas, armas y joyas excepcionales, portadoras de prestigio a quien las poseía.
Esta piedra sagrada se convirtió en un símbolo de poder y en la piedra angular alrededor de la que los maoríes del Sur, los Ngai Tahu, construyeron su comercio, su economía y su cultura. La pureza, adaptabilidad y durabilidad del pounamu representaron los valores del propio pueblo maorí.
Los antiguos senderos del pounamu, que los Ngai Tahu recorrían entre la costa y los remotos valles montañosos a los que subían en su busca, eran parte de las arterias de sus relaciones económicas y sociales. Algunas de estas arterias ascendían desde Martins Bay, en la costa de Fiorland, a través de los valles de Hollyford, de Greenstone y de Routeburn hasta los valles de Rees y de Dart River, en pleno corazón del Parque Nacional de Mount Aspiring. Allí descansa Te Koroka, un gigante recostado de la tradición maorí que arroja pounamu por la boca y que en la actualidad es un área sagrada de acceso restringido.
Por unos días recorro esos viejos senderos cartografiados en la tradición oral de los maoríes mediante canciones en una especie de mapa de la memoria. Son canciones en las que cada verso describía puntos de referencia del camino: una montaña, un río, un buen sitio para descansar o para cazar… No había ningún rincón que los primeros Ngai Tahu no conocieran; tenían nombres incluso para las colinas o ríos más pequeños.
Hoy, el mapa de estos senderos ya no es musical. Numerosos carteles, señales y marcas indicativas conducen sin pérdida al caminante, de una forma más eficaz pero menos evocadora que las viejas canciones de los Ngai Tahu.
Imitando a los antiguos maoríes, inicio mi camino junto al mar. Al sur de Martins Bay la costa parece esculpida en una sucesión de hasta catorce escarpados fiordos que dan nombre a la región: Fiordland.
Milford Sound es el más septentrional y el más visitado de estos fiordos. El que una vez definió Rudyard Kipling como “la octava maravilla del mundo” se ha convertido posiblemente en la mayor atracción turística de Nueva Zelanda.
Los maoríes únicamente hacían visitas estacionales a Milford Sound para cazar, pescar y fundamentalmente para recoger tangiwai, una variedad local de pounamu. En la actualidad llegan a Milford Sound más de 500.000 turistas al año y la mayoría realizan, o realizamos, un crucero turístico por el fiordo. Mi circuito organizado me acerca en autobús desde Te Anau a través del Hommer Tunnel, que desde 1953 permite el acceso a Milford Sound por la única carretera de Fiordland.
En uno de los lugares con más lluvias del planeta, el paisaje me atrapa con las incontables cascadas que se precipitan al mar desde acantilados verticales. Manadas de turistas nos quedamos absortos cada día con este escenario embaucador. Las focas, en cambio, haraganean en pequeñas colonias aparentemente sin reparar en el marco que las envuelve.
A la vuelta desde Milford Sound, el autobús me deja en el Divide, el punto en el que confluyen los valles de Hollyford y de Greenstone y, sobre todo, el punto de inicio del Routeburn Track. Como mi primera etapa hasta Lake Howden Hut es corta, aprovecho para ascender a Key Summit a disfrutar de unas excepcionales vistas de las montañas Humbold y Darran, que flanquean el valle de Hollyford.
Aquí puedo imaginar la emoción que sentiría un antiguo maorí al internarse por primera vez en estas salvajes e inquietantes montañas siguiendo las rutas de su tradición oral. Hoy el sendero se nos muestra domesticado. Carteles y señales en cada cruce impiden la más mínima duda con el recorrido y en zonas como Key Summit el propio sendero se ha transformado en una pasarela de madera que protege el frágil ecosistema palustre. En todo caso, a pesar de que ya no sea posible encontrar en el Routeburn Track ese territorio inhóspito con el que despertar el alma, caminar por estas montañas sigue teniendo algo de purificador.
El tramo inicial, en las laderas del valle de Hollyford, discurre por un fantasmal hayedo de Silver Beech (Nothofagus menziesii). Los troncos y las ramas de las hayas aparecen abrigados por una densa capa de musgos y líquenes, como queriendo protegerse de la altísima humedad. El ambiente umbroso únicamente se ve alterado por la presencia de un pequeño arbolillo que reluce con su corteza anaranjada desescamada en tiras similares al papel. Si hubiese venido en primavera, sus flores me habría descubierto que se trata de la Fuchsia arbórea (Fuchsia excorticata). Me parece estar caminando por un bosque tropical en el que en cualquier momento voy a descubrir un grupo de monos en lo alto de las copas. Pero ya he aprendido que en Nueva Zelanda el nicho ecológico de los mamíferos lo ocuparon las aves. En este caso es un loro, el Kaka, el encargado de recorrer el dosel arbóreo en busca de semillas, fruta, néctar, pequeños invertebrados y ocasionalmente huevos. Creo haber sorprendido a un Kaka volando ruidosa pero furtivamente entre las ramas. Donde sí que tuve ocasión de contemplarlo con calma fue hace ya varios días en el programa de cría en cautividad del Santuario de Aves de Te Anau.
La segunda jornada del trekking abandono el abrigo del bosque y asciendo por encima de la línea del arbolado a las áreas más alpinas del camino. Por desgracia, y hablando de mamíferos, amanece un día de perros y llueve sin descanso. Aunque el Routeburn Track es en cierta manera un sendero domesticado, no hay que olvidar que es un paso alpino y la meteorología puede ser muy traicionera.
Debido al mal tiempo no puedo disfrutar de las espectaculares panorámicas de las montañas Darran, del valle de Hollyford e incluso del mar de Tasmania en Martins Bay. Me tengo que conformar con vistas más íntimas, como las que me ofrecen la cascada Earland o el lago Mackenzie, que por sí solas ya justifican el remojón.
A medida que desciendo hacia el valle de Routeburn vuelve a aparecer el hayedo, esta vez de Mountain beech (Nothofagus solandri var cliffortioides), que tolera suelo más pobres y secos que el resto de hayas. Nada más entrar en el bosque, pequeños pájaros como el Robin de la Isla Sur siguen curiosos mis pasos. Por fin, ya casi de noche, llego al refugio de Routeburn Flats.
La última jornada es un corto paseo a la orilla del río hasta el Routeburn Shelter, desde donde el microbús me acercará al pueblo de Glenorchy. Este último tramo atraviesa un hayedo de Red Beech (Nothofagus fusca), que prefiere suelos más fértiles en ambientes soleados y con menor precipitación.
En Glenorchy repongo energías con una buena hamburguesa, porque todavía me queda una última etapa para alcanzar mi propósito: seguir los pasos de los antiguos maories en sus recorridos desde la costa oeste hasta las fuentes de pounamu en el Dart River. Es cierto que mis huellas son las de unas buenas botas de montaña y no las de sandalias trenzadas con hojas Cabbage tree (Cordyline australis); que mis senderos no son aquellas añejas rutas transmitidas durante siglos por la tradición oral; incluso que parte del itinerario no lo he recorrido andando sino en autobuses climatizados, en cruceros repletos de turistas o, en este último tramo, remontando el río Dart en lanchas rápidas. Me consuela pensar que, aunque sea un poco turistada, el recorrido en lancha lo organiza Dart River Adventures, una agencia de turismo maorí que busca conectar a los visitantes no solo con su entorno sino también con sus historias y tradiciones.
Un minibus nos lleva desde Glenorchy a través del Paradise Valley. Este evocador nombre se lo pusieron los europeos, tal vez por su belleza, tal vez por su fertilidad, tal vez por la abundancia de Paradise Duck, una anátida que destaca por su marcado dimorfismo sexual y por lo confiado de su comportamiento.
Antes de subir a las lanchas, nuestro guía nos invita a un pequeño recorrido por un bosque cercano, en la Paradise Forest Reserve. Pasamos junto e incluso al interior de enormes ejemplares de Red Beech. Infunde respeto pensar que es un bosque que se mantiene sin intervención humana desde hace millones de años.
Ese corto paseo me hace preguntarme por la gestión forestal de los bosques neozelandeses. ¿Cómo se manejarán los hayedos y el resto de bosques autóctonos de Nueva Zelanda? La respuesta creo que tendrá que quedar para más adelante, ya que rápidamente nos subimos a las lanchas rápidas y emprendemos la marcha, Dart River arriba.
El paisaje desde el interior del río es espectacular. A ambas orillas se alzan imponentes farallones rocosos que se yerguen hacia los glaciares y los picos nevados de Mt Earnslaw y Cosmos Peaks. Precisamente en las laderas de Cosmos Peaks se ha ocultado durante mucho tiempo Te Koroka, el gigante que descansa con una veta de pounamu que cae de su boca abierta. Se trata de la variedad inanga-pounamu y toma su nombre del Inanga, un pequeño pez nativo de agua dulce de color blanquecino y transparente. El río y la montaña; el agua, la tierra y el aire; unidos a través de una pequeña y sagrada piedra, Inanga pounamu. Como también une el mar y la montaña por los senderos del pounamu. Como también une todo Te Wahipounamu, “el lugar de las aguas de la piedra verde”.
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