2. Por los bosques de Transilvania y los Cárpatos
2.2. Los Cárpatos, tierra de batallas
El castillo de Bran es una fortaleza defensiva medieval que hasta el siglo XIX marcaba la frontera entre Transilvania y Valaquia. El punto de paso entre el este y el oeste. Su ubicación, encaramado sobre unos riscos de 200 metros de altura y con los montes Cárpatos como telón de fondo, le confieren un aspecto imponente e inaccesible.
Pero lo que realmente convierte al castillo de Bran en un escenario de leyenda es que se trata del ¡castillo de Drácula!
En realidad, el castillo de Bran nunca fue la residencia de Vlad Tepes. De hecho, se afirma que éste únicamente pisó sus calabozos. Pero es probable que Bram Stoker se inspirara en un dibujo del castillo de Bran para imaginar el terrorífico castillo del conde Drácula:

“Miramos hacia atrás y vimos la límpida silueta del castillo de Drácula recortada contra el cielo; habíamos bajado tanto por la colina sobre la que se yergue, que el ángulo de perspectiva de los montes Cárpatos se encontraba muy por debajo. Lo contemplamos en toda su grandeza, colgado a mil pies en la cima de un precipicio, aparentemente separado por una enorme distancia de la falda de las montañas adyacentes. En aquel lugar había algo agreste y extraño.”
“El castillo se halla en el mismo borde de un precipicio espantoso. ¡Una piedra que cayese desde la ventana recorrería mil pies sin tocar nada!”
“¡El castillo es una verdadera prisión y yo estoy prisionero!”

Pero el auténtico castillo de Drácula, la verdadera fortaleza de Vlad Tepes, se encuentra al otro lado de los Cárpatos. Para llegar al castillo de Poenari hay que atravesar hacia el sur las legendarias montañas que describía Jonathan Harker camino del castillo de Drácula:

“Al caer la noche, empezó a hacer mucho frío y el crepúsculo creciente parecía sumergir en una única neblina oscura la tenebrosidad de los árboles- robles, hayas y pinos -, Aunque en los valles, que se extendían profundos entre los espolones de las colinas a medida que ascendíamos por el desfiladero, se destacaban los oscuros abetos contra el fondo de nieve reciente. A veces, como la carretera se abría entre bosques de pinos, que en la oscuridad parecían cerrarse sobre nosotros, las grandes masas de color gris que se derramaban sobre los árboles producían un efecto particularmente misterioso y solemne, que fomentaba los pensamientos y macabras fantasías engendrados a primeras horas de la tarde, cuando el sol poniente proporcionaba un extraño relieve a las nubes fantasmales, que entre los Cárpatos parecían culebrear incesantemente por entre los valles”
El desfiladero de Bran separa a un lado las montañas Bucegi, con el famoso castillo de Peles a sus pies, y al otro lado las montañas de Piatra Craiului, que conforman el Parque Nacional del mismo nombre. En una visita de dos semanas escasas a las montañas de Rumanía tengo que dejar de lado muchos lugares que me encantaría conocer. El Parque Nacional de Piatra Craiului es uno de esos rincones que atravieso con pena de no tener tiempo para una parada más larga. Por lo poco que aprecio desde la carretera intuyo un espacio de crestas inaccesibles y valles acogedores en el que la gente ha sabido adaptarse a una naturaleza fértil y dura. Los principales medios de vida de la población local han sido tradicionalmente la ganadería y el aprovechamiento forestal, junto al cultivo de pequeñas parcelas agrícolas, actividades que últimamente se han visto complementadas con el turismo. Pronto aprenderé que la propiedad de las tierras forestales ha sufrido grandes cambios en los últimos tiempos, con importantes consecuencias para estas montañas. Continúo camino con un queso y unos embutidos en el maletero y un buen recuerdo de esta tierra y sus habitantes.

Conduzco al sur de las montañas Făgăraș hacia el oeste. Pronto llego a mi siguiente destino, el castillo Poenari, encaramado en una agreste acantilado en las estribaciones de las montañas Fagaras. Se podría decir que es el auténtico castillo de Drácula. El castillo Poenari fue la residencia de Vlad Tepes, ese príncipe sanguinario de Valaquia del siglo XV al que se atribuye haber inspirado a Bran Stoker el personaje del conde Drácula.
Aparco a la entrada del camino que asciende hasta las ruinas del castillo, pero descubro que no he tenido suerte. El camino está cerrado por la presencia de una familia de osos que parece que han elegido estas montañas como su hogar sin pensar en los pobres turistas. Resulta que es peligroso ascender hasta el castillo de Drácula, y no precisamente por los vampiros.


Vlad Tepes, también llamado Vlad Draculea, vivió en una época y una región convulsa, inmerso en violentas y continuas guerras de frontera entre Oriente y Occidente. El imperio otomano se encontraba en plena fase de expansión por el sureste de Europa. Al otro lado, le hacían frente el reino de Hungría, del que formaba parte Transilvania, y los principados de Valaquia y Moldavia. Vlad Tepes fue aliado y enemigo alternativamente de húngaros y otomanos, además de aplicar sus sádicas tácticas a sus propios súbditos. En una época cruel, los relatos sobre la crueldad de Vlad Tepes seguro que tienen parte de realidad y parte de leyenda. Y son un motivo de orgullo para el mismísimo conde Drácula:
“¿Quién fue, sino un miembro de mi raza, quien cruzó el Danubio como voivoda y venció al turco en su propio terreno? ¡En verdad fue un Drácula! (…) ¿No fue este Drácula quien inspiró a aquel otro miembro de su raza que, en época posterior, llevó una y otra vez sus tropas por el Gran Río hasta Turquía; aquel que, derrotado, volvió una y otra y otra vez, aunque tuvo que regresar solo del sangriento campo de batalla en que sus tropas eran sacrificadas, ya que sabía que sólo él podía triunfar?”
Lamentando no poder visitar el castillo de Vlad Tepes me siento de nuevo al volante. Estoy al inicio de la Transfagarasan, que algunos consideran la carretera más bonita del mundo. En sus más de 90 kilómetros, la Transfagarasan atraviesa precisamente las montañas Făgăraș entre las regiones de Valaquia y Transilvania en una sucesión de curvas de herradura, túneles y viaductos.
Más que el espectacular trazado del apodado “el camino de las nubes”, lo que a mí de verdad me interesa es visitar las montañas Făgăraș. Llevo en la furgoneta un informe sacado de Internet que alerta de la deforestación de los bosques rumanos, entre otros lo de las montañas Făgăraș: “Impressions of a Forest Excursion to Romania. Between virgin forest wilderness, rural idyll and forest destruction”, del Prof. Dr. Hans Dieter Knapp. Y me gustaría verlo con mis propios ojos.


A partir de 2005, los bosques rumanos previamente nacionalizados fueron devueltos a los propietarios originales. Este proceso fue mal entendido por parte de algunos de los nuevos dueños, lo que desencadenó la tala masiva de muchos de los bosques recuperados. Miles de hectáreas de hayedos, pinares y abetales comenzaron a talarse ilegalmente. Y el problema parece haberse enquistado. Diversas voces alertan de la preocupante destrucción de los bosques rumanos a manos de la tala ilegal. Una destrucción que afecta a algunos de los últimos bosques primarios de Europa, Algunas de las organizaciones más activas contra la tala ilegal, como “Agent Green”, afirman que únicamente el 1 % de las cortas ilegales de madera se detectan actualmente en Rumanía y que cada año se cortan 19 millones de metros cúbicos de madera ilegal, además de los 19 millones legalmente aprovechados. Son datos difíciles de corroborar, pero que muestran un problema real. Tan real que la Comisión Europea ha instado a Rumanía a poner fin a la tala ilegal. La última batalla en los Cárpatos se libra contra la deforestación.
Parece que los bosques rumanos están siendo desangrados, pero no por vampiros sino por personas de carne y hueso. El problema ha adquirido tales dimensiones que ROMSILVA afirma que entre 2014 y 2020 han sido atacados físicamente 185 forestales y otros 6 han sido asesinados. Una auténtica red mafiosa que implica tanto a sectores públicos como privados y que haría palidecer al propio conde Drácula y sus devaneos como especulador inmobiliario:
“¿A qué clase de lugar había venido y entre qué clase de gente me encontraba? ¿En qué horrible aventura me había embarcado? ¿Era éste un incidente corriente en la vida de un pasante de procurador a quién habían enviado a explicar a un extranjero la forma de adquirir una propiedad en Londres?”
Como digo, quiero verlo con mis ojos. Pero la carretera Transfagarasan permanece cerrada hasta que finalice el invierno, con lo que por culpa de la nieve no voy a poder visitar las montañas Făgăraș. Me quedo sin poder comprobar directamente los efectos de la explotación forestal en unos de los bosques mejor conservados de Europa. Solo me queda buscar información por internet. Y descubro algún dato alentador, como el trabajo de Carpathia. La Fundación Carpathia se fundó en 2009 con el objetivo de luchar contra la tala ilegal y preservar una gran área forestal entre las Montañas Făgăraș, el Parque Nacional Piatra Craiului y las Montañas Leaota, a través de la compra de terrenos, la reconstrucción ecológica y el apoyo a las comunidades locales. Me alegra comprobar que no todo son malas noticias para los bosques rumanos. Pronto conoceré más noticias alentadoras.
Mientras tanto, yo sigo buscando los “bosques de leyenda” de Rumanía. Se estima que dos tercios de los bosques primarios de la Unión Europea sobreviven en los Cárpatos rumanos. Casi me atrevería a afirmar que los bosques vírgenes son el tesoro al que se refería el conde Drácula cuando le contaba a Jonathan Harker que:
“Pocas dudas caben acerca de la existencia de un tesoro oculto – continuó – en la región por la que vino anoche, porque durante siglos ha sido campo de batalla de valacos, sajones y turcos.”

La web de Carpathia habla de este auténtico tesoro: “Rumanía tiene más de 6 millones de hectáreas de bosques, de los cuales una parte importante aún está virgen: vastas áreas montañosas, no fragmentadas por asentamientos humanos, que se encuentran a sus pies, a su alrededor. Montañas de deslumbrante belleza, adornadas con bosques naturales, ríos indómitos, cuyo curso aún da forma a los valles, osos, lobos y linces, aún comúnmente vistos en su entorno natural, y más de 3.700 especies de plantas, muchas de ellas endémicas de la región.” ¡Los bosques de leyenda!

Con una superficie de 17.100 ha, el Parque Nacional Cozia se encuentra en la parte central de los Cárpatos meridionales. El agreste paisaje de Cozia, con fuertes pendientes entre acantilados rocosos, sus suelos superficiales sobre un sustrato de roca gneis y su clima suave crean unas condiciones particulares que favorecen una alta diversidad forestal, aunque siempre dominada por los hayedos.
Al llegar al parque, me dirijo a las oficinas de Romsilva, que administra 12 de los 13 parques nacionales rumanos, entre ellos Cozia. Como ya estoy acostumbrado, me recuerdan que es peligroso caminar solo por las zonas más alejadas del parque debido a la abundancia de osos y me recomiendan un pequeño paseo hasta la cascada de Lotrisor en el que al menos podré intuir la grandiosidad de los hayedos primarios de esta perla de los Cárpatos. Camino hasta la cascada junto a otros turistas y decido avanzar un poco más por el sendero que se interna en el hayedo.
Al cabo de un rato el bosque se abre y deja al descubierto una amplia superficie desarbolada. Siendo estricto, en la zona sí que hay árboles, pero en su mayor son troncos tumbados como si de un impactante aprovechamiento forestal por cortas a hecho se tratara. En las oficinas del parque ya me habían explicado que se trata de los efectos de un vendaval que ha derribado gran parte del arbolado en una amplia área y que al tratarse de zonas de no intervención se dejará a su evolución natural sin extraer la madera caída.

También me habían explicado que en el Parque Nacional Cozia hay dos áreas (el macizo de Cozia con 2.286 ha y Lotrisol con 1.103 ha) que forman parte de la lista de los “Bosques primarios de hayas de los Cárpatos y otras regiones de Europa”, declarados Patrimonio Mundial de la UNESCO. En esta lista se incluyen 92.023 ha de hayedos de 12 países europeos, de las que 23.983 ha corresponden a Rumanía. Aunque queda mucho por hacer, parece que se van dando pasos para proteger los principales bosques vírgenes o casi vírgenes de Rumanía. ¡Y yo todavía tengo que internarme en alguno de esos bosques de leyenda!

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