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Los Baka. Los pigmeos de la selva de Dja.

Cartel de la Reserva de la Biosfera de Dja

Llega el momento de decir adiós al norte saheliano, a Bukaru Camp y a los Mbororo, los Dowayo y los Dupá. Tras muchas horas de furgoneta entre Poli y Ngaounderé, de tren entre Ngaounderé y Yaoundé y nuevamente de furgoneta, llegamos a Somalomo, un pequeño poblado Bantú a las puertas de la Reserva de la Biosfera de Dja, en la región selvática del este de Camerún. Pretendemos pasar un par de días junto a los pigmeos Baka, uno de los últimos pueblos cazadores recolectores que quedan en el mundo.

La Reserva de la Biosfera de Dja tiene una superficie de  unas 1.500.000 hectáreas y está delimitada en gran parte por el río Dja. Forma parte de la selva de la cuenca del  Congo, el segundo bosque tropical más grande del mundo tras la Amazonía.

Obtenemos los oportunos permisos de entrada en la oficina de la Reserva, en la que nos informan que Somalomo es una de las cuatro entradas a Dja y que anualmente acceden por allí unos 100 turistas. Llegan hasta este confín del mundo para visitar como nosotros a los pigmeos Baka o para descubrir su incomparable fauna, como los gorilas de llanura, los chimpancés, los mandriles o los elefantes de bosque. Conscientes de que tenemos la suerte de estar de nuevo en una zona alejada de las rutas turísticas, cruzamos el río Dja y nos internamos en la selva de la cuenca del Congo.

Andamos en fila por unos senderos casi imperceptibles que nos conducen a la comunidad de Aiené, un poblado seminómada de pigmeos Baka que en la temporada seca se acercan a Somalomo para hacer trueque de diversos productos con los Bantú y en la temporada de lluvias se ocultan en las profundidades del bosque.

Nos detenemos bajo el tronco cilíndrico de un Moabi (Baillonella toxisperma), el mayor árbol de la selva tropical primaria de África, que llega a alcanzar hasta 70 metros de altura.

El Moabi es un “árbol sagrado”, ya que sirve de refugio de los espíritus familiares. Tradicionalmente, depositaban a los ancestros fallecidos sentados al pie del árbol o en un hueco del tronco; de esa forma el Moabi encarnaba el poder del difunto.

El Moabi es un “árbol farmacia”, ya que su corteza, hojas y raíces sirven para preparar más de cincuenta medicinas tradicionales, utilizadas, entre otras cosas, para el tratamiento de dolores menstruales y post-parto. Parece ser que con el polvo de su madera los Baka  elaboran una poción de camuflaje, con la que se embadurnan para, según sus creencias, volverse “invisibles cuando cazan”.

El Moabi es un “árbol despensa”, ya que sus frutos son comestibles y de sus almendras se obtienen un aceite y una mantequilla vegetal de gran calidad que las mujeres recolectan y comercializan para su uso alimenticio y en cosmética, lo que representa una importante fuente de ingresos para los Baka. Los grandes frutos del Moabi también son apreciados por los grandes mamíferos de los bosques, como los gorilas y los elefantes, que ayudan a diseminar sus semillas por el bosque.

Pero además, el Moabi es un “árbol maderable”, que proporciona una muy valiosa madera que ha sido intensamente explotada por las empresas madereras para su exportación sobre todo a Europa.

Tronco de Moabi

El Moabi ha sido catalogado como vulnerable por la UICN y su mayor amenaza es la explotación forestal incontrolada. Su regeneración natural es muy escasa y muchas veces se incumple el mandato legal de respetar los diámetros mínimos de corta o de no cortar los árboles próximos a los aldeas de los pobladores Bantús o Baka.

Ya desde la década del 80, muchas aldeas han entrado en conflicto con las empresas forestales en torno a la Reserva del Dja, región rica en Moabis. Al menos dos disputas vinculadas específicamente con el Moabi originaron enfrentamientos físicos entre los pueblos locales y las empresas madereras. En esta línea, diversas ONGs están implementando proyectos para la promoción del aprovechamiento por las comunidades locales de los productos forestales no maderables de esta especie, como la manteca de Moabi, que tiene cierto parecido a la de Carité y una gran demanda en el mercado nacional e incluso internacional.

Camerún es el mayor exportador africano de maderas tropicales a Europa, entre las que destacan el Abachi, el Sapelli y el Azobé. La superficie forestal de Camerún está zonificada, clasificándose en bosques de producción, áreas protegidas, reservas forestales y bosques  comunales, entre otros.

Los bosques de producción se pueden explotar por medio de concesiones forestales (UFAs o “Unités Forestières d’Aménagement”) o a través de la venta de cierto volumen de madera en pie (“ventes de coupe”). Las UFAs tienen un tamaño máximo de 500.000 hectáreas y se adjudican en concurso público por periodos de rotación de hasta 30 años. Las condiciones legales para la explotación de una UFA incluyen la redacción de un plan de gestión, inventarios forestales anuales, determinación de las parcelas de corta anuales y demarcación de los límites. Sin embargo, habitualmente se ha producido una falta de control de los aprovechamientos, lo que conlleva que la explotación forestal ilegal esté muy extendida.

Saqueando los bosques de Camerún” es un informe de Greenpeace del año 2000 sobre las cortas ilegales realizadas por la empresa libanesa Hazim en áreas cercanas a la Reserva de Dja. En el informe se puede leer que:

Camión transportando troncos

Fue en 1998 cuando  HAZIM decidió construir un aserradero a un kilómetro de Lomié. En la zona elegida, vivía un poblado de Pigmeos Baka, con 200 habitantes. Hasta que aparecieron las excavadoras de HAZIM y destruyeron gran parte de su poblado, estos infortunados habitantes de la selva no fueron conscientes de lo que significaba la presencia de esta compañía. Las máquinas arrasaron algunas casas y varias tumbas de sus antepasados…. La empresa prometió a los Baka casas nuevas y más bonitas situadas a lo largo de la carretera. Finalmente, habida cuenta de la repercusión internacional que tuvieron sus excavadoras, HAZIM decidió buscar otro emplazamiento para su fábrica….

Afortunadamente, en los últimos tiempos se han producido importantes avances hacia el manejo forestal sostenible de los bosques cameruneses. Empresas europeas como Group Rougier o Witja certifican la madera proveniente de sus concesiones con el sello FSC. Por otro lado, Camerún y la Unión Europea han firmado un AVA (Acuerdo Voluntario de Asociación) en el marco del Plan de Acción FLEGT de la UE, cuyo objetivo es combatir la tala ilegal.

Sin embargo, los datos reales son todavía desalentadores. En el documento “Industria de la madera en la cuenca del Congo”, WWF estimaba que aún en 2010 entre el 50 y el 80 % de la madera explotada en los bosques de África Central, según países, procedía de madera ilegal. Parece claro que queda un largo camino por recorrer para conseguir que el manejo forestal de los bosques cameruneses sea sostenible desde un punto de vista ambiental, social y económico.

Hombre Baka junta su "mongulu"

Ajenos a la realidad del sector forestal del país, caminamos absortos bajo las frondosas copas del bosque tropical. De repente, al llegar a un claro en la selva, nos topamos con el poblado Baka de Aiené. Es un pequeño campamento con poco más de media docena de chozas de ramas y hojas o “mongulus”. Las mujeres permanecen sentadas a la puerta de las chozas cocinando y cuidando de los niños y los hombres charlan en grupo. Nos explican que el jefe no está, ya que se ha internado en el bosque para revisar las trampas y que puede tardar más de un día en regresar. Además, un grupo de cinco hombres y cinco mujeres se ha ido de caza y también tardarán varios días en volver.

Nos llama la atención un joven con gafas de sol. No esperábamos encontrar este emblema del consumismo en una comunidad que ni siquiera utiliza el dinero, que en su idioma sólo conoce los números del uno al quince y en la que ante la pregunta de cuáles son sus inquietudes, responden que es el jefe el que sueña a dónde tienen que ir a cazar al día siguiente. Respecto a las “consumistas” gafas de sol, nos aclaran que son del hijo del jefe y que las lleva porque se quedó tuerto en un accidente, con lo que ahora se ocupa de cuidar el poblado. Él mismo, en representación del jefe, nos da la bienvenida y nos invita a compartir por unas horas su modo de vida de cazadores-recolectores en mitad de la selva del Congo.

Al igual que nos ocurrió con los pueblos del norte de Camerún y de forma irónicamente sorprendente, el teléfono resulta ser la mejor herramienta para romper las barreras con los Baka. Tanto niños como mayores se muestran encantados de ver sus caras en la pantalla o de que les enseñemos fotos de nuestras familias.

Pasamos la tarde relajados en el poblado, disfrutando de la hospitalidad de unas personas que en pleno siglo XXI son capaces de vivir en completa armonía con una Naturaleza que les envuelve. Esta armonía se muestra de forma incluso poética cuando los rayos del sol del atardecer atraviesan el dosel y se entremezclan con la humareda de las cocinas, formando una composición de luces, humo, selva y el pueblo Baka que parece simbolizar un todo integrado.

Cuando ya atardece, damos un pequeño paseo con cuatro hombres Baka, que nos enseñan los recursos que la selva esconde a nuestros ojos pero que muestra abiertamente a los suyos.

Mujeres Baka en su poblado

El curandero nos habla parsimoniosamente de diversas plantas medicinales que se va encontrando. Nos muestra la «Djaià», una pequeña planta con hojas grandes de las que obtiene remedios para las picaduras de serpiente; el «Blakembé», con cuya corteza hacen encantamientos para enamorar; el “Landó», con el que preparan una infusión de su corteza para combatir la tos; el «Pandó», del que utilizan la corteza y la sabia como cicatrizante de heridas abiertas sin necesidad de coser; el “Bossó”, del que usan la corteza contra herpes; el “Efué”, un árbol del que en época de lluvias hierven la corteza contra la malaria, ya que contiene quinina…

El cazador nos enseña diversas técnicas de caza. Nos muestra un gran agujero al borde de la senda que es una vieja trampa para cazar animales; nos demuestra cómo construir un lazo para capturar pequeños mamíferos; nos invita a beber de la liana de agua; nos hace una demostración de reclamos para atraer a la caza y nos enseña cómo usan la hoja del «Gangó». cuando localizan una gran pieza de caza en la selva avisan al resto de cazadores golpeando de forma seca el peciolo de un “Gangó”, con lo que evitan emitir sonidos que lo pudieran espantar.

El apicultor trepa ágilmente a un gran árbol “Bossó” en el que saben que hay abejas, para comprobar sin suerte si tiene miel, uno de los alimentos más preciados de la selva para los Baka. Habitualmente, la miel la recogen en la temporada de lluvias de los panales que construyen las abejas en agujeros de los árboles. Tras llenar los agujeros de humo para ahuyentarlas, consiguen recoger la miel sin peligro. De repente, mientras nos van dando distraídamente estas explicaciones, a los cuatro hombres Baka se les ilumina la mirada al descubrir una colmena en lo alto de un gran árbol. Su cara mientras definen la estrategia para conseguir la miel es una nueva muestra ante mis ojos de la indisoluble armonía de esta gente con la selva.

Hombres Baka en la selva

Regresamos al campamento y al poco tiempo aparece el jefe. Nos explica que, como ya sabíamos, salió a inspeccionar las trampas, pero estaba triste porque sólo había encontrado carne podrida. Sin embargo, tuvo la intuición de que tenía que volver al poblado y ahora está contento de vernos. A pesar de que no ha podido traer caza, organizarán una fiesta en nuestro honor. Siempre que cazan lo celebran con música para dar gracias a Jenghi, el espíritu del bosque.

Los Baka afirman que ya no cazan gorilas, chimpancés ni elefantes, pero que los cazadores furtivos están organizados y utilizan kalashnikovs. El ranger que nos acompaña nos confirma la información y nos dice que las patrullas tienen que ir en grupo y con armas buenas cuando se enfrentan a los furtivos.

Elranger y los Baka relajados

Sabía de importantes enfrentamientos producidos entre los Baka y las patrullas antifurtivos financiadas por WWF, fundamentalmente en los cercanos Parques Nacionales de Boumba Bek, Nki y Lobeke. Estos conflictos han llegado a enfrentar a Survival con WWF. En esos parques, los Baka tienen permiso para internarse en determinadas zonas protegidas, pero en la práctica los guardabosques no lo tienen en cuenta y se han denunciado casos de agresiones y torturas. Afortunadamente, no parece ser el caso de los pigmeos de Aiené, a la vista de la cordial relación entre el ranger que nos acompaña y los pigmeos Baka.

Nuestra tienda de campaña junto a un "mongulu"

A la mañana, tras haber pasado una divertida velada bailando y escuchando las polifónicas canciones de los Baka, es el momento de que las mujeres nos lleven de recolección. Nos muestran la planta de “Ñame” o boniato silvestre, que en estos momentos está todavía verde; el “Lo asoso” del que utilizan la corteza para facilitar la fermentación del vino de rafia; otras palmas de las que obtienen aceite y palmito; “Panda oleosa”, que tiene un fruto similar al pistacho; y recogen diversas plantas que utilizan para construir los mongulus, con nombres intensos como “Bimbá”, “Iandó”, “Buadandú” y “Piva gongó”.

Ya de vuelta, utilizan el material recolectado en sus grandes canastas para demostrarnos cómo construyen en menos de media hora los mogulus en las expediciones de caza, trenzando hábilmente las ramas y recubriéndolas de hojas.

Junto al jefe Baka

Como despedida, el jefe nos invita a entrar a su choza y nos honra con una ceremonia de bendición para el resto de nuestro viaje. De forma similar a como hizo el jefe Dupá, nos embadurna con una mezcla de agua y hojas mientras da gracias, “joko-joko”, a Jenghi, el espíritu de la selva.

Nos pregunta uno a uno qué nos parece su vida en la selva y qué consejo les damos para mantenerla. La primera pregunta me parece fácil y emocionante de responder, ya que en estos dos días entre los Baka, he descubierto el pueblo más integrado física, cultural y emocionalmente con el bosque. Para mí es muy importante haber compartido con ellos estos momentos. La segunda pregunta solo con escucharla me provoca inquietud, ya que no es sino una llamada de auxilio de una gente que ve amenazada su forma de ser, que se resiste a abandonar y a la que ni siquiera Jenghi, con sus apariciones en los sueños del jefe, es capaz de responder.

Abandonamos la comunidad de Aiené conscientes de las múltiples amenazas que se ciernen sobre los últimos Baka nómadas de Camerún: las empresas madereras y mineras, las políticas gubernamentales de sedentarización, la creación de espacios naturales protegidos de los que se excluye a sus habitantes tradicionales. Esperemos que pequeñas iniciativas, como ésta de Joan y Guillermo de apoyar a los Baka mediante un turismo responsable y sostenible, contribuyan a que las últimas comunidades cazadoras recolectoras que quedan en el mundo tengan la posibilidad de decidir por sí mismas su futuro.

Niño Baka con un cesto

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