Detrás de la puerta al paraíso
Cruzar el portón de entrada a la reserva estricta del bosque de Bialowieza tiene algo de melancólico, de regreso al pasado. El fotógrafo polaco Janusz Korbel fue más gráfico cuando escribió que: “Detrás de la puerta al paraíso”.

Alan Weisman en “El mundo sin nosotros” lo explica también de forma poética: “Puede que el lector no haya oído hablar jamás de Puszcza Bialowieza (…) pero es posible que algo en su interior sí lo recuerde”.
“El mundo sin nosotros” habla del impacto que tendría sobre la Tierra la desaparición de los seres humanos. Penetrar en la PUSZCZA, al contrario, es volver a un tiempo que desapareció hace mucho; es internarse en los ancestrales bosques vírgenes que un día cubrieron Europa, antes de la llegada transformadora de la humanidad.
Se entiende mejor releyendo a Weisman:
“Piense el lector en aquel brumoso y melancólico bosque que asomaba bajo sus párpados cuando, de niño, alguien le leía alguno de los cuentos de hadas de los hermanos Grimm. Allí, los fresnos y los tilos alcanzan más de cuarenta metros de altura, con enormes copas que dan sombra a un húmedo y frondoso monte bajo de carpes, helechos, alisos y setas del tamaño de fuentes de loza. Los robles, cubiertos de medio milenio de musgo, son aquí tan inmensos que los grandes picapuercos los utilizan para almacenar piñas de abeto en los surcos de sus cortezas…«.

A la reserva estricta únicamente se puede acceder con guía y únicamente se puede recorrer un pequeño itinerario de cuatro a siete kilómetros. Suficiente, en todo caso, para intuir su grandiosidad.

Bialowieza es uno de los mejores ejemplos de bosque mixto de llanura de Europa Central. Recorrerlo pausadamente en otoño es un placer para la vista por la variedad de tonalidades que nos exhibe. En el estrato inferior dominan los carpes (Carpinus betulus) y los arces (Acer platanoides), que relucen con el resplandor dorado de sus hojas. Los tilos (Tilia platyphyllos), por su parte, están más apagados, al ser los primeros que han empezado ya a tirar las hojas. Por encima, hay que levantar bien la vista para admirar el tamaño de algunos fresnos (Fraxinus excelsior) y olmos (Ulmus glabra) que rondan los 40 metros de altura. Más arriba todavía, los abetos rojos (Picea abies) llegan a alcanzar los 55 metros, convirtiéndose en los gigantes del bosque. Como queriendo dar un toque más de color, en los claros se afanan por crecer los abedules (Betula alba) y álamos temblones (Populus tremula), así como algunos pinos silvestres (Pinus sylvestris) dispersos, más frecuentes en otras áreas del bosque, en las que llegan a formar masas mixtas con los abetos rojos, favorecidos por la acción humana.
En los enclaves más húmedos en un principio sólo se atreven a crecer los alisos (Alnus glutinosa). Con el tiempo consiguen generar pequeñas isletas de tierra fértil a sus pies en las que acaban dando cobijo a otros árboles, como los abetos rojos

Entre todos, el auténtico señor del bosque de Bialowieza es el roble (Quercus robur). No llega tan alto como los abetos rojos ni resplandece con tanta alegría como los carpes o los arces. Pero es el abuelo del bosque; llega a superar los 600 años y alcanza portes espectaculares.
Sin embargo, para encontrar el verdadero tesoro de Bialowieza seguramente no haya que mirar hacia arriba, hacia las copas, sino hacia abajo, a la maraña de troncos, ramas y restos de madera muerta que tapiza el suelo. Se ha calculado que la PUSZCZA custodia un volumen de 120 metros cúbicos de madera muerta por hectárea, casi un tercio del volumen de madera en pie. Resulta esclarecedor comparar esta cifra con los pocos más de 5 metros cúbicos de madera muerta por hectárea de media de los bosques estatales polacos o de la mayor parte de los bosques manejados europeos.

Mi guía se detiene junto al viejo tronco de “Jagiello Oak”, un roble de más de 39 metros que fue derribado por el viento en 1974. La leyenda afirma que el rey Jagiello descansó bajo este árbol antes de la batalla de Grunwald en 1409. No deja de ser una bonita historia, ya que se ha estimado que el árbol murió con unos 400 años, por lo que no pudo ser testigo de tan ilustre visita.
Leyendas, aparte, para descubrir el valor de la madera muerta hay que mirar un poco más de cerca todavía. Sólo así podremos admirar toda la biodiversidad que alberga. El bosque de Bialowieza es el hogar de unas 165 especies de musgos, 71 de hepáticas, 402 de líquenes y de unas 5.000 especies de hongos. Además, da cobijo a unas 3.140 especies de escarabajos, 1.600 de mariposas, más de 2.100 de himenópteros y 1.771 especies de dípteros.


Incluso cerrando los ojos podremos ser cómplices de esta biodiversidad. Nos detenemos en silencio para escuchar el frenético tamborileo de cualquiera de las nueve especies des pájaros carpinteros que habitan en el bosque. Observando atentamente podremos distinguir si se trata del pito negro, del pico mediano o del confiado pico tridáctilo. Más difícil será tropezarnos en las profundidades del bosque con su habitante más renombrado: el bisonte europeo.


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