Progreso:

Punto de partida (3 de 6)

Latitud 66 grados 33 minutos

En el puesto fronterizo entre Finlandia y Noruega me piden el Pasaporte COVID y me preguntan si llevo alcohol y si voy a pescar. Aunque la frontera no es más que una línea en el mapa, el paisaje ha cambiado. Los ubicuos bosques de coníferas que me acompañaban desde el sur de Suecia se han transformado en también extensos abedulares que muestran un suave tono otoñal. Más al norte todavía descubriré de nuevo amplios pinares a la altura de Karasjok, sede del parlamento sami noruego, antes de que el arbolado claudique y deje paso a la tundra boreal que viste el paisaje hasta Cabo Norte o NordKapp.

Camino a Nordkapp
Camino a Cabo Norte
Cabo Knivskelodden
Cabo Knivskelodden

En realidad, Nordkapp no es el punto más septentrional de la Europa continental. Por un lado, Cabo Norte está en una isla, Mageroya, unida eso sí al continente por un túnel submarino. Por otro lado, en la propia isla de Mageroya hay un punto más norteño que Cabo Norte, el cabo Knivskjelodden. Unos pocos kilómetros antes de llegar a Cabo Norte, un pequeño aparcamiento en la carretera marca el punto de partida del camino a Knivskjelodden. El sendero tiene el encanto de discurrir lejos de las multitudes de Cabo Norte por un paisaje de tundra y pequeños acantilados marinos y el regalo de alcanzar el punto más septentrional de Europa,  a 71º 11´ 8´´ de latitud. En la soledad del cabo Knivskjelodden siento una tranquilidad y relajación que no encuentro en el ajetreo de Nordkapp. Sin embargo, no es hasta que llego al emblemático globo terráqueo que preside el acantilado de Cabo Norte cuando siento que he alcanzado el destino de mi aventura.

Una aventura no consiste en llegar más lejos, sortear más peligros o superar más límites. Una aventura es lo que te espera para sorprenderte. Es buscar, descubrir, perderse. Me detengo bajo el globo terráqueo de Cabo Norte con la mirada perdida en el horizonte y la sonrisa dibujada en mi cara. Sólo es un punto cardinal más, simbolizado por una esfera de meridianos y paralelos, de latitudes y longitudes, pero representa la meta de mi viaje.

A partir de Cabo Norte, el camino ya es todo hacia abajo, de vuelta a casa. La sensación de avanzar hacia lo desconocido que tenía según subía hacia el norte desaparece. Pretendo dejarme llevar sin prisas a medida que avanzo hacia el sur. Quiero dejarme envolver por los paisajes y la naturaleza noruegos, así que arranco de nuevo hacia la aventura.

Cabo Norte
Cabo Norte

Enseguida confirmo que voy por buen camino. Gjesvaer es un pequeño pueblo pesquero en un apartado rincón de la isla de Mageroya. Resulta agradable pasear entre sus coloridas casas y sus enormes empalizadas de madera para secar bacalao. Sin embargo, el principal motivo para desviarse de las rutas oficiales y llegar hasta este pintoresco pueblo es otro. Alrededor de tres millones de frailecillos, alcas, araos y otras aves marinas se concentran cada verano en las colonias de cría de las islas cercanas. Y aunque el límite latitudinal del arbolado se sitúa a unos 150 km al sur de Cabo Norte, en Gjesvaer se refugia también el abedular más septentrional del mundo. Para mi infortunio, ya ha finalizado la época de cría de las aves marinas y hace semanas que marcharon los frailecillos. Por lo menos localizo unos pequeños grupos de los norteños abedules. Cuando marcho, desde la carretera distingo de refilón un pequeño aparcamiento a la salida del pueblo y unas marcas en forma de una “T” roja que ya identifico como el punto de partida de una ruta de senderismo. El camino asciende por las montañas cercanas hasta lo alto de los acantilados y me obsequia por sorpresa con uno de los paisajes noruegos que más he disfrutado en este viaje.

Gjesvaer
Gjesvaer

A estas alturas del viaje ya me he dado cuenta de que tengo que estar continuamente eligiendo cuál va ser mi ruta o donde voy a hacer una parada para calzarme las botas y ponerme a caminar. Cada noche abro el mapa y ojeo Internet para planificar la ruta del día siguiente. Resulta sencillo seleccionar algunos de los lugares que voy a visitar, como las islas Lofoten o las montañas de Dovrefjell. Otros los elijo por intuición, sin que tengan nada que destaque del pueblo o de la montaña siguiente. Esta noche he decidido desviarme a dormir en Hammerfest.

Aurora boreal sobre la Columna de Struve
Aurora boreal sobre la Columna de Struve

Hammerfest presume de ser la ciudad más septentrional del mundo, aunque éste es un título muy discutido por otras poblaciones europeas y americanas. En Hammerfest quiero visitar un monumento Patrimonio Mundial de la UNESCO: la Columna del Meridiano de Struve. El arco geodésico de Struve es una cadena de triangulaciones de medición que enlaza Hammerfest con el Mar Negro cruzando en el camino diez países y recorriendo unos 2.820 km a lo largo de un meridiano. El arco se trazó entre 1816 y 1855 a iniciativa del astrónomo Wilhem Struve y permitió establecer con exactitud la forma y tamaño de la Tierra en una muestra extraordinaria de colaboración científica entre varios países. Cuando llego a los pies de la Columna de Struve se empieza a dibujar en el cielo una magnífica aurora boreal que me regala la imagen de un arco cenital que parece reflejar en el cielo el propio arco geodésico de Struve. Una imagen mágica que quiero interpretar como la unión entre ciencia y poesía:

“¿Cuál será la red metafórica de latitudes y longitudes, las cartas de navegación que nos permitan cerrar la brecha entre el conocimiento y el sentimiento, un abismo que creó la Ilustración al dar preferencia a la capacidad de saber por delante de la capacidad de sentir?”.  Barry López en “Horizonte”

Aunque continúo a la misma latitud del sur de Groenlandia, la influencia de la Corriente del Golfo suaviza el clima costero y pronto los pinares empiezan a dar pinceladas verdes a un paisaje dominado por los rojos y los amarillos. En Alta me desvío hacia el interior para llegar hasta el Cañón de Sautso. Ningún camino recorre los más de 12 km de longitud de uno de los desfiladeros más profundos del norte de Europa, con unas paredes de entre 300 y 400 metros de altura. Pero sí que es posible acercarse a alguno de los miradores que se asoman a su interior. El punto de partida del sendero es un pequeño aparcamiento al que se llega por una pista de tierra en mal estado. Desde allí ya se intuye un entorno grandioso. Tras algo más de 6 km de caminata, la vista del Cañón de Alta resulta aún más grandiosa si cabe. Son paisajes a los que cuesta acostumbrarse. Como me lleva sucediendo en todo el viaje, me sobrepasa la escala. Es la escala del Cañón de Sautso, pero sobre todo es la escala de su entorno. Una meseta que se expande por vastas extensiones en las que no se adivina la presencia humana más allá de los escasos senderos. Caminar por estos amplios espacios abiertos me despierta sensaciones de libertad, de conexión, de sentir que voy por buen camino.

 “ Estar en medio de esta dinámica fundamental, de la tierra constante y el tiempo cambiante, y no en el interior estático de mis habitaciones, me parecía la situación apropiada para salir de mí mismo e intentar responder las preguntas que me hacía.” Barry López en “Horizonte”

Camino hacia el Cañón de Sautso
Camino hacia el Cañón de Sautso
Cañón de Sautso
Cañón de Sautso

La siguiente es una larga jornada al volante, bordeando la costa hacia el sur. Noruega alardea de ser el segundo país del mundo con más kilómetros de costa, por detrás de Canadá, aunque los cálculos difieren enormemente entre distintas estimaciones. Pese a ser un país relativamente pequeño, la costa noruega está recortada por profundos fiordos y protegida por innumerables islotes que multiplican la longitud del litoral. Escarpados picos nevados se elevan unos tras otros desde la misma orilla del mar, convirtiendo lo que en teoría iba a ser un tedioso día de carretera en una continua sucesión de imágenes de postal a la vista desde la ventanilla de la furgoneta.

La costa del norte de Noruega

Las islas Lofoten eran uno de los lugares que tenía remarcados en verde fosforito en el mapa de mi ruta escandinava. Me habían atrapado las imágenes de internet de agrestes montañas que se precipitan en vertiginosos acantilados sobre el mar y de pequeños pueblos pesqueros que se agarran como pueden a una costa de apariencia inexpugnable. Las Lofoten me parecían el lugar idóneo para hacer un alto en mi viaje y descansar varios días antes de proseguir mi camino hacia el sur.

Islas Lofoten
Islas Lofoten

Una carretera sinuosa serpentea por las islas principales del archipiélago de Lofoten hasta el pueblo de Å, en su extremo meridional. Si las Lofoten eran uno de mis destinos en este viaje, Å era mi destino en Lofoten. Å, el primer pueblo del abecedario, es el último pueblo de las Lofoten. O el primero si se llega en ferry desde Bodo. Para rematarlo, Å es en realidad la última letra del alfabeto noruego. El final y el principio. Con esa simple paradoja había atraído mi curiosidad. Å no defrauda, es un pueblo bonito. Con sus coloridos y colorados rorbus, las típicas casas de los pescadores locales sobre largos pilotes con los que consiguen ganar terreno al mar. Y con los también típicos secaderos de bacalao al sol. Es precisamente el bacalao el principal responsable de la existencia de estos pintorescas poblaciones. El skrei, el bacalao del Ártico que migra todas las primaveras hasta las costas de Lofoten, es considerado como el mejor bacalao del mundo. Pero aunque la actividad pesquera mantiene su histórica presencia, la economía de las Lofoten se centra actualmente en otro recurso que en muchas ocasiones también llega por mar: el turismo. Las islas Lofoten se han convertido en un destino ideal para los turistas. Son exuberantes, espectaculares y … están domesticadas. Un viaje a Lofoten es un viaje de postales. De postales preciosas y de paisajes que pese a su dureza, inducen a la calma por su belleza. Pero tengo la sensación de que no es lo que estoy buscando.

Islas Lofoten
Islas Lofoten
Islas Lofoten
Islas Lofoten

Así que, empujado también por la amenaza de un frente de lluvias que se acerca por el suroeste, decido cambiar las Lofoten por otro archipiélago un poco más al norte y mucho menos conocido: las islas Vesteralen.  Mi plan es ir hasta Andenes, al norte de las Vesteralen, para apuntarme a una de sus renombradas excursiones en barco para ver cachalotes. Por desgracia, o por suerte, el temporal ha llegado antes que yo y me toca esperar varios días a que las condiciones del mar nos permitan navegar en busca de cetáceos.

Faro de Andenes
Faro de Andenes

Sin proponérmelo, las jornadas de descanso que planeaba en las Lofoten las traslado a las Vesteralen. Esperando a que llegue el día en que podamos partir a la búsqueda de ballenas, recorro sin prisa unas islas que me acaban acogiendo y atrapando. En Andenes me alojo en la coqueta casona de Fiskekroken, a poca distancia del puerto y desde la que se puede admirar el imponente faro. En funcionamiento desde 1859, con sus más de 40 metros de rojizo hierro fundido, el faro de Andenes ha protegido a los pescadores locales desde su ubicación en el extremo norte de las Vesteralen, lo que le convierte en uno de los faros del fin del mundo. Es el Finisterre noruego. Esos míticos barcos balleneros que se guiaban por las luces del faro de Andenes se han transformado en barcos turísticos a la captura fotográfica de ballenas y en particular de los imponentes cachalotes. Pero mientras espero a que el tiempo mejore lo suficiente para que pueda zarpar el “safari de ballenas”, aprovecho los días para  enamorarme de las Vesteralen.

Islas Vesteralen
Islas Vesteralen
Islas Vesteralen
Islas Vesteralen

Cuando hace más de un mes arranqué el motor de una furgoneta con el maletero repleto de comida y de ilusiones, ya intuía que este viaje a Cabo Norte no era solo un viaje físico. En las islas Vesteralen asciendo pequeñas colinas como Vetten y Matinden que no alcanzan los 500 metros de altitud pero que alcanzan unas vistas grandiosas; contemplo atardeceres salvajes bajo el relajante ronroneo del mar; disfruto de paisajes inhóspitos y bellos; me dejo envolver. No me hace falta nada más.

“Cuando llegue, por fin, la tormenta costera que esperaba, traerá consigo sus músicas, los colores activos de sus cielos vapuleados y su viento para coreografiar los movimientos de las nubes. Hendirá la tierra y el mar con su lluvia. Si la reacción es de asombro, y no de análisis, en realidad no hace falta más”. Barry López en “Horizonte”

Una carretera perimetra la isla de Andoya, la más norteña de las Vesteralen. Al oeste toma el nombre de Ruta Turística Nacional de Andoya y recorre una costa salvaje salpicada de bonitos pueblos pesqueros como Bleik y su larga playa de arena blanca. Al este discurre a cierta distancia del mar atravesando pequeñas poblaciones que parecen ofrecer escaso atractivo. Freno de repente sorprendido por el nombre de uno de estos pequeños pueblos con casas dispersas. Hace varios días había visitado Å, el último pueblo de las islas Lofoten. Un pueblo que muestra con orgullo sus casas de madera sobre pivotes con los que ganan terreno al mar a la espalda de montañas amenazadoras. Un pueblo fotogénico. En las islas Vesteralen descubro otro Å. Un pueblo que no tiene el encanto del Å de Lofoten. Un pueblo por el que pasar de largo entre sus casas desperdigadas por la campiña a ambos lados de la carretera. Pero me quedo con este Å de Vesteralen. Un viaje al Å de Lofoten es un viaje de postal, a una isla exuberante y domesticada. Un viaje al Å de Vesteralen es un viaje a dejarse envolver, a una isla indómita y salvaje.

Å de Lofoten
Å de las Islas Lofoten
Å de Vesteralen
Å de las Islas Vesteralen

Por fin, una mañana parece que ha mejorado el tiempo, por lo que regreso rápido a Andenes. Con suerte hoy saldrá el barco de avistamiento de ballenas. El día comienza de forma inmejorable. Dos pigargos europeos me contemplan desde unas rocas junto al mar mientras desayuno al pie de la furgoneta. Buen presagio de lo que me aguarda en esta jornada: los cachalotes. El cachalote es la mayor de las ballenas con dientes y posiblemente el mayor depredador que haya existido. Su enorme cabeza esconde el cerebro más grande que se haya visto en el reino animal y contiene gran cantidad de espermaceti, un fluido aceitoso muy apreciado por los balleneros. Utilizando su cabeza a modo de gran caja de resonancia, el cachalote emite un chasquido que se considera el sonido más intenso producido por un animal y que utiliza como sistema de ecolocación y probablemente para aturdir a sus presas, entre las que se encuentran los calamares gigantes. Contemplar cómo se  sumergen los cachalotes hacia las oscuras profundidades marinas me parece la mejor manera de dejarme envolver por las islas Vesteralen y por su naturaleza indómita y salvaje.

Pigargos europeos
Pigargos europeos
Cachalote
Cachalote

Mi viaje tiene que continuar, así que me reincorporo a la carretera del interior y conduzco, siempre hacia el sur, rodeado por paisajes montañosos que apenas me permiten pestañear. Por fin, atravieso de nuevo el Círculo Polar Ártico. Dejo tras de mí la tierra de los samis y de los renos, una tierra que en cierta forma se viene conmigo en algún rincón de la furgoneta.

Círculo Polar Ártico
Círculo Polar Ártico

El Círculo Polar Ártico no es más que una línea trazada en el mapa, exactamente a 66 grados 33 minutos de latitud. Pero simboliza mucho más. Es uno de los cinco paralelos principales de la Tierra. A partir de esta latitud el sol no se pone y no se oculta por lo menos una vez al año. A partir de esta línea comienza la tierra del Sol de Medianoche en verano y de la Noche Polar en invierno.  Me quedo a dormir en un gran aparcamiento junto al Centro del Círculo Polar Ártico, al borde de la autopista E6. La noche está despejada y hay buena previsión de auroras boreales, por lo que me parece el mejor sitio para despedirme del Ártico. Sin embargo, las horas transcurren sin que se aparezcan las deseadas luces del norte y a la mañana compruebo que el centro de visitantes está cerrado desde hace un par de días por el fin de temporada. Asumo que los planes no siempre salen bien , me despido del Círculo Polar Ártico y continúo mi camino.

Sin embargo, las tierras nórdicas todavía me van a ofrecer unas últimas dosis de paisajes árticos para enmarcar. Dejo la autopista del interior y avanzo por la carretera costera 17, que salta de isla en isla a través de puentes, túneles y ferris. Mi objetivo es la isla de Alsta, en la que pretendo ascender a alguna de las Siete Hermanas, una espectacular cadena montañosa de siete picos que a lo largo de la costa de Helgeland se alzan desde el mar hasta más de 1.000 metros de altura. La leyenda local cuenta que en realidad son trolls convertidos en montañas al ser sorprendidos un día por los primeros rayos del sol. Hoy, en cambio, el sol parece esconderse y el día ha amanecido lluvioso y desapacible. Decido acortar mi caminata hasta el collado que separa dos de las hermanas, los picos Skajaeringen y Tvillingene. A medida que asciendo, la roca está cada vez más resbaladiza, por lo que opto por dar la vuelta sin haber llegado ni siquiera al collado. Asumo que a veces hay que saber cambiar los planes y adaptarse a las circunstancias.

Las Siete Hermanas de Alsta
Las Siete Hermanas de Alsta
Los peldaños de Oyfjellet
Los peldaños de Oyfjellet

Como todavía es temprano, busco por internet alguna ruta cercana y elijo una que parece sencilla. En la cercana ciudad de  Mosjoen están las escaleras de piedra más largas de Noruega. Son más de 3.000 peldaños que ascienden hasta la cercana montaña de Oyfjellet y que ofrecen una magnífica panorámica con el fiordo y la ciudad a sus pies. Sorprenden las dimensiones de los escalones, esculpidos con bloques de piedra de hasta dos metros de anchura. Y sorprende descubrir que para su construcción trajeron desde Nepal a auténticos sherpas. Las “escaleras Sherpa” son en sí mismas una obra de arte, una auténtica escalera al cielo que me recuerda a las que hace menos de dos años me llevaron por las alturas de Nepal y que en realidad fueron los primeros pasos de este viaje que apenas acabo de emprender.

Ya de noche, aparco junto a la cascada de Laksforsen, que alguna web turística define como la más hermosa de Noruega. Duermo en la furgoneta acunado por el estruendo del agua. A la mañana descubro una cascada de poca altura pero ancha y poderosa, como ya había puesto de manifiesto el estrépito que me había acompañado toda la noche. La cascada no me impresiona. Y como el restaurante junto al salto de agua permanece cerrado, reinicio mi ruta bordeando el Parque Nacional de Lomsdal-Visten.

Cascada de Laksforsen
Cascada de Laksforsen

El Parque Nacional de Lomsdal-Visten se autodefine como uno de los espacios naturales más inhóspitos de Europa y como un secreto bien guardado. En efecto, los senderos que recorren las inmediaciones del parque desaparecen en su interior, donde se hace imprescindible el uso de mapa y brújula o GPS para orientarse. Entre los secretos  de Lomsdal-Visten me cautiva descubrir  que contiene varias áreas de la llamada selva boreal. La zona central de Noruega es el único lugar en el que la taiga se encuentra con el Atlántico, conformando bosques costeros húmedos dominados por abetos rojos, con gran cantidad de líquenes. ¡En Noruega hay selvas húmedas!

El punto de partida de mi ruta es un pequeño aparcamiento cerca de Tosborn desde el que arranca un sendero que se interna en el parque. Subiendo por el abetal me encuentro con un cazador de alces, con su aparatoso rifle y su walkie-talkie. Me explica que junto a otro compañero está batiendo el monte hacia la zona baja, donde se apostan otros tres cazadores; que tienen cupo para cazar cuatro alces este otoño y que hoy han tenido suerte puesto que han abatido un ejemplar. En parte me da pena que hayan matado uno de esos animales desproporcionados y magníficos como los que sorprendí en el Pallas- Yllastumturi finlandés, pero comprendo que la caza es un importante recurso local y  la manera de gestionar las poblaciones de unos ungulados cuya expansión llega a comprometer la regeneración de amplias zonas de bosques. El cazador me indica que puedo seguir subiendo por el sendero sin peligro, ya que ellos están cazando en la parte baja y se preocupa por si llevo ropa de abrigo y mapa. Por encima de la línea del bosque se extiende un pedregoso altiplano frío y ventoso, por lo que enseguida me pongo el plumas. Lo que no llevo es mapa. Sigo unas pequeñas marcas en la piedra que creo que me conducirán hasta una laguna. Al llegar descubro una bonita cascada que desconocía. Aunque sea menos espectacular, me impresiona más que la de la mañana, por inesperada y sorpresiva.

Parque Nacional de Lomsdal-Visten
Parque Nacional de Lomsdal-Visten
Parque Nacional de Lomsdal-Visten
Parque Nacional de Lomsdal-Visten

Santiago Tejedor escribe en “Cómo se cuenta una selva” que “El viajero necesita un mapa. O mejor, dos. El primero esboza las rutas, delimita las coordenadas; y marca los puntos de visita y los lugares para el descanso. (…) Hay otro mapa. Este viaje también lo tiene. El de las preguntas, las dudas y las inseguridades. Aunque, paradójicamente, acabe siendo también el mapa de los aprendizajes, de las lecciones y de alguna respuesta (…) Suele presentar muchos territorios ocupados por el silencio. Es el mapa de las “búsquedas”. Y está siempre por construir. Es un mapa inacabado”. El mapa. Con sus paralelos, medianos y coordenadas nos posiciona y nos da seguridad; con su toponimia pone nombre a lugares extrañas y nos los hace familiares; con sus curvas de nivel y sus trazas de senderos nos invita a adentrarnos en terrenos desconocidos. Sin mapa, nos podemos perder pero podemos encontrar rincones inesperados. Con o sin mapa, al viajar por nuestro camino, rumbo hacia nuestro horizonte, estamos haciendo nuestro propio mapa.

“A partir de Cook, la vieja confesión de ignorancia del cartógrafo, ‘Aquí hay dragones’, desapareció del perímetro de los mapas del mundo” “Como Cook, Darwin no estaba navegando en las Galápagos con un mapa. Estaba haciendo un mapa.” Barry López en “Horizonte”.

La costa noruega

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