La «ruska»
Camino a Cabo Norte. Acabo de atravesar Suecia de sur a norte por las carreteras del interior cruzando bosques y bosques y bosques. En Kiruna me he unido a un grupo de compatriotas en un trekking de algo más de una semana por el Kungsleden o Camino del Rey. Y ya estoy de nuevo solo al volante de mi furgoneta. El camino desde Kiruna a Cabo Norte atraviesa el extremo occidental de Finlandia. Mi intención era llegar cuanto antes a Cabo Norte. Mi meta. La vuelta a casa por la costa noruega sería más pausada, disfrutando con calma de sus renombrados fiordos. Por esta vez, Finlandia solo iba a ser un punto de paso.
En Kiruna me acabo de despedir de los amigos con los que he pasado unos estupendos días haciendo el trekking del Kungsleden. El Camino del Rey y el resto de mis caminatas por Suecia seguro que dan para un próximo relato forestal viajero. Antes de separarnos, Jaime Barrallo, el guía de la agencia Tierras Polares que organiza el trekking del Kungsleden, me cambia los planes. Me recomienda que pase unos días en Enontekio, la zona de la Laponia finlandesa que en principio solo iba a cruzar de paso hacia Cabo Norte y me da la dirección de Halina y Yuri, sus viejos amigos samis de Enontekio. Me anima a que camine durante varios días por el Parque Nacional Pallas-Ylläntunturi, pernoctando en una red de cabañas con nombres que resuenan a naturaleza boreal: Sioskuru, Hannukuru, Namalakuru,…
Según me acerco por carretera a Enontekio compruebo que ha sido un estupendo consejo. La “ruska”, el otoño finlandés, hace relucir las montañas de colores. Diversos tonos de rojos, amarillos y verdes parecen competir por llamar mi atención. Halina me confirma que he tenido suerte, ya que este año la “ruska” es espectacular y estos días se encuentra en su momento de máxima explosión.
Pero por el mismo motivo, en el Centro de Interpretación del Parque Nacional me advierten que al ser fin de semana muchos finlandeses se acercarán a contemplar la “ruska”, con lo que es probable que no haya hueco en los refugios del camino y me recomiendan llevar mi tienda de campaña. El problema es que aunque estamos a mediados de septiembre y luce el sol, las heladas se dejan sentir por la noche y no he traído un saco de dormir de invierno. Así que tengo que improvisar mi camino.
El Hetta-Pallas Hiking Trail es uno de los senderos más antiguos y populares de Finlandia. El camino está señalizado con una profusión de flechas en postes de madera y dispone de una serie de refugios y áreas de acampada que facilitan el alojamiento.
En sus 50 kilómetros de recorrido el Hetta-Pallas asciende y desciende pequeñas colinas que no alcanzan los 800 metros de altitud pero que se elevan por encima de la línea del arbolado. En su subir y bajar, el sendero discurre por un continuo y vibrante cambio de texturas y tonalidades, entre zonas arboladas propias de la frondosa taiga y zonas abiertas típicas de la austera tundra.
Paso mi primera noche finlandesa en Paavontalo, las cabañas que regentan Halina y Yuri en Enontekio. Por la mañana cruzo en la barca de Yuri al otro lado del lago Ounasjarvi. Aunque Yuri no entiende inglés, me sonríe ilusionado cuando le menciono el nombre de Jaime. Me alegra comprobar que personas de tan lejano origen como Jaime y Yuri son capaces de forjar bonitas amistades pese a no hablar ni palabra del mismo idioma.
La orilla sur del Ounasjarvi es el punto de partida del sendero, que enseguida se interna en el Parque Nacional Pallas-Yllastumturi. Camino por un acogedor bosque de pinos (Pinus sylvestris) y abedules (Betula pubescens). El pinar forma una masa abierta que deja pasar la luz a través de sus copas, lo que permite el crecimiento de tortuosos abedules dorados y alegres serbales rojizos (Sorbus aucuparia) y que el suelo aparezca tapizado con una alfombra roja de arándanos (Vaccinium myrtillus y Vaccinium vitis-idaea). La escasa altura y grosor de los troncos de los pinos nos podrían llevar a pensar que se trata de árboles jóvenes. Sin embargo, si nos detenemos a contar los anillos de crecimiento de algún tocón de no más de veinte centímetros de diámetro, probablemente comprobemos que superaba los doscientos años de edad. Lento pero seguro. De hecho, en estas latitudes boreales, un pino puede crecer en altura hasta los doscientos años, a los trescientos continúa engrosando en diámetro y a los quinientos permanece en pleno vigor.
Me quedo a dormir en la cabaña de Pyhäkero, a los pies de la montaña del mismo nombre. Desde los 711 metros de la cima de Pyhäkero las vistas alcanzan todas las direcciones. Hacia el norte se extienden extensos pinares hasta el límite latitudinal de los amplios dominios de la taiga. Hacia el sur el Parque Nacional Pallas-Yllästunturi muestra sus cimas redondeadas, en las que los últimos pinos dispersos dejan paso a un denso matorral de abedul enano (Betula nana), que rivaliza en rubor con los arándanos y otros arbustos como el cornejo enano (Cornus suecica) y la gayuba negra (Arctous alpina).
El embrujador paisaje me lleva en volandas casi hasta la cabaña de Hannukuru, persiguiendo las vistas tras la siguiente loma, y tras la siguiente. Pero tengo que regresar a Sioskuru, donde he dejado la mochila “reservando” una colchoneta para dormir. Comparto la cabaña con otros tres montañeros y con varios grupos que acampan en los alrededores. Como no llevo la tienda de campaña encima, por la mañana desisto de seguir adelante ante el riesgo de no encontrar sitio en la próxima cabaña y regreso a por mi coche.
Los siguientes días recorro tramos del sendero a saltos. Primero me acerco con la furgoneta al parking del hotel Pallas, que en realidad es el punto final del camino para la mayoría de los senderistas. Desde allí asciendo la cima de Taivaskero, el techo de la zona occidental de la Laponia finlandesa con sus 809 metros. Ya de vuelta, aprovecho para recorrer Pyhäjoki, un pequeño sendero por un frondoso bosque de abetos rojos (Picea abies), que me cobija bajo la lluvia.
Al día siguiente me despido de los bosques finlandeses y de la “ruska” con una caminata por la parte central del sendero del Hetta-Pallas. Subo desde el parking de Vusntispirtti hasta las cabañas de Namalakuru y Rihmakuru y disfruto deambulando por última vez por estas modestas pero cautivadoras montañas. Pese a estar todavía a mediados de septiembre lleva dos días nevando. El temporal ha sorprendido a gran parte de los senderistas. Según me cuentan, el frío les ha obligado a salir de las tiendas de campaña y pasar la noche agolpados en las cabañas. Ahora, la nieve cubre las cimas, aportando una nueva tonalidad a la paleta de colores de una “ruska” que luce aún más espectacular. Parece que la vegetación de las montañas pretende exhibir su poderío vital antes de que el invierno la adormezca por unos largos meses.
Mientras recorro estas colinas silenciosas dejo que los recuerdos recorran mi pensamiento. Recuerdos y paisajes. Llevo ya casi un mes con mi furgoneta por los bosques escandinavos y encontrarme tan cerca ya de Cabo Norte me genera nostalgia.. Cabo Norte me atrae con la fuerza de un símbolo. La meta. El punto de inflexión. Repaso mentalmente el recorrido de mi propio camino. Mis pasos, mis rodeos, mis trompicones. Un camino a mi manera. Como mi camino por el Hetta-Pallas.
“En el cabo Foulweather di vueltas a estas preguntas como a una moneda conocida entre los dedos. No es nada original, por supuesto. Todos repasamos nuestras vidas para intentar comprender lo que sucedió y qué hilos permanentes puede haber”. Barry López en “Horizonte”
Agradezco que Jaime Barrallo me haya recomendado este rincón de la Laponia finlandesa que él mismo recorre todos los veranos con grupos de españoles. En su blog cuenta que “Casi todos mis clientes no vuelven a ser los mismos, cambian cuando cruzan el puente del Ounas en Rovaniemi, la tierra de los renos también les ha cambiado a ellos”. Me alegro de haber elegido las montañas finlandesas para pasar mis últimos días antes de llegar a Cabo Norte, a la meta del viaje. Los colores de la ruska, del otoño finlandés, para mí simbolizan ya el punto de inflexión. El final y el principio.
Cuando ya estoy a punto de despedirme del sendero del Hetta-Pallas, me encuentro con una hembra de reno y su cría, ambas completamente blancas. Para los samis los renos blancos son animales sagrados que simbolizan la buena suerte. Como si fuera un buen augurio, al poco rato me cruzo en la carretera con una pareja de alces, también una hembra y su cría. Tengo la sensación de que voy por buen camino. Camino a Cabo Norte.
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