Progreso:

El paraíso de las aves (8 de 8)

Tane Mahuta, el señor del bosque

El mito maorí de la creación dice algo así:

«Al principio, el mundo era nada. De la oscuridad surgió la vida y aparecieron Rangi-nui o el Padre Cielo y Papa-tua-nuku o la Madre Tierra. Rangi y Papa se enamoraron y se fundieron en un fuerte abrazo. Rangi y Papa tuvieron seis hijos, que vivían en la estrecha oscuridad entre sus progenitores. Como el Cielo yacía sobre la Tierra no quedaba espacio a la luz entre ellos y sus hijos tenían que vivir arrastrándose y de rodillas.

Finalmente, los hijos de Rangi y Papa se reunieron para decidir qué deberían hacer con sus padres para poder estirarse y crecer. Tu-mata-uenga, el hijo más feroz y dios de la guerra y la humanidad, dijo simplemente: «No tenemos otra opción. Vamos a matar a nuestra madre y padre». Pero Tane Mahuta, dios de los bosques, protestó y dijo: «No, no, es mejor que los separemos. Dejemos que nuestro padre se eleve sobre nosotros y nuestra madre permanezca cerca de nosotros y continúe siendo nuestra madre que nos cuida.» Todos los hijos estuvieron de acuerdo en que así debería hacerse, excepto Tawhiri-matea, dios de los vientos y las tormentas. Tawhiri juró hacer la guerra para siempre con tormentas y huracanes a cualquiera que hiciera daño a sus padres.

Rongo, dios de las cosechas; Tangaroa, dios del mar; Haumia,  dios de la comida silvestre, incluso Tu, dios de la guerra y de la humanidad, todos intentaron sin éxito separar a sus padres. Solo quedaba Tane Mahuta, que viendo el fracaso de sus hermanos tomó otra estrategia. Tane creció muy lentamente como el árbol Kauri. Acostado de espaldas sobre su Madre Tierra y con los pies colocados contra su padre Cielo trató de separarlos. Finalmente, el Cielo comenzó a moverse. Los gritos y las quejas de dolor de Rangi y Papa resonaron: «¿Por qué, por qué estás haciendo esto a nuestro gran amor mutuo?», y lloraron. El Padre Cielo fue arrojado lejos con un último empujón, muy por encima de su amada Madre Tierra.

Tane Mahuta, dios de los bosques
Tane Mahuta, dios de los bosques

Tane Mahuta miró a su alrededor y sintió lástima por su madre, que yacía prácticamente desnuda. Tane vistió el cuerpo de la Madre Tierra con toda la belleza de una multitud de seres vivos que ni se soñaba en la oscuridad original. Dio vida a árboles, pájaros, abejas y seres vivos de todos los colores y matices. Por último, instó a las criaturas a cantar y hablar sobre el bosque para alegrar a su madre en su infelicidad. Tane levantó la vista y descubrió a su padre en la oscuridad. Buscando con qué cubrirlo, tomó el brillante sol y lo colocó al frente. Encontró una prenda de color rojo brillante y la extendió de este a oeste y de norte a sur. Luego cambió de idea y en su prisa por arrancarla, un pequeño fragmento permaneció en el oeste, visible en la puesta de sol. A pesar de todo, antes de que Marama, la Luna, iluminara el cielo, las noches seguían siendo largas y oscuras. Tane Mahuta viajó lejos hasta Maunganui, la Gran Montaña, donde vivían las pequeñas luces. Tane los esparció por el cielo, formando la Vía Láctea. Finalmente tomó las últimas cinco estrellas y formó una cruz en el sur. Cuando Tane terminó su trabajo, miró al Padre Cielo y exclamó que en verdad su belleza era indescriptible, como su esposa la Madre Tierra, con su hermoso vestido de bosques y helechos.«

Tane Mahuta, el Señor del Bosque, también es el nombre del árbol más espectacular de Nueva Zelanda. Se trata de un gigantesco Kaurí que ya impresiona con solo escuchar sus dimensiones. Aunque no es un árbol particularmente alto ya que no alcanza los 50 metros altura, sus medidas parecen fuera de la realidad, ya que se le calcula un volumen del tronco de 255 metros cúbicos y un volumen total de nada menos que ¡516 metros cúbicos! Estas cifras convierten al Kaurí en la tercera conífera más grande del mundo, tras la Sequoya Gigante y la Sequoya Roja. La comparación con los mayores árboles españoles resulta simplemente apabullante. El Abuelo de Chavín, un eucalipto gallego de 75,2 metros cúbicos, que probablemente es el árbol más grande de España. Al lado de Tane Mahuta habría que llamarle “el abuelito”, más aún sabiendo que se estima que Tane Mahuta puede llegar a tener 2.000 años ¡y continúa creciendo!

Tane Mahuta no es un gigante solitario. Al contrario, forma parte del bosque de Waipoua, un auténtico santuario forestal en el que crece gran parte de los más formidables Kaurís de Nueva Zelanda.

Tane Mahuta, el señor del bosque
Tane Mahuta, el señor del bosque

Antes de internarme en este bosque de gigantes quiero conocer más en detalle la historia de los Kaurís, que han sido diezmados desde la llegada de los europeos a Nueva Zelanda. En el Museo del Kaurí, en Matakohe, se muestra la cultura y la industria que se originó en el norte del país alrededor de este árbol.

Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe

La historia de la gestión forestal en Nueva Zelanda se inició a finales del siglo XVIII con los primeros intercambios comerciales entre los maoríes y los recién llegados europeos. En 1799 partió el primer cargamento de mástiles de Kahikatea y seguramente Kaurí con destino a la Marina Real británica. El tronco prácticamente columnar y libre de ramas del Kaurí y la calidad de su madera para la construcción de barcos y edificios impulsó un importante comercio de madera de esta especie con las colonias australianas. A partir de 1840, con la firma del Tratado de Waitangi entre la Corona británica y los jefes maorías, comenzó la llegada masiva de colonos y el inicio de un periodo de proliferación de pequeños aserraderos en los bosques y el desarrollo de una potente y anárquica industria extractiva de madera. No fue hasta 1921 cuando el recién creado Servicio Forestal empezó a implantar restricciones y a promover la gestión sostenible de los bosques de Kaurí y del resto de especies forestales nativas.

Apear un Kaurí era un trabajo difícil y peligroso para lo que inicialmente se utilizaban hachas y posteriormente enormes motosierras. Una vez caído, el tronco era dividido en trozas de unos tres metros que resultaban más manejables.

Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe

El transporte de estas pesadas trozas hasta los aserraderos fue otro duro trabajo que exigió altas dosis de ingenio. En ocasiones, los troncos se desplazaban por tierra, arrastrados por grupos de unos catorce bueyes sobre raíles de troncos hasta que fueron sustituidos por bulldozers y locomotoras de vapor. En otras ocasiones, se desplazaban por los ríos, a través de presas que al abrirse generaban fuertes corrientes o con la ayuda de remolcadores.

Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe
Museo del Kaurí, en Matakohe

Una vez que los troncos estaban en los aserraderos, llegaba el momento de despiezarlos. En los primeros tiempos se utilizaban sierras manuales manejadas por dos operarios. Con la introducción de las máquinas de vapor se mecanizaron los aserraderos y se popularizaron las sierras verticales.

En este tiempo, un millón de hectáreas de bosques de Kaurí fueron reducidas a unas escasas 7.455 hectáreas en pequeños parches de bosques maduros. Afortunadamente, la mayor parte de estos bosques remanentes están hoy resguardados en reservas, que también protegen otras 60.000 hectáreas de regeneración de Kaurí. El futuro de los Kaurís parecería estar asegurado…

Estoy en el Santuario de Kaurís de Waipoua. En sus algo más de 9.100 hectáreas alberga el que me parece uno de los bosques más fabulosos que he conocido. Aquí comparten espacio algunos de los más gigantescos Kaurís que sobrevivieron al hacha y a la motosierra. Es un corto paseo, pero en uno de esos extraños lugares que te invitan a caminar despacio. A saborear cada paso. A querer grabar cada rincón en la memoria, porque sabes que las fotografías no podrán captar la locura que estás viendo. Camino bajo infinitas columnas que se yerguen como en un juego por ver cuál alcanza más alto. Llego hasta un llamativo grupo de grandes Kaurís al que muy apropiadamente has bautizado como “Cathedral Grove”. Y de pronto aparece el primer gigante. Es “Yakas”, el séptimo Kaurí más grande. No es especialmente alto, pero su impresionante tronco, recto, desnudo y con un perímetro de más de 12 metros, parece irreal. Sin tiempo para reponerme llego  a “The Four Sisters”, un pequeño grupo de cuatro Kaurís no tan monumentales, que destaca por crecer especialmente próximos entre ellos. Y por fin, al final de una pasarela aparece “Te Matua Ngahere”, el segundo Kaurí vivo más grande y al que se estiman más de 2.000 años de vida,  posiblemente el más anciano de todos ellos.

Santuario de Kaurís de Waipoua
Santuario de Kaurís de Waipoua
Kaurí "Yakas"
Kaurí «Yakas»
Kaurís "The Four Sisters"
Kaurís «The Four Sisters»
Kaurí “Te Matua Ngahere”
Kaurí “Te Matua Ngahere”
Kaurí "Tane Mahuta"
Kaurí «Tane Mahuta»

Un poco separado del resto de los Kaurís gigantes, como pretendiendo que ninguno le reste el más mínimo protagonismo, se muestra orgulloso “Tane Mahuta”, el Señor del Bosque, el más gigante de los Kaurís gigantes. Es un árbol que impone respeto, que invita a sentarse y pensar, que a los que hemos elegido la selvicultura como profesión, nos hace congraciarnos por sí solo con nuestra elección. Impresiona saber que no es ni de lejos el mayor Kaurí del que se tiene constancia. Entre los gigantes perdidos estaba “Kairaru”, descubierto en la década de 1870 y desaparecido en un incendio en 1886, que con un diámetro de más de 20 metros y una altura de tronco libre de ramas de más de 30 metros ha sido el árbol con más volumen de madera conocido en el mundo. Y estaba el “Giant Kauri Ghost”, un descomunal árbol con un perímetro de 26,8 metros, casi el doble que el de Tane Mahuta.

El bosque de Waipoua es un auténtico tesoro. Ya en 1948, WR McGregor escribió que la destrucción de Waipoua sería “un monumento eterno e innoble a la codicia, la estupidez y la apatía mortal de esta generación”. En 1952, como resultado de una intensa campaña de presión, Waipoua fue declarado el primer santuario forestal del país y desde 1988 la mayor parte de los bosques remanentes de Kaurí están protegidos en reservas.

Por desgracia, una nueva amenaza ha llegado para volver a alterar la existencia de los Kaurís. En 2009 se descubrió un hongo que había empezado a causar daños a los Kaurís unos años antes y hasta 2015 no se le nombró formalmente como Phitophthora agathidicida. El Kauri Dieback causa en poco tiempo la muerte de estos gigantes y todavía no se le conoce cura. Las únicas medidas viables actualmente son las preventivas y se invita encarecidamente a los visitantes a lavar concienzudamente las botas antes de acercarse a los Kaurís y a no salirse de los senderos señalizados. Solo así se podrá evitar que se vuelva a poner en peligro la pervivencia de los gigantes del bosque.

Entrada al bosque de Kaurís

La cosmovisión maorí tradicional tiene muchas similitudes con las modernas teorías ecológicas y muchos consideran que resulta necesario complementarlas. Como sentencia un representante maorí del Kauri Dieback Programme, “si no encontramos un equilibrio entre Matauranga maorí y la ciencia occidental, estamos perdiendo nuestro maldito tiempo”. La Matauranga maorí se puede definir como «el conocimiento, la comprensión o el entendimiento de todo lo visible e invisible que existe en el universo”, y a menudo se usa como sinónimo de sabiduría.

Un reciente informe del Ministerio de Medio Ambiente, Environment Aotearoa 2015,  muestra que el actual sistema de conservación no está funcionando: “A pesar de los esfuerzos de conservación, muchas plantas y animales autóctonos están e riesgo de extinción, y para un número considerable de ellos, el riesgo está aumentando”. Por ello, parece necesaria una gran dosis de sabiduría, de Matauranga, para alcanzar un nuevo paradigma a los retos de la conservación. En este renacido debate han vuelto a coger fuerza las voces partidarias de un manejo forestal sostenible de los bosques naturales neozelandeses como parte de la solución. Y las que definden de la multifuncionalidad de los bosques, con los ejemplos de los proyectos de recolección de miel de Manuka y Kanuka en Waipoua, que contribuyen económicamente a la lucha contra el Kauri Dieback, o las iniciativas para elaborar valiosas guitarras con madera de Kaurí, como muestra el documental “The Song of the Kauri”. Son iniciativas de gente que vive en el borde del bosque, aprovechando sus recursos y protegiéndolo, como hacían los antiguos maoríes.

Kaurí

En mi última noche en Nueva Zelanda intento conocer al otro señor del bosque: el Kiwi. un ave que no puede volar, rechoncha, sin cola, con fuertes patas, un largo pico y plumas que parecen pelos. Con estas características, el Kiwi se ha convertido en un icono nacional y un símbolo de la singularidad natural y los esfuerzos de conservación del país. Es un ave nocturna, muy difícil de ver en estado salvaje, que se alimenta fundamentalmente de lombrices e insectos que localiza en el suelo por su olor gracias a las fosas nasales presentes en la punta de su pico.

Uno de los mejores lugares para intentar sorprender a los Kiwis en libertad es el Trounson Kauri Park, un bosque isla de unas 450 hectáreas dominado por Kauris y Taraires (Beilschmiedia tarairi) en medio de un mar de tierras de cultivo. Trounson Kauri Park es una de las seis Mainland Islands del DOC, espacios que tienen como objetivo proteger y restaurar hábitats a través del manejo intensivo de las especies invasoras. El mejor momento para sorprender a los Kiwis es la noche. En la oscuridad seguimos en fila india al guía y a su potente foco de luz roja, indetectable por este ave. Después de una hora caminando en silencio la única noticia que tenemos de los Kiwis es su estruendoso canto, que resuena en la oscuridad.

Cartel de área de Kiwis

Me voy de Nueva Zelanda sin encontrarme con el Kiwi, su ave más icónica y misteriosa, el Fantasma del Bosque. Pero con la certeza de que la tierra que un día fue el paraíso de las aves lucha por volver a serlo.

Paisaje de Nueva Zelanda

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