El origen de Berlín. A orillas del río Spree.
La primera cita histórica que se conserva de la ciudad de Berlín data de 1230, cuando era una pequeña aldea de cazadores y pescadores a orillas del río Spree, en medio de bosques pantanosos y umbríos. En 1307 se unió con la cercana Cölln, manteniendo la denominación de Berlín. Pero no fue hasta 1415 cuando esta pequeña población empezó verdaderamente a formar parte de la historia, al ser nombrada capital de Brandeburgo, uno de los Estados del Sacro Imperio Romano Germánico.
Apenas quedan vestigios de aquellos inicios. Cölln ocupaba lo que hoy es la Isla de los Museos y Berlín el actual barrio de San Nicolás. Internarme por las callejuelas medievales del barrio de San Nicolás para comer un codillo frente a la iglesia de Nikolaikirche, la más antigua de la ciudad, hace que me remonte a lejanos tiempos oscuros de leyendas, como la de San Jorge y el dragón que presiden una plaza cercana. Sin embargo, el coqueto Berlín medieval no es más que una reciente reconstrucción, ya que como gran parte de la ciudad fue destruido durante la II Guerra Mundial y vuelto a levantar lo más fielmente posible a partir de los años 80.


Para intentar imaginar cómo era la vida en esa pequeña aldea durante los siglos XIII al XVI, puede ser buena idea recrearse en los paisajes del pintor flamenco Bruegel el Viejo. En “El retorno de los cazadores”, pintado en 1565, transmite la dureza de los inviernos en un tiempo y una Europa que hace mucho que desapareció.
“Crítica de la silvicultura. El manejo de la complejidad”, de Klaus J. Puettmann et al., aporta una visión histórica de la evolución de aquellas sociedades preindustriales y de la relación con su entorno y con los bosques en los que habitaban. Dibuja una Europa Central en la que desde la época romana “los asentamientos humanos habían estado separados por grandes extensiones de bosque, aunque no necesariamente aislados cultural o económicamente”. Indican que “las primeras actividades de manejo consistían, principalmente, en quemar las parcelas forestales seleccionadas para desmonte (…),abrir áreas boscosas lo suficiente para el pastoreo del ganado o para dedicarlas al cultivo agrícola”. Como consecuencia, “durante este período, los bosques situados cerca de las poblaciones fueron fuertemente impactados, mientras que los bosques más alejados de las mismas se mantuvieron prácticamente sin manejo”. Continúan afirmando que “el uso de las áreas forestales en la Edad Media buscaba facilitar el pastoreo de animales domésticos o proporcionar un hábitat propicio para la caza”. No fue hasta la época de la industrialización en Europa Central cuando se “impulsó el cambio hacia un enfoque más centrado en la producción de madera” que desembocó en el nacimiento de la Silvicultura. Como señaló Heinrich von Cotta en 1816: “No habría… ciencias forestales si no hubiera deficiencia en el suministro de madera. Esta ciencia es solo un hijo de la necesidad”.

El bosque de Chaux. Un bosque con historia humana
El bosque de Chaux se encuentra en el norte del Jura francés, entre las ciudades de Dole y Besançon. Con sus 20.000 hectáreas de robles, hayas y carpes es considerado el segundo bosque estatal de frondosas más grande de Francia. Pero además tiene otra particularidad que lo define, es un bosque con historia humana.
Los celtas ya veneraban los majestuosos robles de Chaux. Los consideraban los pilares de un templo. Aún se conservan antiguas leyendas, como la del árbol de oro. Se dice que era un pequeño árbol desmochado que un día decidió escapar de la ciudad y refugiarse en el bosque de Chaux. Allí la ninfa del bosque se compadeció de su aspecto, le dijo “Los hombres una vez te hicieron sufrir mucho, ahora vendrán en número para admirarte” y dejó caer una lluvia de estrellas sobre el arbolito, que desde entonces luce dorado y mágico.
Cerca del árbol de oro, aparece otro ejemplar mágico: el árbol de los deseos. Los visitantes vienen desde lejos a depositar papeles con peticiones en la corteza de este roble sagrado. Con esta costumbre se mantiene un cierto vínculo con la herencia celta, cuando se consideraba que los grandes árboles representaban la conexión entre la tierra y el cielo, a través de sus profundas raíces y sus altas copas.

Los cristianos asimilaron estas antiguas creencias y todavía hoy se veneran hasta seis robles de la Virgen en el bosque. Me acerco a admirar el roble de la Virgen de Chaux, que desde 1993 alberga una estatuilla de la Virgen en una cavidad protegida por un gran tumor. Las flores colocadas a sus pies son un testimonio de la pervivencia de la devoción.
Los bosques siempre han representado un lugar oscuro y misterioso para la gente de las aldeas y ciudades, refugio de brujas y bandidos. Se dice que el bosque de Chaux tal vez sea el origen de los “Bons Cousins Charbonniers”. Se dice que esta misteriosa fraternidad de carboneros ya vivía en el interior del bosque en el siglo VI. También se dice que sus códigos eran tan secretos que los masones se inspiraron en ellos. Se dice que un rey, sentado en el asiento del maestro carbonero, se había visto obligado a cederle su lugar. En el siglo XVI se les describe como semisalvajes. Se dice que después de vivir durante 800 años en el bosque, esta sociedad secreta nunca reveló sus rituales. Se dice que algunos de estos hombres nacieron en el bosque, vivieron en el bosque y murieron en el bosque sin haber estado más allá del bosque.

Chaux fue durante mucho tiempo el hogar de una comunidad forestal que vivía y trabajaba en su interior. En el siglo XIX hasta 600 personas habitaban en el corazón del bosque en 16 grupos de casas. Hoy solo se conservan “Les Baraques du 14”, convertidas en Monumento Histórico.

“Les Baraques du 14” albergan una aldea forestal reconstruida que ofrece una excelente visión de la vida de los trabajadores del bosque entre los siglos XVII y XIX. Se pueden ver varias casas, dos hornos de pan, el colmenar, el pozo o la huerta. La casa más antigua data del siglo XVI y el último residente aún vivía allí a mediados del siglo XX. Diversos oficios compartían el bosque: los carboneros; los madereros con sus hachas; los descortezadores, que vendían la corteza de roble a los curtidores de Dole; o los aserradores, que elaboraban tablas y vigas para transportarlas con caballos o bueyes hasta los cursos de agua cercanos. A poca distancia de “Les Baraques du 14” se ha habilitado un espacio demostrativo de las tradicionales carboneras para la elaboración de carbón vegetal, con sus grandes piras de leña cubiertas de tierra o de los más modernos hornos troncocónicos metálicos. El conjunto ofrece una excelente visión de la vida de los trabajadores forestales durante los últimos siglos en el interior del bosque. A través de estos elementos, el bosque de Chaux mantiene viva su historia humana.

En el mismo borde del bosque se establecieron diversas industrias que dependían de la leña para la generación de energía. La Salina Real de Arc-et-Senans, fábricas de azulejos, vidrio y alfarería o fundiciones como la de Rans o la de Fraisans, en la que se forjaron las vigas para la Torre Eiffel, tuvieron su apogeo entre los siglos XVII y XIX. Este desarrollo industrial conllevó una explotación abusiva y sin regulaciones de los recursos madereros, hasta el punto que amenazó con la desaparición de gran parte del bosque. Las necesidades militares en madera para la Marina contribuyeron a su sobreexplotación, al extraer grandes cantidades de troncos por vía fluvial hasta el Mediterráneo.

Alrededor del bosque crecieron 36 aldeas que disfrutaron de derechos tradicionales de cortar madera para leña, construcción, herramientas,… En 1724 estos derechos fueron abolidos por Luis XV, lo que desembocó en altercados como la “Revuelta de las Señoritas” en 1765, en la que unos 200 hombres, algunos disfrazados de mujeres y con la cara ennegrecida de hollín, atacaron a los guardas forestales. Los derechos de los usuarios del bosque se fueron restituyendo y perdiendo a lo largo de las décadas posteriores hasta que en 1964 el Ministerio de Agricultura los declaró totalmente extinguidos.

Los últimos habitantes abandonaron el bosque de Chaux en 1942. Tras la Segunda Guerra Mundial, la administración forestal se encontró un bosque sobreexplotado. En ese momento, bajo la dirección del forestal Georges Plaisance la gestión del bosque cambió de rumbo.
Los mejores rodales se empezaron a gestionar en monte alto regular (futaie régulière) y en los peores terrenos se diseñaron actuaciones, actualmente cuestionadas, de drenaje a gran escala y se efectuaron repoblaciones con especies alóctonas como el abeto Douglas, el roble rojo o el tulipero.
A partir de 1996 se inició la conversión en monte alto irregular (futaie irrégulière), con lo que el bosque de Chaux sueña con volver a adquirir el aspecto de los tiempos de los Bons Cousins Charbonniers.
El sector maderero representa una fuente de empleo y contribuye al desarrollo local al aportar hasta el 80% de los ingresos monetarios del bosque de Chaux. La actividad cinegética, con la caza del ciervo a la cabeza, constituye el segundo sector más relevante desde un punto de vista económico al generar casi el 20% de los ingresos restantes.
Sin embargo, otras funciones del bosque han ido adquiriendo con el tiempo un peso relevante. La conservación de la rica biodiversidad del bosque de Chaux destaca como uno de los principales objetivos de su gestión actual. Se encuentra incluido en la Red Natura 2000 y en su interior se han creado dos reservas biológicas. La Reserva Biológica Integral, en el corazón del bosque, constituye un espacio dejado a la evolución natural en el que el acceso esta restringido. La Reserva Biológica Dirigida del valle de la Clauge, junto a la Fuente de Moret, es un espacio en la que el manejo está orientado a la conservación. Además, se están estableciendo islas de envejecimiento en las que se alarga el turno de corta de los árboles e islas de senescencia que se dejan a su evolución natural hasta su colapso.

Además de su fuerte tradición forestal, el Departamento de Jura cuenta también con una importante actividad turística ligada al turismo verde. Ya en los felices años 20 del siglo pasado el bosque de Chaux se abrió a la sociedad del ocio. En la actualidad, diversos itinerarios buscan atraer visitantes a este bosque que, pese a no contar con el atractivo paisajístico del cercano macizo del Jura, ofrece la posibilidad de descubrir un bello paisaje forestal, ensalzado incluso en la literatura. En “Marie bon pain”, Bernad Clavel habla de sus árboles altos, que llaman “las columnas del cielo”, pareciendo rememorar la imagen que los antiguos celtas tenían de los robles de Chaux como “los pilares de un templo”.

En un paseo por Chaux nos podemos cruzar con caminantes, ciclistas, cazadores, forestales o naturalistas, todos disfrutando de un entorno singular. El relieve llano y monótono conduce a que nos perdamos por la intricada red de pistas que atraviesan y fragmentan el bosque. Para facilitar la orientación de los trabajadores forestales, en las principales encrucijadas se emplazaron en 1826 las ocho Columnas de Guidon. Con su estilo dórico, se han convertido en otro destacable elemento patrimonial del bosque de Chaux, un bosque con historia humana.


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